La sala de visitas que antecede al patio de la Unidad Penitenciaria 46 estaba llena, de lejos se veían las sonrisas de las chicas que habitan el penal. Esperaron ese día durante más de dos años y finalmente llegó. Era 16 de marzo, recibieron sus diplomas por los estudios alcanzados, pero nada les importaba más que la inauguración de la plaza, un espacio que ellas mismas idearon y construyeron para las niñeces que visitan a sus mamás.
Tati es referenta de uno de los pabellones, los ojos le brillan cuando dice que el proyecto marcó un antes y un después en sus vidas dentro del penal: “Dejamos de lado la competencia y las diferencias entre nosotras, apostando por el compañerismo para tener un lugar digno, pensado especialmente en nuestros hijos. Nosotras estamos marcando la diferencia desde la unión y el compromiso para que las familias se vayan tranquilas de acá.”
Las pibas asisten a talleres literarios, algunas estudian por la mañana y otras por la tarde. A las siete ya están arriba. “Tratamos de mantenernos ocupadas como cuando estábamos con el proyecto de la plaza, fue algo hermoso porque pasábamos muchas horas ocupadas y la cabeza no nos mataba, cuando nos rescatábamos ya eran las cinco de la tarde. Fue una motivación para levantarnos todos los días, tener un proyecto, una meta”, cuenta Tati que entró hace un año a la Unidad 46 y lleva 16 años privada de su libertad. “Es muy lindo que todas hayan puesto su granito de arena en un proyecto que no viene de ahora, sino desde hace años. Fue hecho incluso por chicas que hoy ya no están acá pero que pensaron en nosotras. Que mi familia venga, vea esto y me diga ‘que hermoso’, cambia la expectativa de lo que es la cárcel. Hay mucha gente de buen corazón, dispuesta a ayudarnos y que cree en nuestro cambio. Nosotras queremos vivir en un lugar digno para recibir a nuestra familia y cuidarnos entre todas es lo mejor que podemos hacer.”
Lo que era un patio abandonado y literalmente gris hoy es una plaza con juegos, plantas, bancos, senderos de colores y un mural que condensa en un abrazo el compromiso y el amor que pusieron las pibas en cada jornada de trabajo.
Tati cuenta los cambios que generó el nuevo espacio: “Antes yo veía nenes que lloraban cuando era el corte de visita, no teníamos cómo entretener a la criatura y todas quedábamos hechas mierdas viendo eso, ahora a un nene le podemos decir ‘vení vamos a jugar acá afuera’, mientras se va la mamá y él ni lo nota. Es como una magia y es un cambio muy grande. El mural que tiene la plaza lo hicimos pensando en la unión y la fuerza, porque la familia lo primero que hace cuando llega es abrazarte y también cuando se va, ese abrazo es una motivación para que nosotras mismas podamos seguir con el día a día cuando nuestras familias se van.”
A un lado y otro de los muros
Ingeniería Sin Fronteras es una asociación civil con 12 años de trayectoria que realiza proyectos participativos en comunidades rurales, barrios populares y contextos de encierro. Hace cuatro años el Centro Universitario San Martín (CUSAM) convocó a la asociación porque las mujeres de la Unidad 46 querían un espacio para las niñeces que visitan a sus mamás. En 2020 realizaron el primer taller para comenzar el proyecto pero la pandemia, la burocracia del sistema penitenciario y la demora en los permisos hizo que la idea comience a materializarse dos años después.
El complejo penitenciario de San Martín ubicado en la localidad de José León Suárez está integrado por las Unidades N° 46, 47 y 48, en esta última unidad funciona desde el 2008 el Centro Universitario San Martín (CUSAM), un espacio educativo creado por la Universidad Nacional de San Martín. Allí se dictan las carreras de Sociología y Trabajo Social, Diplomatura en Arte y Gestión Cultural, además de distintos talleres artísticos y de oficios. A diferencia de otros espacios educativos que funcionan dentro de instituciones de encierro, en el CUSAM estudian las personas privadas de su libertad junto con trabajadorxs del Servicio Penitenciario Bonaerense.
Natalia Zlachevsky es antropóloga social e integrante del equipo de coordinación de Ingenierías Sin Fronteras, llegaron con la idea de construir un espacio de visitas y el concepto de plaza surgió de las chicas desde los primeros encuentros en los que el proyecto empezó a germinar. “Relevamos que era muy importante que haya espacio para caminar y eso fue lo que priorizamos, ya que, caminando uno puede tener conversaciones privadas sin que nadie las escuche, en cambio, cuando uno está sentado es más fácil escucharse unos a otros. Lo que también surgió en los primeros talleres de diseño fue que la plaza tenga un espacio de canchita y juegos tanto para los más chiquititos como para los más grandes”, explica.
