En una esquina sobre un colchón, hay varios libros y una mirada atenta. Un joven de treinta años descansa en las calles del conurbano. Se llama Darío, y prefiere conservar su imagen en el anonimato. Sin embargo, es un gran conversador. Hay veces donde estar en situación de calle pareciera ser solo un número o una circunstancia lamentable; nunca una subjetividad. Darío nos enseña lo contrario. “Yo viví en la calle, fui delincuente, pero ahora quiero ser una persona que piensa, me interesa pensar la vida”. La información sobre su vida pasada aparece de a ratos; asoman retazos de su historia: “mi infancia fue muy chota pero tengo lindos recuerdos jugando en el barro. De hecho en la calle aprendí lo que nunca hubiera aprendido en mi casa, porque te cruzas con gente que sabe y te recomienda libros. Estoy en esta situación hace quince años, más o menos. Quizás para las personas que después lean esto les resulte difícil comprender por qué una persona está en esta situación. A mí me tocó vivir esta vida, una familia que en vez de enseñarme valores, no les importo y por malas decisiones de la vida estoy viviendo así”.
En el colchón de Darío se encuentran sus imponderables: cerveza, algún alimento y libros, varios. Nunca pide plata, en todo caso pide textos: “leer es como un antidepresivo, te despeja, te hace olvidar hasta de quién sos. A veces la realidad de uno no es lo que espera para la vida, y hay un pasaje de la biblia que dice: ‘conoce el mundo’, y así siento que viajo”, menciona con una sonrisa. También lee la calle, y encuentra que no todas las personas se toman de la misma manera la indigencia, “la gente se lo suele tomar bastante bien, o no prestan atención. Cuando te relacionas con tantas personas podés ver con qué intenciones se acercan, si es de compromiso, miedo o buena onda. Lo que sí me doy cuenta es que la sociedad está perdiendo sus valores; todos se empujan y cada vez miran menos a los demás”.
A su vez, no todo es poesía. Conflictos en la calle, peleas y encuentros con la policía son algunas de las escenas que él mismo cuenta con aprensión. “El otro día me estaba bañando en una canilla de una plaza. Vinieron unos policías y me pegaron, me tuve que ir. Igual me bañé”, dice riendo y agrega, “no está bien que la policía te venga a pegar por algo tan insignificante como bañarse con ropa en una fuente. Y a las estatuas que están desnudas las dejan ahí porque es arte. También están los que miran mucho el noticiero y ven un croto y se asustan. Y vos no estás- encima de la vida que tenés- para estar relacionándote con paranoicos”.
Según un informe del Observatorio Social de la UCA, se puede proyectar a lo largo del país un total de siete millones de indigentes. Agustina Rivello, licenciada en Trabajo Social y jefa de residentes del Hospital Parmenio Piñero, comenta acerca de esta problemática: “las personas en situación de calle son una población muy heterogénea, pero si tenemos que pensar algún punto en común es la perdida de lazos afectivos, sobre todo familiares. Muchas veces son personas de clase media que se quedan sin trabajo o tienen consumos problemáticos y no tienen vínculos donde apoyarse. Es por esta razón que en general están mucho tiempo en la calle. Es algo de lo cual es muy difícil salir, por eso los equipos de salud en principio buscan tratar los consumos problemáticos y la salud mental. Al mismo tiempo se busca enlazar a las personas con la institución, ir incluyéndolos en otras redes, talleres y luego trabajos. Es un trabajo de revinculación con la institución y también con las familias”.
“Yo nací en la boca del lobo, ahí en un barrio de La Plata. Hace poco mataron a un pibe cerca de ahí que fue a chorear. Me prestaron internet y vi todos los comentarios que hacían en las redes sobre el caso, que decían un negro menos, o muerte a los negros. Y el pibe tenía dieciséis años. No está bien robar, pero ellos no tienen ni idea de la vida de “ese negro”, ¿nunca se ponen a reflexionar por qué? No saben lo que es que te críen sin nada, la gente festeja una muerte y no se pregunta nada más. Mirá si le ofrecían trabajo a ese pibe, ¿vos te imaginás que iba a decir que no? Es difícil ser civilizado cuando tu vida fue violencia en carne propia”, dice el lector de forma contundente.
Darío se convirtió en un observador serial, en una especie de sociólogo urbano y nota muchos cruces entre las personas en la vía pública. “Cada vez está todo más difícil, las cosas más caras, y la gente prefiere buscar un enemigo; llevarse mal con el vecino, putear a la primera persona que te cruzas. Pero problemas tenemos todos, renegar no lo va a solucionar. En vez de pelear, la gente debería solucionar todo a través del diálogo; si gracias a Dios, a la evolución genética, o no sé cuál de las dos será, podemos tener lenguaje y comunicarnos”.
Sobre su vida no quiso contar más, pero sí sobre su futuro. Darío concluyó diciendo: “me gustaría escribir un libro”.