Todos los viernes desde que empecé preescolar la abuela me pasa a buscar por el jardín. Me encanta ir los viernes con la abuela Augusta. En casa, mamá y papá pelean. Y a la noche, mientras creen que duermo, mamá llora y él le grita que se calle, que va a despertar al nene.
Cuando viene a buscarme, la abu me lleva la mochila, me pregunta cómo me fue y me da un pan de queso para comer en el camino. Si el día está lindo, vamos a almorzar al restorán de la otra cuadra y me deja sentarme del lado de la ventana. Después de comer cruzamos al parque, doy dos vueltas a la calesita y nos vamos a su casa a pasar la tarde hasta que me vienen a buscar. Ahí tengo un cuarto para mí: el que era de mi papá. Todavía están los muebles de cuando era chico. Entre la cama y el escritorio naranja hay un estante con su colección de Matchbox. Tenía un montón. Ahora le quedan menos porque a veces me regala alguno de sorpresa. Papá me dijo que si me porto bien, cuando pase a primer grado me va a regalar el camión de bomberos que le pedí.
Después de lavarme los dientes, la abuela me rasca la espalda y me habla de mi papá. Me cuenta siempre lo mismo, pero cada vez le cambia algo: un día me dice que aprendió a andar en bicicleta a los tres años; y otro, que aprendió a los seis.
-Era calladito, pero qué carácter -se ríe-. Un día un compañerito le sacó la bicicleta. ¡Para qué!
A mí me aburre un poco, pero me gusta porque al ratito me duermo y cuando me despierto de la siesta me espera con el submarino y la torta de naranja con dulce de leche que me prepara Cintia. Una tarde no sé qué le pasó a Cintia y la abuela la tuvo que retar, cerró la puerta de la cocina y le gritó que cómo se olvida de sacar la torta del horno, que ya va a ver. Cintia volvió de la panadería, me sirvió medialunas y me pidió disculpas. Tenía los ojos colorados.
Mientras tomo la leche, la abuela Augusta me mira jugar con los autitos. No le gusta que ponga juguetes sobre el mantel, así que los pongo en la silla de al lado, donde se sientan mis muñecos. En casa, mamá sí me deja poner los autitos en la mesa mientras como. A veces me cuenta un cuento o cantamos las canciones del jardín. No es verdad que no me educa bien, como dice la abuela Augusta. Con la otra abuela también cantábamos, pero un día mi papá no la dejó verme más. Olvídese que tiene un nieto, le dijo, no sé por qué. Esa noche mis papás se pelearon hasta la mañana. Se gritaron tan fuerte que yo sabía que al otro día papá me iba a traer un Matchbox de sorpresa.
Pero hoy, que no es viernes, ¿por qué me viene a buscar la abuela Augusta? Está tan seria que parece más vieja. Parece una vieja mala. No me gusta así, no quiero ir con ella. Le estoy por decir que me duele la panza, que me lleve con mi mamá, pero ella me mira fuerte y yo me quedo callado.
-M´hijito, su mamá se descompuso, la llevaron al hospital.
Ahora me empieza a doler la panza de verdad.
-¿Qué le pasó?
-Usté es muy chiquito, ya le va a contar su papá.
-Abu, ¿qué tiene mami?
No quiero ir al restorán, no quiero comer ni ir al parque. Y menos, ir a su casa.
-Hasta que no termine la milanesa no nos vamos -me dice corriéndose el pelo de la cara. El pelo blanco como la bruja del cuento.
En la primera vuelta de calesita no aguanto más y vomito. Ella me limpia el buzo con cara de asco y me sube al caballo alto para la segunda vuelta. Sabe que no sé bajarme solo. El calesitero me está viendo llorar, qué vergüenza, qué va a decir mi papá si se entera. Cuando paso delante de él, mira para otro lado y me deja sacar la sortija. Nunca la agarré, ¿por qué me la da ahora? No me pone contento, capaz la abuela le contó que mamá está en el hospital: Pobrecito, désela, le habrá dicho. ¿Qué tiene mi mamá?
-Quiero ir a verla -le digo llorando cuando me baja-, no voy a dormir la siesta.
Ella me mira y no me contesta.
-Abu, por favor.
La mano que me lleva a empujones no es la de mi abuela Augusta. Cuando llegamos a su casa la manda a Cintia a bañarme para sacarme ese olor inmundo del buzo. Al salir del baño, Cintia me lleva a la cocina a tomar agua y escucho a mi abuela hablando bajito por teléfono en el living. Por el tono, sé que habla con mi papá.
-¿Cómo…? -le dice y se queda callada-. ¡Pero m´hijo, claro que se te fue la mano…! ¿Y ahora? Venís y se lo decís vos.
Me hago pis encima y vuelvo a vomitar. No sé dónde esconderme, si la abuela se entera se va a enojar más conmigo. Me pongo atrás del sillón, me tapo la cara con las manos y la espío por los agujeritos entre los dedos, pero ella me ve, se corre el pelo blanco de la frente y me sonríe normal, como la abuela de siempre.
-Quédese tranquilo, hijito -me acaricia la cabeza y me agarra fuerte la mano-, después que Cintia lo cambia y lo trae a la pieza, le rasco la espalda y me duerme una siestita, que al rato lo viene a buscar su papá. Parece que si se porta bien, hoy le va a regalar el camión de bomberos.