El nivel de euforia del mercado de los últimos días de la semana pasada fue impactante. La bolsa porteña subió a un ritmo del 4 por ciento diario y las acciones ya triplican su valor en moneda dura respecto de los precios con los que se operaba en la segunda mitad del año pasado. Un clima que parece de revancha de los inversores luego de años de fuerte volatilidad con los activos bursátiles argentinos y de desplome del Merval.

El espectador que mira esta situación desde un satélite podría pensar que la Argentina atraviesa un momento de esplendor, con acciones de bancos, energía e incluso de la construcción generando ganancias siderales. Pero el que mira desde el punto de vista del pájaro que conoce de cerca el barro del bosque tiene claro que el panorama es totalmente distinto.

Las críticas sobre la estrategia de política económica del gobierno (monetaria, cambiaria y fiscal) ganan cada vez más espacio en la agenda e incluso economistas del establishment financiero empiezan a mostrar un tono de advertencia. Uno de los principales debates que volvió a tomar protagonismo los últimos días fue el de la apreciación cambiaria. Se trata de una discusión que en la Argentina parece estar siempre a flor de piel.

El punto no pasó desapercibido para el presidente Javier Milei, que en sus últimos discursos ante empresarios y en sus redes sociales decidió repetir una misma posición sobre este tema. Se preguntó si hay atraso y planteó que sólo un economista de “arrogancia extrema” podría afirmarlo.

Dólar

“Es imposible conocer todos los parámetros profundos (preferencias, tecnología y dotaciones) para toda la humanidad en el presente y en el futuro, por lo que sólo de casualidad un ser humano podría determinar el vector de los precios de equilibrio y con ello hablar de desvíos”, dijo.

Pero estas palabras, para justificar que el dólar no está apreciado, tienen el mismo componente de relato que los argumentos de los economistas arrogantes y sus modelos walrasianos. Al final de cuentas siempre vale la pena recordar que la economía puede pensarse como una rama más de la literatura.

El punto es que con pocos datos duros y algo de intuición parece ser suficiente para percibir que la estabilidad cambiaria pende de un hilo. Algunos de los elementos que aparecen a simple vista son los siguientes.

1) El campo aportará menos divisas de las pensadas por temas climáticos pero también porque espera una devaluación (y con el dólar financiero a 1000 pesos no le cierre el combo de exportación blend). Los trascendidos dicen que el complejo agropecuario liquidaría sólo 40 o 50 por ciento de la cosecha hasta que el tipo de cambio oficial no de un salto.

2) El campo tiene margen para hacerlo porque la caída de la tasa de interés en pesos le permite financiarse barato (en un contexto en el que las expectativas de devaluación empiezan a subir). Esto se debe a que el equipo económico redujo fuertemente la tasa de referencia, con la intención de seguir licuando el stock de pesos. La semana pasada la bajó a niveles del 50 por ciento anual.

Con esta política monetaria, las tasas que eran de más del 10 por ciento mensual ahora se mueven en torno del 4 por ciento. Se trata de una cifra cercana al 1 por ciento semanal que parece insignificante en un contexto en que la inflación apenas bajaría de los dos dígitos. Existen incentivos a la dolarización y se pone cada vez más en duda cualquier apuesta de carry.

3) Las señales de problemas en puerta también aparecen con la deuda en moneda local. Las entidades financieras comenzaron a desprenderse de títulos en pesos y parte del superávit fiscal del trimestre se habría esfumado por la necesidad de cubrir los derivados financieros (puts) vinculados a estos títulos. En la misma línea, el Tesoro dejó de mostrar tasas de roll over (refinanciamiento) superiores al 100 por ciento en sus últimas colocaciones.

4) Para terminar de redondear las inconsistencias cambiarias también puede observarse la economía real en lugar de los activos financieros. Luego del salto de la inflación de los últimos meses, los precios de los bienes que se comercializan en el mercado interno (medidos en dólares) quedaron igual o incluso más caros que en los países del primer mundo. Con salarios que son cuatro o cinco veces más bajos, no es difícil imaginar que la nueva configuración de la macro no cierra.