No es un momento fácil para el cine argentino, que desde hace varias semanas está paralizado y con la incertidumbre sobre cómo seguirá y, sobre todo, cuándo culminará (si es que en algún momento lo hace) el proceso de “reorganización interna” del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Pero las organizadoras de La mujer y el cine ya saben de qué se trata sacar adelante un festival dedicado a visibilizar la obra de cineastas de la Argentina y del resto del mundo, incluso cuando eso implique remar con dos cucharas en un océano de dulce de leche repostero. “El festival tiene 36 años y pasó por todas las vicisitudes habidas y por haber, pero nunca como las de este año”, dice ante Página/12 Annamaría Muchnik, directora del grupo de mujeres a cargo de un evento que desde este jueves y hasta el domingo tendrá su 36º edición.
“De todas formas, más allá del contexto y los pocos apoyos, igual vamos a hacer el festival. Seguimos luchando porque creemos que no hay que bajar los brazos y porque somos mujeres, así que nacimos para hacer cosas que muchas veces nos quisieron impedir”, agrega Muchnik antes de puntualizar en los actuales “cuestionamientos hacia la mujer y sus derechos adquiridos”. “Nuestro trabajo ha sido muy importante porque hemos dado a conocer a muchísimas directoras y las ayudamos a que presenten sus películas en el exterior. Esa labor primó y seguirá primando en los próximos años”, afirma.
Ante esa coyuntura, La mujer y el cine hará lo que mejor sabe: ofrecer una apetecible oferta de más de medio centenar de películas –entre cortos, largometrajes y videominutos– en tres sedes de la Ciudad de Buenos Aires: el Malba, el Centro Cultural San Martín y el CCK. También habrá varias actividades especiales destinadas a abordar distintas facetas de la relación entre el lenguaje de las imágenes y sonidos y las mujeres. Detalle nada menor en tiempos de licuadora y motosierra, la entrada será libre y gratuita.
Las realidades de las mujeres
En todas las disciplinas artísticas ocurre, pero el cine es aquella en la que, según las organizadoras, más se evidencia que la reflexión estética va muy de la mano de la reflexión más política. “Las reflexiones tienen que ver con realidades de las mujeres”, afirma la directora, y detalla: “Las películas muestran lo que les pasa a ellas en sus vidas: con sus familias, con sus maternidades, con todo lo que tiene que ver con sus día a día. El cine verdaderamente cambia su mirada cuando las mujeres ponen el ojo en las cosas que les importan. Ellas cuentan lo subjetivo, lo que les pasa, lo que de algún modo no pudieron decir de otra manera y lo que piensan que puede llegar a ser una luz para el futuro. Hablan de todo y se atreven cada vez más, desnudan sus almas sin prohibiciones ni barreras”.
Uno de los tópicos más importantes del avance feminista fue la visibilidad de múltiples situaciones de abuso y acoso que hasta una década no eran consideradas como tales. De eso habla, justamente, la elegida como película de apertura. Dirigida por María Victoria Menis (La cámara oscura, María y el Araña, Mi hist(e)ria en el cine) y con su proyección bautismal pautada para el jueves a las 20 en el Centro Cultural San Martín, Miranda, de viernes a lunes sigue a una profesora de literatura de 48 años (Inés Estévez) que decide apoyar las denuncias de acoso y abuso de un grupo de alumnas del colegio donde da clases, generando un tembladeral interno que la lleva a poner en perspectiva varios aspectos de su vida, incluyendo su relación con la música, sus hijas y sus parejas.
La de Menis es uno de los once largometrajes que integran la sección Panorama Nacional. Dentro de ese corpus hay una que tendrá una segunda oportunidad en la pantalla grande. Se trata de Clara se pierde en el bosque, debut en la realización de la escritora, actriz y dramaturga Camila Fabbri, que propone una revisita a ese trauma generacional que fue el incendio del boliche República Cromañón a través de una otrora fanática del rock barrial enfrascada en un proyecto artístico relacionado con el tema. Fabbri no estará sola como operaprimista, ya que seis de once títulos de este apartado corresponden a directoras que hicieron sus primeras armas en los relatos de más de media hora de duración.
