El Boca de Diego Martínez juega bien y se equivoca mal. El Estudiantes de Eduardo Domínguez juega como puede y gana bien. En Boca se impone la jerarquía de sus futbolistas pero también, desde hace un tiempo, se ven asociaciones que se pueden atribuir a la mano del entrenador.
El gol a Estudiantes en Córdoba fue una muestra de ello. Se consiguió por la precisión en velocidad de sus jugadores, pero también porque apareció un eslabón como Zenón para convertir la jugada en una asociación después del inicio de Ezequiel Fernández, la figura del encuentro. El ex Unión se sumó a la acción por la derecha para ser el sostén de la pared con Advíncula, que le sirvió para desprenderse de Ascacibar, y después el desborde y el centro atrás del peruano derivó en la asistencia perfecta para la definición impecable de Merentiel.
Puede ser ya un mérito de Martínez. A partir de la intuición y la inteligencia de sus dirigidos. Pero además el técnico de Boca marca al equipo por sus errores. Y en partidos clave, a veces una equivocación del entrenador te deja afuera de una competencia o en una posición incómoda.
La culpa inicial de Cristian Lema es haberse metido en una pelea que no era suya para ganarse la primera amarilla. Antes de su segunda responsabilidad surgió la del entrenador por no sacarlo. Los buenos conductores, a la larga, se destacan por hacer siempre la lógica. Ni una de más ni una de menos. El cambio era Figal por Lema, que estaba en un lugar álgido, condicionado por su tarjeta.
Martínez se había equivocado ya en la formación para enfrentarse con Fortaleza y en los cambios posteriores. Si la decisión, de un jueves a un martes, era evitar el cansancio de su "equipo titular", entonces debió haber dejado a todos los titulares en Buenos Aires.
El viaje ya les provocó estrés y mucho más a los que luego puso en el segundo tiempo. Debieron ser todos suplentes o todos titulares, no a mitad de camino.
Eduardo Domínguez ya es un técnico campeón, con experiencia diferente. También la templanza, la postura, la decisión de no gritar y sí dirigir, lo distinguen. Pero fundamentalmente las determinaciones que cambian los partidos. Ya le había ganado otro choque a Boca hace 15 días, mucho más cerrado, con los ingresos de Joaquín Correa y Piatti.
En esta oportunidad, primero paró el equipo como pudo y Boca lo llevó a una conducta defensiva pero también puso, cuando fue posible por sus problemas físicos, a Cetré y a Correa para terminar de desequilibrar. Sumado eso al cambio de los laterales, del perfil de Mancuso con la entrada de Meza, fue clave para controlar el factor más fuerte de Boca, el de su preeminencia en los extremos. De un centro de Meza también llegó la provocación del penal.
En el marco de la relatividad de todos los conceptos futboleros, además, se podrá decir que si Domínguez acertó en los cambios se equivocó en la formación inicial (verdad a medias porque Cetré no estaba para todo el partido); que Boca pudo haber definido todo antes; y hasta que el árbitro y el VAR pudieron haber sido determinantes al no evaluar si la falta a Medina fue adentro y no afuera; o que si lo de Lema es jugada imprudente no intencional, bien sancionada, también es imprudente la entrada del arquero Mansilla sobre Merentiel, que termina con la salvada en la línea en el período inicial. En ambos casos no se juzga la intencionalidad. Y hay imprudencia. Si Arasa hubiera juzgado intencionalidad en lo de Lema habría sido roja directa.
Todos aciertan y se equivocan. Es un juego, dijo Riquelme. Pero los grandes técnicos forjan sus trayectorias con una acumulación de decisiones lógicas, y cuando reducen al mínimo el porcentaje de equivocaciones o errores no forzados. Y en eso de Domínguez se ve un reflejo de Bianchi, quizá hasta por vínculo familiar originario.