Para la prolífica conciencia mítica que abastece al peronismo las fechas liminares constituyen un sólido cemento de identidad. Puntos nodales de una trayectoria simbólica de la que se nutren asiduamente los entusiasmos militantes. En este año que transitamos esos mojones célebres se acumulan, invitando a ingresar en ellos en búsqueda de recomendaciones que provienen de ese legado prestigioso. 75 años del Congreso de Filosofía de Mendoza y 50 de la muerte de Juan Domingo Perón así lo atestiguan, a la hora de recuperar las herencias textuales e institucionales de uno de los movimientos de masas más importantes de la historia completa de América Latina.

Los abordajes sobre estos episodios son múltiples, pero hemos seleccionado en estas líneas la plataforma de mira que desemboca en las sabidurías teóricas de la experiencia que toma fecha natalicia el 17 de octubre de 1945. Al peronismo solemos exaltarlo por sus realizaciones, aunque si tuviésemos que guiarnos por las indicaciones de su líder fundador habría que prestarle mayor atención a sus bases doctrinarias.

Es bueno recordar aquí que en uno de sus principales textos, “Conducción Política”, Perón exhibe una sugestiva coincidencia con un pilar de la filosofía de la cultura que hasta entonces había postulado la tradición liberal. En sintonía con la reprobación de Sarmiento, el Coronel ahora Presidente abjura de los caudillismos como formato de liderazgo político, y prefiere presentarse bajo el singular rótulo de “Conductor”. ¿Qué distinguiría por tanto al indeseable Caudillo del mucho más preferible talento del Conductor? Y en esto Perón es taxativo: dar Doctrina. Esto es dotar de una orientación durable y sustantiva a una masa inorgánica que a partir de allí devendrá pueblo organizado.

El supuestamente pragmático Perón establece sin embargo un nítido parteaguas entre la política huérfana de un destino trascendente y la política como noble experiencia colectiva encolumnada detrás de un líder dotado de una filosofía para la acción. Pues bien, es esa pretensiosa vocación de trazar un rumbo señero la que lo mueve a convocar a un notable Congreso Internacional de Filosofía y a exponer allí un extenso y detallado escrito que se conocerá más tarde como “La Comunidad Organizada”.

Lo primero a destacar de este magno evento es la gestualidad presidencial que en ese marco se despliega, y que es útil para comprender el escenario en el cual el peronismo autoconcibe su rol. Quiero decir, luego de dos espeluznantes guerras mundiales y estando ya disponible una tecnología nuclear que llevaba a temer la posibilidad de que ocurriese una tercera, cabía responsabilizar a Occidente por haber colocado a la humanidad al borde de su inducido exterminio. Ese planeta al borde del precipicio exigía una urgente reflexión filosófica y colocaba a América Latina ante la oportunidad de pasar de tener un papel ya no subordinado y menesteroso sino reparador; desde una cierta virginidad cultural partera de soluciones frente a potencias imperialistas extenuadas axiológicamente.

Por lo tanto, ese extravío civilizatorio no era atribuible principalmente a dirigencias imprudentes sino más originariamente a la desgraciada prevalencia de disvalores que tomaban el cuerpo de doctrinas filosóficas. Perón pone el centro en dos denuncias que parecen captar la crisis terminal que aqueja a ese Occidente decrépito. En primer lugar el materialismo (“materialismo práctico” lo llama específicamente) y en segundo término el individualismo (traducido éticamente como egoísmo, “la sobreestimación del interés propio”).

Veamos cada uno de ellos. A esta altura, el concepto “materialismo” ha sido utilizado tanto para un lavado como para un fregado, y el propio Perón le da un sentido peculiar que corresponde ser aclarado. Si la definición canónica de materialismo lo remite a que las ideas no se autogeneran sino que surgen de ciertas prácticas contextuales, Perón lo entiende a la vez como progreso científico sin una ética comunitaria que lo guíe, como crecimiento económico sin una justa distribución de la riqueza y como un mercantilismo de las costumbres que hoy denominaríamos consumismo.

La repulsa al egoísmo como norma es más transparente y se entronca fluidamente con el objetivo vertebral del libro, esto es construir comunidad. Imaginar al individuo como átomo prepolítico en torno al cual se edifica un orden social presenta la dificultad de como urdir una consistente convivencia colectiva, siendo que el camino contractualista que auspician tanto Hobbes como Rousseau es desechado por Perón.

El peronismo, es oportuno refrendarlo aquí, surge en el contexto del derrumbe del imaginario liberal, cuya filosofía se afinca en tres pilares básicos. La figura del individuo, la noción de derechos naturales del hombre y la doctrina del poder limitado. Bajo el rótulo de contractualismo se conoce aquella teoría por la cual individuos aislados ante el temor disgregante de la anomia firman un pacto, fundan una autoridad y fijan que derechos esa autoridad no puede avasallar sin tornarse ilegitima.

La vida (cree Hobbes), el pensar crítico (supone Kant) o la propiedad (sostiene Locke) son esos derechos que el individuo trae consigo antes de la existencia de cualquier orden político, y que deben ser resguardados de la peligrosa intromisión tanto del estado como de las corporaciones.