Natalia asegura que el proyecto generó varios cambios en las mujeres que se encuentran en situación de encierro: “A nivel personal por el orgullo propio de haber hecho algo así, y a su vez, por la satisfacción de que hijos, padres, hermanas que las visitan sientan orgullo por ellas. También hubo transformaciones en el proceso de ejecución de la obra, todas coincidieron en que las transportaba al exterior, 'a la calle', se olvidaban de que estaban detenidas y eso tiene un efecto importante en el bienestar de las chicas. También se dio una transformación en el grupo del Pabellón 3 que ejecutó la obra, se generaron lazos entre ellas y una cohesión grupal. Eso se transmite en las visitas. Antes durante las visitas cada una estaba con su familia y no se hablaban entre ellas, eso cambió, ahora los chicos de una juegan con los chicos de otra, hay más diálogos y grupalidad. Fue espectacular el efecto entre ellas y también con las mujeres de otros pabellones, que si bien no estuvieron en la construcción, participaron en los talleres de diseño y en distintas instancias en las que pedimos representatividad de todos los pabellones. Incluso, he escuchado a mujeres de otros pabellones reconocer el esfuerzo que habían hecho en el pabellón 3.”
Este proyecto con el que soñaron las pibas privadas de su libertad contó además con la colaboración de la Municipalidad de San Martín y el Servicio Penitenciario Bonaerense, que articularon tareas para hacerlo viable.
Un oasis multicolor en medio de un desierto gris
La plaza tiene juegos colectivos, los diseñaron mujeres que no tienen hijxs y otras que sabían que el proyecto iba a tardar y no lo verían terminado. Lo hicieron por sus compañeras y sus niñxs, un acto de solidaridad que produjo cambios positivos en la convivencia.
“Da nostalgia que se haya terminado porque si bien el objetivo está cumplido y esto es para los chicos y las familias, también fue para nosotras. A mí me sacó mucho del contexto de encierro, me hacía bien venir acá, le pusimos mucha voluntad. Ahora mis hijos quieren venir, me quedó grabado el mensaje que me mandó uno de ellos donde me decía: 'cómo lograron tanto', cuenta R (se reseva su nombre por cuestiones judiciales) y agrega: “Aprendí cómo combinar colores, hacer distintos tonos, cómo organizar un espacio y muchas cosas más. Pudimos llegar a debatir entre los cuatro pabellones, llegamos a un acuerdo sin problemas, le buscamos la vuelta, nos fuimos conociendo, se crearon vínculos que nos quedan y eso es muy bueno porque formamos un lazo, una relación que quizás puede ser una amistad. El hecho de poder compartir todas juntas y haber llegado a algo que es para todas, me pone muy contenta.
R tiene dos hijos, uno de 12 y otro de ocho. “He visto chicos que no quieren venir y una como mamá se siente mal, pero entiende y respeta la decisión de sus hijos. Ahora los chicos vienen y quizás no se quieren ir porque lo que menos sienten es que están en una cárcel, algo que a nosotras mismas nos pasaba cuando veníamos a trabajar y hacer las cosas de la plaza. Acá cada una tiene sus propios sufrimientos, dolencias y tristezas, tratamos de ser tolerantes y comprensivas entre nosotras, vivimos juntas, nos conocemos. Si una compañera está mal no es que quiera pelear, quizás, necesita un abrazo. Nosotras necesitamos contención, a veces nos encerramos mucho y la tristeza siempre está porque una extraña, pero el compañerismo es fundamental y lo que veo en todas las chicas es que son personas que realmente quieren mejorar.”
Que en un penal haya un pedacito de paredes verdes, amarillas y rojas, juegos y plantas, a simple vista es disruptivo pero en la inmensidad de ese lugar lleno de rejas y candados parecería que no cambia demasiado, sin embargo, ese pequeño oasis multicolor en medio de un desierto gris hace que las niñeces se olviden por un rato que sus mamás no viven con ellxs y que el adiós de cada visita sea menos doloroso. Cuando las mujeres se alejan, las niñeces se quedan entretenidxs, jugando en la plaza y viven ese momento como una experiencia más amena.
La plaza es una iniciativa inédita que debería replicarse en todas las unidades penitenciarias. El proyecto va a continuar con la intervención del salón de usos múltiples, donde reciben visitas y además tendrá una tercera etapa en la que se proponen mejorar el ingreso al penal y la requisa para que la experiencia entera de las niñeces tenga en cuenta las necesidades de lxs más pequeñxs.
Falta mucho por cambiar, falta que las mujeres del penal tengan igual acceso a los talleres y a las carreras de grado como los varones, algo que aún continúa siendo desigual. Sin perder de vista que las cárceles fueron construidas para hombres, los períodos de lactancia, la maternidad, menstruar, transicionar, son procesos que requieren condiciones específicas que jamás se tienen en cuenta en las instituciones de castigo y por eso, una plaza en un penal, puede cambiar muchas cosas.