“Estamos porque no hay que perder la calle. Es la única manera de que sepan que estamos: reclamando”, explica Silvia con tono firme y mirando a los ojos. Silvia es jubilada, ronda los setenta y está en Plaza de Mayo con su hija, que completa la idea: “No tenemos los medios pero la gente está”, dice Paula. “Que escuchen el reclamo, que tomen nota de que somos muchos y que la plaza es nuestra”, enfatiza, mientras pregunta con legítima desconfianza si el cronista tiene alguna identificación.

Los testimonios de madre e hija resumen el espíritu que primó entre las miles de personas que colmaron la plaza y sus vías de acceso portando imágenes de Santiago Maldonado y una certeza en diversos formatos: “el Estado es responsable”. Junto con la exigencia de justicia, el denominador común fue el rechazo y la preocupación por el rol de los medios como respaldo del gobierno en el encubrimiento de lo que consideran la desaparición forzada seguida de muerte de Maldonado, que alguien resumió en un graffiti: “Si los medios son del capital, las paredes son nuestras”.

A media hora de la cita oficial, el microcentro explota de banderas, de militantes de organizaciones sociales, gremiales, políticas y de gente de a pie. La columna de Avenida de Mayo la encabezan la CTA de los Trabajadores, CTERA, Suteba y más lejos la Túpac Amaru. Por Diagonal Sur sobresalen la CTEP, CeProDH, Correpi, CADHU, la FUBA y agrupaciones de izquierda. En la plaza están Barrios de Pie, Nuevo Encuentro, el Frente de Izquierda. Las columnas no entraron, todavía hay pibes jugando bajo el sol. “¿Qué carajo hicieron con Santiago?”, interpelan las banderas de La Garganta Poderosa.

“La memoria, arma de la vida y de la historia. ¡Santi vive!”, grita desde una pancarta una pareja joven. “Los 30 mil empezaron con uno”, completa la leyenda sobre el pañuelo que cubre la cabeza de la chica. “Mi papá sufrió la dictadura, perdió muchos compañeros y siempre me contaba lo que era vivir con miedo”, explica María, 20 años. “En sus últimos años (murió en 2011) me decía ‘qué lindo movilizarse ahora’ por el clima que se respiraba. ¿Por qué tenemos que vivir otra vez una desaparición? No quiero tener que pasar lo que pasó mi viejo”, confiesa al pie de la pirámide de mayo.

“Estoy porque es evidente la responsabilidad directa del Estado, cualquiera sea el resultado de la investigación. Fue un operativo organizado y dirigido desde el Ministerio de Seguridad”, razona Juan, abogado y militante de mil batallas, presente ayer como “ciudadano de a pie”, dice. “Aún si de la autopsia surgiera que se ahogó y el cuerpo estuvo todo el tiempo en el río, es clara la responsabilidad del Estado”, agrega, y recuerda el caso de Ezequiel Demonty, el pibe que murió ahogado porque policías de la Federal lo obligaron a tirarse al Riachuelo.

“Lo de Maldonado afecta profundamente, es un atropello de las autoridades”, arranca Antonio, 73 años. “Se ven cosas que ya vivimos, que traen malos recuerdos. Me preocupa la indiferencia de mucha gente. Sólo la lucha de los pibes me alegra”, sigue, apoyado en un árbol de la plaza de “Gorilandia”, como llama a Capital. “A pesar de todas las campañas esto va a tener que salir a la luz. Creo que la gente sabe la verdad, no la pueden engañar”, se esperanza. Jubilado de puestos gerenciales, Antonio se sulfura al pensar en el presidente. “Es un gran farsante. Hoy lo escuché hablar de los muertos en Nueva York como ‘cinco emprendedores’. Da mucha pena…”

“Quieren comprarnos la conciencia. Lo siento, la nuestra no se encuentra en venta”, dice el cartel en la espalda de una chica rapada con aritos en la cara. “Todo lo que pasa nos toca de cerca”, expresa con dificultad, rodeada de pibas que rondan los 20 años. Más allá de Maldonado menciona como ejemplos los asesinatos de “Luciano Arruga, Mariano (Ferreira) y la represión cada vez que nos movilizamos”.

Portando la bandera de “Historias Desobedientes. Hijos de genocidas por Memoria, Verdad y Justicia”, Laura cuenta que “la desaparición de Santiago nos llega íntimamente, implica revivir historias que creíamos enterradas”. “Es espantoso que el Estado encubra alevosamente, no puede quedar impune”, reclama en nombre del colectivo que marcó un quiebre histórico entre familiares de represores y que la próxima semana presentará un proyecto de ley para modificar el Código Procesal Penal a fin de que hijos y hermanos puedan declarar como testigos en causas por delitos de lesa humanidad.

“Viví muchos años en la Patagonia, la lucha de los mapuches me toca de cerca”, cuenta Gimena, de 38 años, ama de casa. “En mi adolescencia en santa Cruz peleábamos contra la instalación de una planta nuclear, éramos pocos y cortábamos la ruta para lucha por un futuro mejor. Santiago también luchaba por el futuro”, relata para explicar su presencia.

“Estoy acá para reafirmar que como pueblo no queremos gobiernos que limiten derechos y reclamar lo que exigía Santiago Maldonado: respeto por los pueblos originarios”, dice Laura, docente en Matanza. “El caso me rompió al medio y dejó al descubierto dónde están los medios. Lo que más me preocupa es el ocultamiento de los medios, la cantidad de mentiras que circulan”, afirma Sergio, que vive “de changas, hoy más que nunca”.

“Cualquier noche puede salir el sol que ilumine nuestra revolución”, sueñan pibes anarquistas desde su bandera negra. “Estamos furiosos, enojados por la desaparición del compañero Santiago y por quienes nos acusan de infiltrados”, explican y reparten volantes “para visibilizar su lucha, que tomamos como nuestra”. “No somos infiltrados/somos los compañeros de Santiago Maldonado”, cantaban otros anarquistas poco antes. De fondo se escucha la voz de Sergio Maldonado sobre el escenario de Plaza de Mayo.