Que la universidad sea pública y gratuita
es la mejor medida que cualquier gobierno
del mundo pueda tomar.
Mi bobe (abuela) Dina a mi tía Anita en 1950,
cuando se decidió la gratuidad de la UBA.
Estudiar era pecado,
clandestino era saber,
porque cuando un pueblo sabe,
no lo engaña un brigadier.
Piero-José, “Para el pueblo lo que es del pueblo", 1973.
Queridoes, queriduas, queridérrimes:
Quiero comenzar con una pequeña confesión: puedo decir que soy un producto de la UBA. Tanto el secundario como “la facu” los atravesé en instituciones públicas, gratuitas y estatales de esa Universidad, creada por Rivadavia en 1821. En ese entonces, los liberales aún no eran neo. Podían ser elitistas y oligarquenses, sí, pero no estaban ramiromarrados a la idea de que con un poco de tuit, un par de feiks, un laik de Instagram y una manada pavloviana que responda al clic del mouse alcanza para manejar un país y, por lo tanto, el dinero podría utilizarse en menesteres más gananciales que educar a la gente.
Mi abuela creía, en cambio, y así lo transmitió, que el conocimiento es el mejor capital que uno puede tener, la más grande riqueza, porque además te la podés llevar con vos adonde vayas, y nadie te la puede robar. ¡Sabia, mi abuela, para sus tiempos! Pero ahora el conocimiento te lo roban en un clic, haciendo que –como el peso Ley, el franco o la peseta– deje de tener valor.
En este siglo XXI informático y febril, donde el que no clona no mama, “da lo mismo el que tuitea, todo el día cual milei, que el que vive de las cripto, el que miente, el que trolea, o gobierna cual virrey”. Educar-estudiar-aprender conforman un proceso singular y colectivo a la vez, donde se construye un ser humano más complejo, poseedor y conocedor a la vez de herramientas de lo más diversas que servirán a su bienestar personal y a una mejor calidad de vida de toda la sociedad. Solo por dar un ejemplo: si hay muchos médicos, es más probable que alguno nos atienda cuando lo necesitamos. Solo por dar otro: si todos y todas sabemos leer, nos podemos comunicar mejor.
Ahora bien, eso que es mejor no necesariamente produce ganancias. O sí, pero no tan rápido. O sí, pero no tan concentradas en unos pocos. Distribuir el conocimiento es, también, distribuir la riqueza. Y eso, a Su Graciosa Tujestad y su cohorte de canes fenecidos, no los satisface. Casi que les parece una atrocidad. Por eso “no la ven” a la ganancia que significa para un Estado sostener la educación masiva. Bueno, si quieren destruir el Estado, es entendible que no la vean.
Pero pareciera que a una gran cantidad de argentinos y argentinas les/nos pasa otra cosa, algo diferente, que nos llevó, el pasado martes 23, a marchar, caminar, deslizarnos, desfilar, estar, en los alrededores de la Plaza de Mayo (en CABA) y de otras Plazas igualmente icónicas en el resto de nuestra patria no se vende.
Acompañado de algunos cercanos y queridos, y de mi aleatorio pesimismo que no me quiere dejar solo desde el pasado 19 de noviembre, anduve también por esos lares. En verdad, me establecí en una esquina en el borde de la Plaza, sitio del que con un entrañable amigo nos adueñamos allá por el 2012 (un 24 de marzo) y llegamos a constituir una poderosa “orga” de solo dos miembros y algunos y algunas simpatizantes. Desde allí vimos pasar multitudes y soledades, esperanzas, rencores y melancolías. Y propuestas como las siguientes:
- “Estudiá para no ser cana”.
- “Sin ciencia, no hay Conan”.
- “Primera generación de profesionales de la familia gracias a la universidad pública”
- "No veo la puerta del cielo, veo la fuerza del pueblo”.
- “¡Déjenme cursar, todavía no entendí a Lacan!”
- "Obreros y estudiantes, unidos y adelante" (¡sesentismo hard!)
- "A dos mil el sánguche de milanesa" (muy realista, esta).
También –y esto lo debo destacar críticamente– hubo elementos divisionistas que sostenían, a los saltos, "el que no salta votó a Milei” o “el que no salta es un gorilón” u otras frases, siempre precedidas por la discriminadora consigna “el que no salta”. Sepan, queridos compañeras y compañeros, que miles, sí, miles de los y las que por ahí estuvimos, no votamos ni votaríamos a Milei, no somos ni fuimos ni seremos gorilas, pero ya no estamos pal pogo. O sea: no nos pidan que saltemos, pues corren el riesgo de tener que hacerse cargo de huesos, tendones o diversos males traumatológicos, cardíacos, respiratorios o digestivos que tal saltada pudiera provocar. Y la prepaga, sigue cara.
Continuará… (la pelea, quiero decir).
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “Libre”, parodia actualizada de aquel legendario tema de Nino Bravo: