Una inusitada aparición cayó delante de las miradas atónitas entre el gentío del parque. Que belleza degradada había caído de un cielo tan ausente como un dios de paz. Quizás representaba un indulto trágico de un paraíso inexistente.

Las personas, temerosas, quedaron inmóviles frente a esta extrañeza peculiar. Lo distinto genera convulsión intima. Rechazo, una cierta alergia psicológica.

La criatura devenida en objeto de apreciación, aun no se había movilizado. Ni un gesto de vida. Era tan similar a las que la rodeaban, casi idéntica. Solo que había caído de forma apabullante en un dia de parque, donde la raza humana se recreaba monótonamente para sentir la pertenencia a una civilización en decadencia constante.

La tarde agonizaba frente al augurio de una noche otoñal fresca. El parque se fue despoblando mientras el sol divagaba hacia su confín misterioso. Quedaban los arboles, los juegos en el arenero, el planetario, los pájaros flotando en el aura del crepúsculo, el rio Paraná fluía salvaje hacia la inmensidad del océano.

La criatura humana seguía inmóvil en un contexto de vaciedad urbana cósmica. Cuando la noche cayo definitiva y las luces artificiales iluminaron la tierra y sus sortilegios, la criatura se torno tan humana como todas y todos los habitantes del barrio.

Luego se incorporo naturalmente caminando hacia la Avenida. Al ver las luces del Bar solo enfilo hacia una mesa, donde tras hilvanar una ceremonia intima de relajación, pidió una cerveza natural. Nadie percibió con extrañeza su presencia. Era una criatura más en el vendaval de la existencia, tan efímera, monótona como surrealista.

Como un relámpago fugaz trasmutó su idiosincrasia misteriosa hacia la normalidad que esclaviza hasta el hartazgo. A lo lejos, en un cielo fantasmal, brillaba la luna en su belleza pálida como testigo indescifrable.

Así se contemplan los comportamientos en los confines de una tierra amputada, con sus habitantes cómodamente adormecidos en sus aposentos, cautivos y caóticos.

Osvaldo S. Marrochi