Después de cinco años vuelvo a encontrarme con Darin Wixon, esta vez en el monoambiente donde vive hoy, acompañado de Jerónimo, un gato negro e inquieto que durante toda la entrevista salta sin descanso de un mueble a otro y cada tanto viene a olfatear el grabador donde registramos la conversación. En la primera entrevista habíamos hablado de su muestra Failure’s Art, en el año 2012, un registro fotográfico de sus días tras la amputación de sus dos piernas por una enfermedad de diagnóstico incierto. Esta vez, el motivo es la próxima proyección de Darin, su retrato en versión cortometraje realizado por Sebastián Freire. También me cuenta que muy pronto se inaugurará una instalación suya en la plaza Torcuato de Alvear, frente al Centro Cultural de Recoleta y luego en Miami. Apenas entro al departamento me ofrece una cerveza, pero prefiero no tomar: esta vez lo entrevisto sin intérprete y tengo que estar muy atento para volver sobre las frases que no entiendo porque cada tanto se pasa del español al inglés. No hace falta que pregunte mucho: apenas intercambiamos un par de comentarios, Darin empieza a hablar y damos por comenzada la entrevista.
Está bueno el departamento.
-No está mal. Palermo no me gusta mucho, pero me gusta la ubicación, porque puedo visitar las galerías que están cerca y a mis amigos, ahora voy entendiendo qué camino debo tomar para poder llegar bien en silla de ruedas. Hace poco, un amigo me invitó a una inauguración en San Telmo y el solo hecho de pensar en cómo llegar me desanimó, porque no tengo 300 pesos para tomar un taxi, eso es lo que gasto en comprar comida para la semana. Solo puedo viajar por el Metrobus, porque tiene buenas rampas. Igual no viajo mucho en colectivo, depende de la hora. A veces a la noche y en algunos momentos del día, pero cuando hay mucha gente no, porque muchos se ponen impacientes.
¿Y en subte?
-La mayoría de las estaciones de subte no tienen acceso para nosotros. Dorrego, que es la que tengo cerca, no tiene. Tomé el subte por primera vez en Buenos Aires hace dos semanas. Una de las cuatro entradas tiene una escalera mecánica y las otras tres son viejas. Aquella vez un amigo mío, que también es mi asistente de producción, estaba conmigo y un chico del barrio se ofreció a ayudarnos y nos contó que su papá también estaba en silla de ruedas. La gente ayuda y muchos están abiertos a hablar del tema. Cuando vivía en Abasto, iba los martes a Coto y, cada vez, alguien se me acercaba para que le contara qué me había pasado: “Hijo, contame la historia. Mi hijo tuvo un accidente hace diez años”. Y la gente me pide que le explique. Amo la idea, me siento cómodo con la gente, pero la otra parte es mi responsabilidad ahora.
¿Cuál parte?
-Ahora tengo la oportunidad de estar hablando con vos. ¿Cuánta gente como yo hay? Una de cada siete personas en Argentina (unos 6 millones de personas) tienen algún tipo de discapacidad. Un punto muy importante, que no entiendo, es que en la última elección presidencial había, de un lado, una mujer en una silla de ruedas, y del otro, un hombre con una sola mano. ¿Cuántas veces en la historia del mundo, hubo dos candidatos con discapacidades, él para presidente y ella como vicepresidenta? Sin embargo no se dijo ni una sola palabra por nuestra causa, ni en la prensa ni en la televisión. Nosotros, hablo de los 6 millones, necesitamos una persona que nos represente y diga “Hola, gente como yo, acá estoy y estoy con vos”. Es una pena, porque tuvieron una buena oportunidad para sacar el tema, pero no, nada, quisieron mostrarse como personas normales. He tratado de contactar a Michetti y a otros políticos, pero nadie me responde. Eso me hace sentir como si las personas como nosotros no les importáramos. ¿Cómo se supone que debo sentirme cuando respeto y apoyo su liderazgo, pero no me respetan, a menos que sea rico o porteño? Es feo usar la palabra “normal”, porque todos somos normales, cada persona es normal. En todo caso soy un anormal, pero no por las piernas, sino porque soy un freak (risas).
Ayer vi el corto de Sebastián Freire…
-¿Te gustó? ¿Te pareció fuerte?
