“La patria no es una bandera ni una pistola, la patria es un niño que nos mira”, escribió la poeta española Gloria Fuertes, y Mariana Chiesa tomó esa frase para una de las xilografías de su muestra “Infancia y otras fronteras”, donde la artista reúne parte de su obra gráfica y textil. La infancia, ese tiempo-territorio que nos marca para siempre y al que siempre se vuelve de algún modo, es el eje que recorre la obra de esta artista, donde se reflejan recuerdos propios, recuerdos de otras infancias y también retazos de la infancia de Sara, su hija de 8 años.
Egresada de la Facultad de Bellas Artes de La Plata, Mariana es “grabadora, pintora e historietista”: las tres formas en que nombra su vocación de dibujante. El primer libro que ilustró es No hay tiempo para jugar, de la socióloga mexicana Sandra Arenal (editado por Media vaca, en 2004) que se conforma de cincuenta breves historias de niños y niñas trabajadores de la ciudad de Monterrey. En 2003, Mariana viajó a Monterrey y la familia Arenal la alojó en su casa. La mañana que llegó fue muy emotiva porque coincidió con el tercer aniversario de la muerte de Sandra. Ese día, Mariana acompañó a las dos hijas de Sandra al cementerio y entre las tres hundieron en la tierra las rosas rojas que habían llevado y formaron un corazón enorme al pie de la lápida. En Monterrey, Mariana hizo los retratos del libro de Arenal a partir de fotos y apuntes tomados en la calle, y que luego convirtió en grabados. Niñas maquiladoras, niños vendedores, niños albañiles. Mariana lxs encontraba en plazas, en la parada del autobús y a la salida de la escuela. Hacían fila para que ella lxs dibujara. “¿Qué cara le pongo a cada historia?”, se preguntaba. “Me interesaba saber a quién tenía adelante. No quería caer en ese regodeo de la pobreza, la vida dura, triste y miserable. Quería manifestar la ternura y la alegría más allá de las condiciones” dice.
Barcelona fue la primera ciudad a la que Mariana emigró, en 1997 cuando dejó La Plata. Ahora vive en Italia, cerca de Bologna, en una casa en la colina. “Es una zona de casas de fin de semana de los años ’60, vacías desde las varias crisis, así que sin vecinos, pero sí con animales que atraviesan los caminos y los alambrados, como ciervos, jabalíes y puercoespines”. Lejos de resultarle paradisíaco, cuenta que ese entorno le cuesta porque tiende a encerrarse y “la soledad del Apenino es bastante dura”. Pero paralelamente intenta, en esa aproximación a la naturaleza, aprovechar la mejor parte. Ese paisaje de bosque de castaños está presente en muchas escenas de Quasi ninna quasi nanna, otro de los libros de Mariana (Orecchio Acerbo, Roma 2013). Un homenaje a la canción de cuna como primera aproximación poética que se transmite. En este caso, creó tanto el texto como las ilustraciones. “El bosque, escenario de los cuentos de hadas, es un lugar donde todo puede suceder, y donde se abren espacios como claros”, grafica Mariana. Allí se sitúa Quasi ninna quasi nanna, donde Mariana se habla a sí misma a la vez que a su hija. “La nana parte del ritmo y del deseo de que el niño se duerma. El mundo de lo onírico y las distintas realidades se entrelazan y se superponen en una especie de vaivén acompasado”. Le interesa visibilizar cierta intimidad “a fin de atravesar normas y fronteras”. “Anclajes de mi propia historia y de la historia de mis antepasados”. Para Migrando –otro de sus libros (Orecchio Acerbo, Roma 2010)– se apoyó en su propia condición y en lo que pasaron sus abuelxs y bisabuelxs europeos cuyos países de origen “son los que ahora están cerrando fronteras, y cada vez más”. Migrando nació como un cortometraje y después se transformó en libro. Un libro espejo hecho solo de dibujos, que en la mitad es necesario girar para poder continuar la historia que se repite en el tiempo. Sin palabras, recorre los viajes de migrantes desde cientos de años atrás hasta los migrantes de hoy. “Migrar es un acto de coraje. Partir quiere decir dejar los afectos sin saber si será posible volverlos a encontrar”, subraya la autora. Las piezas en textil plantean cuestiones que tienen que ver con el género y la sexualidad. “¿Qué se que supone que hace que ciertas normas se consoliden y regulen la sexualidad excluyendo otros modos de vivir, de expresarse y de vincularse?”, se pregunta Mariana.
