Identidad y resistencia. Frente al ataque a la cultura, y a sus múltiples formas de expresión, el teatro independiente continúa apostando a renovar la cartelera y ofrece propuestas que interpelan las fibras identitarias. Escrita y dirigida por la actriz Maggi Persíncola, Discépolis sube a escena con ese espíritu que combina humor y reflexión. La obra podrá verse todos los sábados de mayo a las 22.30 en la Sala González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543).
Interpretada por Mauro Altschuler, Roberto Bascoy, Sol Berzgal, Naty Iñón y Carlos Varela, y con música en vivo de Nicolás Cesario, la pieza retoma conceptos del antropólogo y filósofo Rodolfo Kusch a la vez que rinde tributo al poeta popular Enrique Santos Discépolo. Las décadas de 1920, 1930 y 1940 transcurren como trasfondo de una historia en la que coinciden diversos personajes. A través de ellos, la autora pone el foco en las problemáticas que la clase trabajadora vivió desde siempre. Y que ahora, más que nunca, se resignifican.
“Creo que el trabajo de los artistas debe ser de compromiso social y político. Es por ello que en cada proyecto teatral busco crear, expresar y generar un lugar de interpelación y entretenimiento. Fue con esa inquietud que descubrí la figura del filósofo y antropólogo argentino Rodolfo Kusch, quien planteó una filosofía latinoamericanista basada en los conceptos del estar, valorizar lo territorial, el mito y el sujeto latinoamericano. Y esos temas y problemáticas me sedujeron para zambullirme en esta obra”, cuenta la autora y directora Maggi Persíncola, quien agrega que eligió en esta ocasión el género del sainete porque representa una “expresión de nuestro patrimonio cultural que puede construir una química que atrape y divierta al público”.
-¿Por qué les interesó trabajar con las ideas de Rodolfo Kusch y homenajear al mismo tiempo a Enrique Santos Discépolo?
Maggi Persíncola: - Tanto Kusch como Discepolín tienen en común una poética que expresa nuestra identidad porteña y latinoamericana. Ambos coinciden en una ideología que sale del barro, de la exuberancia de nuestra naturaleza americana, de los excluidos, del arrabal y del tango. Estas poéticas expresan nuestros conflictos, miserias, cultura y virtudes en un sujeto latinoamericano que está aquí y ahora. Además, la obra se articula con la estética del artista Xul Solar, para plasmar la mística y hacer un anclaje en el paisaje urbano y porteño, y eso se ve en la escenografía y en los vestuarios.
-¿Qué conceptos advierten que unen a ambos pensadores?
Carlos Varela: -Ambos, sin haberse conocido, plantean un mismo conflicto y es el de pensar en un nosotros. Por eso, cada uno en su tiempo habló de lo comunitario y supo vivir en silencio el exilio interno solo por pensar que era posible otra sociedad. Discépolo conoció en carne viva la crueldad de sus pares por haber defendido una causa que él creía justa y lo mismo le sucedió a Kusch, quien por defender sus ideas tuvo que irse a vivir a Maimará, en Jujuy.
M.P.: -Kusch y Discépolo son la defensa de nuestro pueblo americano que se expresa a través del lenguaje lunfardo, el tango, el arrabal y la lucha de clases. Por eso en la obra, que es mestiza, se cruzan la tecnología, audiovisuales, música y tangos discepolianos cantados en vivo, con una escenografía móvil que se conjuga en un acontecimiento expresado con humor y picardía, y donde se muestran nuestras cuestiones existencialistas en un contexto histórico que se reactualiza crudamente en 2024. Las problemáticas y conflictos sociales y humanos del “Siglo XX Cambalache” siguen vigentes.
-Precisamente, el país atraviesa una aguda crisis económica y políticas que atacan de forma directa a la cultura. En ese marco, ¿cómo observan que dialoga esta obra con la actualidad?
C.V.: - Esta obra transcurre durante 1920 y la Década Infame, años a los que hoy se quiere regresar con el argumento de que eran años prósperos. Pero la pregunta sería: ¿para quiénes? Porque no fueron años prósperos para el pueblo trabajador. Hasta que en 1945 todo cambió, y ahí los grandes terratenientes no podían soportar que el peón exigiera un salario digno y que se lo exigiera con firmeza al patrón, mirándolo a la cara.
Naty Iñón: -La obra propone un gran intertextualidad entre pensamiento y acción, pasado y presente. Las crisis son una marca de nuestro país desde su fundación, por lo que, en un punto, no es novedosa la temática ni el contexto. Pero, por eso mismo, hacer esta obra, además de ejercer un derecho, es seguir permitiendo que la cultura cumpla su función, con un espejo de colores teatrales, musicales y filosóficos. Porque es ese espacio en donde nos miramos e intentamos entender nuestro habitar en sociedad en este país. Hacer una obra de teatro independiente es algo dificultoso en Buenos Aires, y eso se agudiza en un contexto de desfinanciamiento, desvalorización y de un ataque mediático que se hace desde el poder. Sin embargo, y por eso mismo, creo que hacer teatro hoy se hace más necesario, ya que en la cultura es donde está el germen de la resistencia y de la identidad que florece después de cada crisis.