Vale apuntar que prontamente surgen al interior del campo de la filosofía cuestionamientos contundentes contra el individualismo liberal. Primero Hegel (en su “Filosofía del Derecho”) lo considera una ilusión, pues todo individuo luce incrustado en lo que él llama Sociedad Civil, sistema de determinaciones culturales e institucionales que impiden pensarlo como átomo primordial disociado. Por lo demás, si la sociedad política fuese como la comercial, razona Hegel, (firmo un contrato contingente por conveniencia) cuando los efectos de esa sociedad me disgustan rompería el pacto para retornar a ese supuesto estado natural primigenio (lo que es a todas luces absurdo y no se verifica).

Y Martín Heidegger (ya en el siglo XX y en su libro “Ser y Tiempo”) desde una perspectiva metafísica y gnoseológica postula que no hay un sujeto autosuficiente y un objeto preconstituido al que ese sujeto puede calcular y dominar, sino un Ser-en-el-mundo (Dasein) que yace yecto y atravesado por “existenciarios”. Uno de ellos es el ser-con (Mitsein), que establece que todo lo que el individuo piensa, hace o dice involucra una otredad que lo define en su identidad misma como sujeto.

Ese pliego de refutaciones filosóficas alimentan de diferentes maneras al peronismo, que como ya fue señalado muestra como preocupación permanente construir una trama comunitaria. La solución no va a ser sencilla no obstante, pues es imprescindible apuntar aquí que Perón provenía de una preparación militar a través de la cual se forma en la filosofía prusiana de la guerra de Carl Von Clausewitz.

Sus influencias son diversas pero interesa en este punto la que lleva a Perón a sostener en “Conducción Política” que “la política como la guerra es una lucha entre dos voluntades contrapuestas”. Esto es, la política se nutre del antagonismo (pueblo u oligarquía, nación o imperio) lo que acarrea trincheras, pujas, mundos simbólicos y materiales en un punto irreconciliables. Por lo cual para Perón la comunidad no viene dada, el suyo no es comunitarismo ni organicista ni premoderno, sino la construcción de una concordia por venir, una utopía bien entendida.

Lo que se liga claramente con lo que comentamos más arriba. Para Perón las críticas al materialismo y al individualismo lo son en tanto desviaciones, desmesuras de una escala axiológica que exige ser rebalanceada. La idea fundamental de la Comunidad Organizada es la de equilibrio, entre el materialismo y el espiritualismo, entre el individuo y la comunidad. Para Perón por tanto hay individuos y tienen derechos (por empezar al trabajo), y la tarea de la política es lograr “una armonización progresiva entre el yo y el nosotros”.

Si quedasen dudas, recordemos que el Conductor emparenta el surgimiento del peronismo con el Renacimiento (frente a la crisis de la posguerra el primero, frente a las tinieblas del Medioevo el segundo). Perón, digámoslo con todas letras, es en sentido pleno un moderno. ¿Qué lo distancia entonces de la opción contractualista? Que para el peronismo el individuo siempre está inserto en un conjunto de tradiciones culturales, en una estructura de clases y se realiza solidariamente a partir de un otro. Plexo de vínculos esenciales que lo condiciona pero no lo determina.

El peronismo es un comunitarismo tendencial que incluye la idea de individuo. Fuertemente adverso al liberalismo, pero receptivo de los aportes de esta corriente para alcanzar una humanidad más emancipada.

Uno de los méritos del kirchnerismo fue incluir una agenda de nuevos derechos que llamaríamos civiles o “liberales”. Perón, como vimos, no los desechaba (de hecho en su gobierno estalló un conflicto con la Iglesia por la Ley de Divorcio) pero en un contexto cultural bien distinto al que prevalece luego de las dictaduras militares de los 70.

Interesan estos debates, en un momento en que el peronismo analiza las causas de su derrota, y un Presidente que invoca la tradición liberal se muestra ostensiblemente autoritario y lanza una ridícula batalla contra el “marxismo cultural”. Se escucha que una de las causas de ese traspie fue que el Frente de Todos quedó colonizado por los “progres”, lo que querría decir que le dio más importancia a las demandas de los pueblos originarios o el colectivo LGTB que a los salarios de los trabajadores. Esto va en consonancia con lo que sostienen teóricos como Alexander Dugin o Diego Fusaro, que pregonan que las izquierdas en la actualidad son políticamente correctas en lo moral pero cómplices del neoliberalismo que caracteriza al capitalismo financiero global.

 

El peronismo ha demostrado tanto en su doctrina como en buena parte de su desarrollo histórico que se pueden congeniar cuatro luchas. La defensa de la soberanía nacional frente a la agresión de los imperios, la dignidad de los trabajadores frente a la prepotencia de las patronales, la libertad de reclamar frente a las arbitrariedades de un estado represivo y la vigencia de los nuevos derechos (a la equivalencia entre hombres y mujeres, a la diversidad sexual, a un medio ambiente saludable) frente cualquier resabio de oscurantismo ideológico.