¿Por qué te interesa plasmar esos interrogantes?
–Hay una necesidad de contar. Tal vez para reparar, superar y entender cuestiones propias y cómo eso va mutando. Muchas veces sin querer construyo relatos de mi propia infancia. El conejo –presente en varias obras como si saltara de una a otra– y las muñecas son depositarios de tantos secretos, ¿no? ¿Qué cosas les habré contado?, ¿qué puedo construir alrededor de ese recuerdo? Es posible contar cosas de una misma que hagan eco en los demás.
Dar a conocer experiencias que cuenten y pongan en escena otros mundos…
–Sí. Y que puedan hacerse visibles. Tengo una fascinación por el tema del carnaval, las
máscaras, las identidades. El tema del amor, de la pareja. En la serie de textiles conviven seres mutantes que pueden identificarse como femeninos, como masculinos, o como una mezcla. ¿Por qué deseamos determinada cosa y no otra? ¿Cuáles son nuestras elecciones? En algunos casos la narración no es lineal, puede ser hermética o enrevesada y no tiene por qué ser unívoca.
¿Qué hay de tu propia historia en relación a la niñez?
–Muchas veces la memoria establece bloqueos que son estrategias para continuar viviendo. Con los años fui más consciente de otras violencias. A raíz de eso me enteré de algo que había sufrido de niña, cuestiones no dichas por la familia, por tabú, por miedo. Por eso pienso en esas normas que son tan tajantes. ¿Qué pasa cuando no encajás en esas normas? ¿Qué pasa cuando suceden esas violencias, cuando algo se rompe? ¿Cómo pesan? Sobre esas cosas me cuestiono. Me interesa lo que no puede fijarse, lo que está en permanente construcción, me gusta pensar en la posibilidad de abrir fronteras, de moverlas y rearticularlas. Ser madre de una niña me llevó a revivir mi propia experiencia de género y a seguir pretendiendo un mundo sin normativas heterodominantes. Y eso me lleva a seguir reflexionando acerca de esas normativas y a seguir combatiendo las políticas misóginas que aún nos coartan y nos oprimen.
Recorrer la obra de Mariana se parece a caminar entre infancias, géneros y cuestionamientos. “Veo que gracias a las voluntades de distintos colectivos hay cambios pero son más lentos que el deseo de modificación y de no discriminación. Todavía hay ciertos trabajos que son propios de hombres, y hay trabajos en donde las mujeres cobran menos. Aún se reivindica la juventud en las mujeres, y las mujeres adultas quedan subvaluadas, cosa que no ocurre con los hombres”. Ese llamado a la resistencia y a la lucha convive en la obra de Mariana. Su gusto por lo textil, por la costura y el bordado proviene del deseo de retomar una técnica ancestral ligada a las mujeres. “La posibilidad de agujerear la tela y de unir fragmentos. En la serie “Almazuelas migrantes”, hechas con restos de telas de distintos lugares, Mariana indaga en mitos, mestizajes, imaginerías y carnavales. “Desde lo personal, esta actividad de la costura está ligada a actividades de las mujeres de la familia, pero también a mi abuelo materno que confeccionaba camisas y provenía de la zona de las sierras de Cameros, en La Rioja, España, donde sigue persistiendo la artesanía de la almazuela que yo revisito en mis propias piezas”.
Infancias y otras fronteras
Museo de Arte y Memoria, calle 9 N° 984 entre 51 y 53, La Plata.
Hasta el 10 de noviembre.