El nombre del grupo surge de una alquimia entre significados: el de taba (por el juego de azar gauchesco), y el leros final de los Chalcha, grupo “boom” del folklore clásico, que los Tabaleros (tal la alquimia) tiene como referente, además de Los Fronterizos, Jaime Dávalos, los hermanos Abalos y Ariel Petrocelli, entre más. “Para poder hacer algo moderno, hay que entender lo que está hecho”, justifica Roberto Martínez, co fundador, cantor y guitarrista de la agrupación folk rock “cruda y enérgica” que tirará la Trastienda por la ventana hoy a las 23.30. “Lo de leros viene porque vivimos más fuerte las obras viejas del folklore que las contemporáneas”, detalla él. Acá están, estas son –entonces– las fuentes musicales primarias de las que abrevan los Tabaleros. Pero también hay de las secundarias: Johnny Cash, el rock argentino viejo, The Beatles, Babasónicos, Dos Minutos y Ramones. “Son casi nuestra batea entera. Yo escuché antes a los Ramones que a los Chalchaleros, por ejemplo, y siempre recuerdo cuando Luca Prodan dijo que le llegaban más Yupanqui y Jaime Torres que Cerati y Miguel Mateos”, se planta el guitarrista. 

–Son dos figuras que el rock, en general, acepta y valora, sí. Pero no pasa lo mismo con Chalchaleros.

–Ahí está el punto, sí. Cuando los fuimos a ver con mi hermano, eran tres viejos y un tipo de mediana edad con tres guitarras y un bombo, que nos atravesaron la cabeza con el sonido. Y eso tiene que ver con una intención, una fuerza y un concepto de cómo hacer las cosas. Ahí nos dimos cuenta que el rock no era solamente andar con campera de cuero o romper algo, sino con una postura. Ahí nos dimos cuenta que los Chalcha tienen más energía que muchas bandas de rock que parecen amigos dentistas más que rockeros.

La mirada a dos fronteras de los Tabaleros, que se traduce en sus músicas y sus iconografías, obedece también a un mandato de sangre. De madre tucumana y padre musiquero, los hermanos Martínez (el otro es José Luis), pasan los veranos allí y los inviernos en Buenos Aires. “Somos visitantes en todas partes”, se ríe uno de ellos. “Pero esto nos da oxígeno como para no quedar pegados a algo, y poder renovar en imágenes, en motivos, en la estructura de las canciones, y tomar al folklore como un formato para hacer canciones, no solamente baile. Tuvimos la suerte que, en nuestra familia, el folklore no se tomaba como algo grasa ni peyorativo, sino como algo con un valor genuino. Para cierta gente no es así, y por eso lo de taba, que se relaciona con lo bastardo, lo ilegal y lo prohibido”, dice Martínez, que anuncia el próximo recital bajo una impronta de ‘fiesta infierno’. “Crudo, energético y desmedido”, refrenda.

De cuarteto en los comienzos, Tabaleros devino en septeto más invitado. En el caso de Tuy (último disco a la fecha) el octavo Tabalero fue Daniel Ferretti, ejecutante de guitarra weissenborn. “Fuimos llegando a esta formación tras la idea de lograr una resolución fuerte de audio sin usar batería”, señala el violero, acerca de una tendencia que se metabolizará en Chuy (frío en quechua), sucesor de Tuy (caliente) que parirá sus canciones el próximo año. “Frío pero de fresco, no de invierno”, aclara Martínez. “Es como un bombuchazo de verano en la espalda, o como una cerveza bien helada en verano”. Bombuchazos sónicos que los Taba planean mostrar a través de ciertos aires litoraleños, como una chamarrita–chacarera cuyo destinatario es el pueblo paraguayo, u otra pieza (“Las tres”), en la que fusionan polca, galopa y ska. “Se puede ser polirrítmico en el folklore, porque nosotros creemos que todos los estilos devienen de la zamacueca, la marinera peruana. También estamos haciendo nuestra versión de “El arriero”, que tiene momentos de vidala y momentos de chacarera”

–No les falta intrepidez. Desde el rock, muchos piensan que la intervención rocker en “El Arriero” se agotó en Divididos.

–Todo bien con Divididos, pero ya está. Es más, nosotros sentimos mucha más aceptación desde el lado del rock que desde el lado del folklore, pese a que somos folkloristas manchados con rock. No sé, yo me crié en las peñas de Buenos Aires donde si tocabas rock te tiraban con un vino, o si ibas a un boliche y decías que hacías folklore eras un mersa... lo que está bueno de está generación, a la que uno tacha de falta de contenido e imaginación, es que escucha de todo.