Sí, me gustó. ¿Por qué me preguntás si me pareció fuerte?
-Me parece que últimamente la gente está muy sensible, no sé bien si es por el tema en general o porque son mis amigos. ¿Es por la discapacidad? ¿Es porque aparezco en bolas? ¿O porque ven por primera vez a un discapacitado en bolas? Pienso en esas tres cosas y no sé bien cuál es la línea que se cruza ahí. Amo el corto, amo a Sebastián, él es muy power. En los últimos diez o quince años fotografió a cada persona importante de la comunidad gay, debería hacer un libro. Son impresionantes las fotos que tiene. Lo que me gusta del corto es que avanza progresivamente sin ir al choque. En los primeros cinco minutos se me ve la cara, el torso, los tatuajes, y en un momento empieza a bajar... Un amigo pensaba: “¡No! No se va a ver más abajo, ¿no? Igual ya millones de personas vieron mi pija.
Claro, en tus fotos también había desnudos
-Hay dos, pero son muy de hospital, muy de la medicina. Igual el tema de mi vida es siempre el mismo. En los últimos años, desde que me entrevistaste por primera vez hace cinco años, no cambié de tema, solo cambié la dirección o el material. Todavía sigue siendo un tema tabú. Tenemos en los sesenta la lucha de los negros, en los setentas, la de las mujeres, en los ochentas la de los gays, después la de las personas transexuales y transgénero. Hoy todos ellos aparecen en las tapas de las revistas, pero las personas con discapacidades, no, seguimos siendo un tema tabú. Por eso pienso que el corto va a ser polémico, que la gente va a hablar, porque es como la última frontera que nos queda por pasar.
¿Cómo definirías el cambio de dirección en tu obra?
-En mi primera muestra fui un poco controversial, entiendo por qué: la enfermedad, la sangre… En realidad yo estuve mal los primeros años cuando me tuvieron que amputar las piernas, porque era una situación nueva. Pero ahora me siento cómodo en mi piel, estoy cómodo en mi cuerpo. Y lo vivo como un regalo, porque me permite ser como quiera. No necesito compararme con los demás ni pensar “Qué lindo ese chico, voy a cortarme el pelo igual porque quiero parecerme a él”. Yo puedo decir “Soy diferente”. No pienso que tengo un buen cuerpo y que entonces voy a ir al bar tal o cual porque ahí van todos los chicos lindos. Yo ya no vivo mi vida con la referencia de los otros como si fuera ley, la ley de lo que es copado o lo que está de moda. Fuck it. ¡Qué me importa! Ahora yo soy como Darin. Estoy bien, tengo 47 años, no cambié en nada, el perro viejo no cambia… ¿Cómo se dice?
El zorro pierde el pelo pero no las mañas.
-Exacto.
¿Y qué podés contar de tu obra nueva?
-Para la instalación vamos a comprar tres sillas de ruedas nuevas para el Hospital Durán, donde estuve por mucho tiempo internado. Las voy a dejar y me llevaré en su lugar tres sillas viejas y rotas, con las que haré dos instalaciones: Wheells in the sky (Ruedas en el cielo). La primera son dos sillas enfrentadas y la otra una silla frente a un espejo, como los de las salas de interrogatorio de la policía, de esos en los que uno puede verse reflejado pero no puede mirar a la gente que está mirándolo a uno. Ambas estarán montadas en plataformas por sobre la cabeza de la gente.
¿Y por qué las sillas en el cielo y no en la tierra?
-Porque toda la vida desde que estoy en silla de ruedas me la paso mirando a la gente hacia arriba. La idea es proponer un cambio de perspectiva y que la que tenga que mirar hacia arriba sea la gente. Es muy simple.
Cuando te hice la entrevista anterior, pensabas que te quedaban cinco o diez años de vida.
-Estoy viviendo un tiempo que no es mío.
¿Cómo un bonnus track?
-Más bien como un hidden track (pista oculta). ¿Viste cuando al final de un disco viene un silencio, y de pronto aparece una canción que no estaba en la lista? Así es mi vida ahora.
Darin se exhibirá el domingo 5 a las 18 en el MALBA, como parte de la programación del Festival Asterisco, y el 8 de noviembre en el Centro Cultural Recoleta, en el contexto de la inauguración de la muestra Wheels in the sky, de Darin Wixon.