Chaco Chico hoy es un barrio de Paso del Rey, en el partido de Moreno, cercano al río Reconquista. Pero en los noventa, cuando se crió Fabián Ferraro, era un asentamiento precario, uno entre varios. Allí nace la historia del club Defensores de Chaco y del fútbol callejero.
“Pasábamos mucho tiempo jugando a la pelota en un potrero. Entendimos que si queríamos mejorarlo, darle alguna infraestructura, hacía falta formar un club. Así nació Defensores de Chaco en 1994”, explica.
La persona jurídica fue un paso importante, pero enseguida notaron que los pibes del barrio preferían la calle, donde entonces había un nivel de violencia importante. “Entonces decidimos sacar el fútbol a la calle, en 1998”.
Ferraro nunca imaginó que esa decisión, como el aleteo de la mariposa, lo llevaría a viajar por todos los continentes y hasta a organizar mundiales, llevando el fútbol, no sólo como deporte, sino como metodología de integración socio comunitaria y de resolución de conflictos.
Presente preocupante
“No tengo dudas de que esas experiencias fueron centrales para muchos pibes de entonces, que hoy son adultos, e influyeron positivamente en sus trayectorias de vida. En principio, te puedo mencionar dos casos, dos amigos míos, uno Maximiliano Pelayes y otro Matías Luna. Los dos venían de contextos difíciles, pero en el fútbol callejero adquirieron otra perspectiva. Hoy son secretarios de Deportes de sus municipios, Maxi en Tres de Febrero y Matías acá en Moreno con Mariel Fernández”.
Ferraro cree que la elección de sus discípulos por lo público no es un dato menor. “Las ONG podemos construir pequeñas experiencias, pero sólo el Estado tiene el músculo y la legitimidad para replicarlas, si funcionan”.
Respecto de la actualidad, se muestra especialmente preocupado. “Hasta hace dos o tres años, las ONG discutíamos temas medioambientales. Hoy volvió la agenda del hambre. Retrocedimos diez casilleros. El tema es cómo hacer que la gente coma. Se ve un deterioro acelerado de la calidad de vida en general”, dice.
Y se lamenta: “No espero nada bueno de esta retirada porque ya lo viví en los noventa. el vacío no existe, alguien lo ocupa. En ese entonces, el control de los territorios se repartía entre punteros políticos, iglesias y algunas ONGs". El diagnóstico de Ferraro es taxativo cuando afirma que "hoy el poder lo tiene el narco. Es la opción para muchos pibitos”.
Y no se trata únicamente del contacto que los chicos puedan tener con las sustancias ilegales, también están en peligro las instituciones que los contienen. “Las facturas de electricidad que están llegando a los clubes tienen 400 por ciento de aumento, son impagables. Los entrenamientos empiezan a partir de las seis de la tarde, cuando la gente terminó el trabajo o la escuela. A esa hora, en invierno ya es de noche. Si no tenés luz, tenés que cerrar el club. Entonces vienen los narcos, bajo la forma de sociedades extrañas o benefactores misteriosos, ponen la guita y se quedan con el manejo. Eso ya empezó a pasar”, describe.
El fenómeno está en sintonía con las declaraciones del presidente Milei, despreocupado por el posible origen ilegal de los fondos que ingresarían al país con el blanqueo de capitales propuesto en su paquete fiscal.
El juego en sí
El fútbol callejero tiene algunas particularidades respecto de su pariente “oficial”. Es mixto, no desde ahora, sino desde el principio: “Teníamos perspectiva de género sin saberlo”, bromea Ferraro.
“No hay referí, lo que obliga a un permanente diálogo y negociación entre los equipos y después del partido hay un tercer tiempo obligatorio”, resume. “En ese tercer tiempo, además de los tres puntos que se resolvieron en el partido, los equipos discuten si se ganaron o no los puntos por compañerismo, no violencia, etcétera. Hay un mediador presente, pero sólo interviene si las cosas no fluyen”, detalla.
“De a poco le fuimos dando forma al espacio público”, recuerda, y agrega que, “en nuestro proceso de crecimiento hubo también mucho azar”. Con la metodología instalada en Argentina, después de vivir una especie de boom durante la crisis de 2001 y 2002, donde a la sociedad le sobraban tensiones y le faltaban espacios lúdicos, fue invitado a contar la experiencia en la Premier League británica.
Allí lo escucharon representantes de una ONG alemana, muy comprometida con la lucha contra el nazismo entre los jóvenes. “La metodología es una excusa que sirve para abordar luego distintos temas”, explica. Ellos, por un lado, empezaron a replicar el modelo en distintos lugares de Europa, donde no había nada similar, a la vez que buscaban pares en América latina.
Así, Ferraro se enteró de que en distintos lugares de Uruguay, Paraguay y Colombia, habían copiado su metodología, que estaba disponible en una modesta página web de aquellos tiempos. “Así fuimos viajando, conociéndonos, y armamos el primer encuentro acá en Argentina, en 2005, en plena avenida 9 de julio”, recuerda. “Esa experiencia salió tan bien que decidimos armar un mundial al año siguiente”.
Desde entonces, después de armar un Alemania 2006 paralelo, en el barrio turco de Berlín, el movimiento internacional del fútbol callejero organiza mundiales paralelos a los de FIFA. “Después de Alemania, lo repetimos en Sudáfrica, Brasil, Rusia y Qatar. Nosotros no pudimos ir a los últimos dos por temas presupuestarios”. La secretaría general de ese movimiento, que nació en Moreno, es rotativa y hoy reside temporalmente en Porto Alegre.
Una red internacional
Fabián Ferraro fue, a principios de siglo, fellow de Ashoka, que es como esa organización internacional llama a sus becarios. "Me pagaron durante tres años para que pusiera todo mi tiempo y energía en este proyecto. Ellos bancan a los líderes comunitarios por un tiempo para que puedan construir".
Ashoka es una organización de la sociedad civil con presencia en todos los continentes. La base para el cono sur está en Buenos Aires. Nació en los ochenta, como una especie de hijo tardío del movimiento por los derechos civiles. Lleva el nombre de un antigua emperador y conquistador de la India que, tras convertirse al budismo, abandonó definitivamente la violencia como herramienta política.
"Además de eso, Ashoka me dio un sistema de relaciones, me enseñó a relacionarme y a buscar la sustentabilidad de los proyectos. Hoy un 40 por ciento de los recursos provienen de donantes privados y el 60 restante son cuotas sociales. En contextos como este, en que las empresas recortan presupuestos, nos dolería perderlos, pero no nos obligaría a cerrar", concluye.