Tal es el caso de Sandra Bertotti, que en El impenetrable registra el viaje de tres jóvenes documentalistas al Impenetrable para un trabajo sobre la comunidad Qom, que al llegar descubren que sus habitantes han desaparecido. También de Marina Beláustegui Keller, responsable de Las fronteras se movían, una road movie documental sobre el silencio familiar alrededor de tres hermanos desaparecidos. En ese pelotón también están Sofía Introcaso gracias a Mientras todo pasa, centrada en una chica de trece años que, de a poco, se va adentrando en el mundo adulto, y Jimena Cháves con Matria, donde pone el dispositivo cinematográfico al servicio de un grupo de madres de diferentes lugares del país cuyas vidas están atravesadas por el dolor de haber perdido a sus hijos en la Guerra de Malvinas. La última ópera prima es Oda amarilla, de Lucía Paz, una reflexión sobre las relaciones entre madre e hijas y la construcción de los recuerdos.
Al contrario de todas ellas, Victoria Carreras tiene una relación de muy larga data con el cine. Hija del director Enrique Carreras y de la actriz Mercedes Carreras, vuelve a la silla plegable para Amor y cine, el tercer documental centrado en su familia, más precisamente en su madre, que fue compañera de vida de Enrique, pero también secretaria, actriz fetiche, correctora de los guiones y armadora de elencos, entre otras actividades. También sobre una persona real –la abogada, docente, directora teatral y referente en temas de la infancia María de los Ángeles “Chiqui” González– versa La sociedad del afecto, de Alejandra Marino y Marcela Marcolini, al tiempo que, en Umbral, Raquel Ruiz propone un recorrido por diversas historias de mujeres que transitan la menopausia. Viejo conocido de la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata, el último título del panorama local es Partió de mí un barco llevándome, de Cecilia Kang.
¿Más cine argentino? Hay, pues durante esos cuatro días se verán 27 cortometrajes, 10 videominutos y los resultados finales de los proyectos elegidos en la Competencia Work in Progress –destinada a películas en desarrollo– del año pasado: Las galaxias, de Guillermina Pico; Lo que queda, de Mariel Escobar; Mar de fondo, de Oriana Castro; Las mil y una Lemos, de Sabrina Parel, y Cuerpo a cuerpo, de Franca González. El resto de los largometrajes se agrupan en la sección Panorama internacional, que más allá de su nombre tendrá representación local gracias a la coproducción con Uruguay Naufragios, de Vanina Spataro, y la cerecita del postre: el estreno en la Argentina de Reas, segundo trabajo en la silla plegable –luego del notable Teatro de guerra– de la multifacética artista Lola Arias.
Como ocurre en todas las ediciones, las responsables de La mujer y el cine ponen el foco en la cinematografía femenina de un país invitado, honor que este año recaerá en España. Desde allí llegarán la ganadora de la Concha de oro en último Festival de San Sebastián, O corno, en la que la realizadora Jaione Camborda sigue a una mujer que, a comienzos de la década de 1970, ayuda a otras en sus partos, hasta que un suceso la obliga a huir en busca de nuevos horizontes. Otra con un buen recorrido internacional previo es El techo amarillo, de Isabel Coixet y sobre el caso conocido como “El aula de teatro de Lleida”. La referencia docente se debe a que, en 2018, nueve mujeres denunciaron a dos profesores por abusos sexuales ocurridos entre 2001 y 2008. Pero sirvió de poco: el caso ya había prescrito y fue archivado. La selección ibérica se completa con Tierra de nuestras madres, de Liz Lobato, y Alguien que cuida de mí, de Daniela Fejerman.
Las actividades especiales están integradas por la charla “De la palabra a la acción! Libros autogestivos, sobre las mujeres audiovisuales”, un taller para actores y no actores y dos homenajes a “mujeres trabajadoras que han tenido una carrera importante, que han hecho muchas cosas y sigue haciendo”, en palabras de Muchnik. Ellas son la directora de arte Coca Oderigo y la productora Diana Frey.