Alex silenció el aviso de la pava sobre la hornalla por tercera vez en lo que iba de la última hora, u hora y media. Ya se había tomado un té, muy rico pero a solas. Esperaba a un muchacho con el que venía charlando por Grindr, alguien que le había hablado hacía unos días: un pendejo, 28 años, una es una señora mayor (pensó Alex). Lindo chico, cara de loco, pero bueno, ok, a ver qué pasa. Sigámosla que a lo mejor sale bien.
Alex andaba con una racha de pibes de más o menos esa edad que le escribían y al toque se copaban en juntarse a coger. Con éste habían estado hablando unos días sin avanzar mucho, y eso que onda había, pero y la cara de loco, igual está fuerte, bueno, ok. El chico insistía, insistía. Como venía de un barrio más o menos lejano teniendo otros incontables tipos cerca, y además en una noche de día hábil, Alex imaginaba trailers de películas protagonizadas juntos en su dormitorio (no exclusivamente)
El día anterior, cuando charlaron, este chico le había preguntado “¿cuándo nos vemos?” por quinta vez en 72 horas: aparentaba querer coordinar pero aflojaba rápido el impulso. Solía llamársele histeria. Y Alex tenía tiempo para perder... pero quizás no tanto. Hoy no puedo, ¿mañana?, listo, venite, ok.
Quedaron para después de la cena (Alex tenía natación después del trabajo). Tipo diez. Ordenó un poco el living y fue poniendo, un disco tras otro, la música que se le ocurría mejor fondo para cuando sonara el portero eléctrico y el muchacho subiese a su departamento. El aromatizador de ambientes blanco no chirriaba como el agua hirviendo.
Che… ya son las once. A ver qué onda este pibe.
Ah, sí, bueno, estoy saliendo.
Estoy en el subte.
Voy :)
Ya llego.
Estoy saliendo del subte.
A dos cuadrasss.
En la esquina.
Bueno, listo. Vuelvo a calentar agua. Tal vez suene un timbre. Tiene que estar por llegar.
El timbre sonó. Era Ezequiel. Alex bajó, los espejos del ascensor reencuadrándolo en mil facetas. Pasó la puerta intermedia del hall.
En la vereda no había nadie. Alex esperó, primero suponiendo que Ezequiel habría ido hasta el kiosco a comprar cigarrillos, después prefiriendo la confusión antes que el chasco. Le mandó un mensajito preguntando qué onda, todavía abajo. El 140 pasó casi lleno. Ezequiel no respondió rápido, y cuando lo hizo le dijo que como tenía hambre se había ido a comer algo, y que en realidad ya no tenía ganas de coger.
En su casa, el agua del té que no iban a tomar ya estaba hirviendo.