Al ingresar al nuevo recorrido que desde junio de 2017 propone el Museo Evita, situado en Lafinur 2988, donde antaño hubo un altar, asoma una gran foto de Eva Perón vestida con pantalones, una camisa y una chaqueta holgada que en un gesto muy Coco Chanel parece haber tomado prestada del placard masculino; lleva el pelo suelto y poco maquillaje. Detrás de la fotografía de Pinélides Fusco asoma una vidriera sinuosa e iluminada con leds que contiene siete maniquíes provistos de cabezas con peinados chignon realizados por el escultor Sergio Lamana guiado por el experto en museografía Patricio López Méndez y cuya fisonomía reproduce las medidas exactas que tuvo su cuerpo y el talle 36 de sus zapatos. Los ojos de los maniquíes parecen parpadear y observar con sutileza al visitante, sus efectos animé surgieron como consecuencia de un “face mapping” de fotografías históricas del rostro de Eva y se inspiraron en algunos artilugios de una retrospectiva de Jean Paul Gaultier, pero en el contexto de Eva, lejos de las ironías, aportan vitalidad al recorte de la colección. Los siete trajes en exhibición van de un vestido estampado con puños de piqué -una versión libre de su estilo- y que podría hacer usado al arribar a Buenos Aires desde Los Toldos, pasando por un atuendo original de sus días como actriz del cine argentino; se trata de un vestido en chifón, cuello y puños bordados con apariencia de hojas que el vestuarista Thomas Hay ideó en 1945 para que Eva usara en el film La pródiga. El vestido que luce el tercer maniquí de la puesta alude a su días como Primera Dama y consiste en un vestido en crèpe de seda negro realizado a su medida por la casa de alta costura Bernarda (la maison porteña de Bernarda Meneses) y que Eva vistió en su gira por Europa en 1947.
La progresión y el desfile in situ del estilo Evita admite un tapado realizado en raso de seda, bordado con diseños símil hojas con hilos metálicos plateados, strass y lentejuelas con la etiqueta “Christian Dior”, Paris, 1951, y que fuera estrenado para la Gala del Teatro Colon el 25 de mayo del año en cuestión. El maniquí número siete lleva un modelo de la casa Marilú Bragance, que consiste en un vestido crudo con lunares negros en hilo de lino y admite una falda larga acampanada y botones en la espalda; a modo de accesorio lo acompaña una pelota de cuero y un par de zapatos bajos. Así vestida, en 1948, Eva dio el puntapié inicial de los Campeonatos Evita. Como estandarte de Eva y la política, el maniquí seis luce un traje de dos piezas de hilo texturado, con ribetes de terciopelo negro en las mangas y procedente de Jean Dessés, Paris. C. 1951. Al que usó en una recepción para el príncipe Bernardo de Holanda. Y a modo de emblema sartorial de la implementación del voto femenino emerge un traje en dos piezas de alpaca. Se compone de una chaqueta con dos filas de botones forrados en terciopelo al igual que el cuello y una falda recta, cuyo artífice fue el sastre Luis Agostino -temporada 1949-. Siete años de vida pública y política representados mediante siete trajes. Regida por ese disparador, la historiadora Marcela Gené, actual coordinadora del Museo Evita y artífice del nuevo guión curatorial que comienza a reflejar el museo de la calle Lafinur, señala: “Eva Duarte irrumpió en la vida política argentina entre 1945 y 1952. En sólo siete años entró para siempre en el corazón del pueblo peronista, en la memoria del pueblo argentino y en la historia universal. A través de siete atuendos se recorren las etapas de una trayectoria personal y pública que la convirtieron en una de las figuras políticas más importantes de su tiempo. Considero que en estas siete Evas se sintetiza una historia de vida breve pero intensa: desde la joven que llegó a Buenos Aires en 1935 soñando con ser actriz, hasta la Eva austera de traje “sastre” volcada enérgicamente al trabajo social. En medio, su porte de Primera Dama de gira por Europa sorprendiendo a jefes de Estado con la fortaleza de una personalidad desafiante. Una Eva bella e impactante acompañando a su esposo en las galas oficiales. Y la luchadora incansable recibiendo delegaciones obreras, atendiendo las demandas de los más humildes y comprometiéndose definitivamente con el amor por su pueblo. Considero que los conjuntos son una metáfora del cuerpo como también la evidencia de la construcción de su liderazgo político”. Consultada por el fashionismo explícito que devela su colección de ropa, Gené, también autora del libro Un mundo feliz, referido a un análisis de fotografías de los trabajadores en el primer peronismo, agrega: “A su regreso de Europa, Eva renueva su vestuario y Christian Dior, Pierre Balmain, Jacques Fath fueron algunos de sus modistos predilectos. Su belleza y juventud, su sofisticación en el vestir, no entorpecieron su labor infatigable en beneficio de los sectores más humildes: podía lucir como una estrella cinematográfica en las galas oficiales junto a su esposo y de día, desempeñar su tarea con ropa refinada pero austera. La imagen de “Evita Reina”, y su tan comentada elegancia conllevó también un ideal político. Las críticas arreciaron desde las filas de la oposición, ya fuese hacia el lujo de su vestuario como respecto de la suntuosidad del Hogar de la Empleada que sostenía la fundación Eva Perón: para ella la justicia social debía implicar también la democratización de los valores estéticos”.