Un remisero de Pergamino, Javier Pelourson, afirmó públicamente haber descubierto un artefacto metafísico para hacer llover o conjurar la caída de granizo, tornados e inundaciones. El cazatormentas hizo demostraciones en Youtube, fue convocado por agricultores de la provincia que pagaron una pequeña fortuna por sus servicios y explicó, con cierta opacidad, los mecanismos de su arte.

En Pergamino no todo el mundo respeta a Pelourson, que llegó a liderar la Cámara de Propietarios de Remises. Él llama a su talento “El Método” y si bien asegura que lo tiene desde 1997, recién en el verano de 2009 apareció en las noticias. Desolados por la sequía, varios productores rurales de la Cooperativa Agrícola de Ramallo, provincia de Buenos Aires, decidieron contratarlo. En radios y periódicos locales expuso las raíces metafísicas de su técnica. Por cada trabajo, deslizó, cobraba 50 mil pesos que los propietarios de tierras secas oblaron sin chistar ni dudar. En Ramallo muchos juraron, algunos sin ocultar su entusiasmo, que la técnica funcionó. No les importó que otros lo consideraran un charlatán.

Entrevistado por el periodista Leonardo Mirenda, Pelourson explicó que la Cooperativa Agrícola de Ramallo lo conchabó por la fama de éxito que cosechó en la ciudad de San Pedro. “El 7 de enero acordamos que ese mes tenía que llover cincuenta milímetros y otros tantos en febrero y en marzo. Esto fue para dar una base a mi trabajo y el método que utilizo. Más allá de la disparidad, han caído más de cincuenta milímetros. Yo tomo como referencia la cantidad de agua caída; en Ramallo ha sido de sesenta y una cantidad similar en San Pedro”. En su blog, abandonado en 2011, informó que en un noticiero local pronosticó lluvias en Ramallo “a partir del 12 de enero de 2009, y así cayeron entre diez y quince milímetros. Luego llovió el 15 de enero entre treinta y en algunos casos, cuarenta milímetros”.

Milímetros más, milímetros menos, Pelourson explica el método que le dio tantas satisfacciones: “Es una fórmula metafísica que uso sin depender de nadie. Cuando la aplico sobre la tormenta desactivo los núcleos que la forman y alimentan, y elimino la posibilidad de que se genere algún fenómeno en un alto porcentaje. Esta fórmula tiene que ver con la creencia y la fe. Le doy dos ejemplos: a) una persona por intermedio de la fe puede rezar un salmo para contrarrestar una tormenta, puede hacer tres cruces en la tierra o una cruz de sal, y b) Tengo una capacidad que me permite intervenir directamente en la tormenta de manera efectiva y voluntaria con resultados muy satisfactorios”.

Prohibido reírse

La actividad de Pelourson es parte de una tradición rica en personajes, historias y prodigios: el de pluvicultor o rainmaker , hacedor de lluvias, es un oficio tan viejo como la injusticia. Y hay pocas cosas tan injustas como el reparto, natural o divino, de los aguaceros. Cherokees, navajos y anasazis celebraban danzas rituales para atraer el espíritu de antiguos jefes tribales capaces de provocar lluvias y expulsar espíritus malignos. Un compañero de Freud, el psicoanalista Wilhelm Reich, creyó en una fuerza universal que liberaba los orgasmos sexuales: la energía orgónica. En 1940 diseñó un cañón, el acumulador de orgones, que generaba y destruía nubes para arrancar lluvias a voluntad. En 1954, Reich concluyó que el artilugio atraía platillos voladores, a los que llamaba Energía Alfa. Pronto empezaron los problemas. Sus pilotos, descubrió, espiaban su incomprendida actividad científica. Peter, el hijo de Wilhelm, recordó que el acumulador orgónico espantaba alienígenas. Una vez, explicó Peter, él mismo logró ganar una batalla. “Ha sido una operación buenísima –le dijo su padre–. Eres un magnífico soldadito; has descubierto una nueva manera de incapacitarlos. Estoy muy orgulloso de tí”.

La primera generación de rainmakers brotó durante las sequías que asolaron el  oeste norteamericano, a fines del siglo XIX. En 1871, Edward Powers sistematizó el arte de hacer llover en su libro La ciencia de la pluvicultura (1871). Charles Mallory Hatfield (1875-1958), un cuáquero que vendía máquinas de coser, también se atrevió a aplicar sus recetas. Pese a que tuvo igual cantidad de éxitos que de fracasos, la sequía convirtió a Hatfield y a sus acólitos en celebridades. La vida de Hatfield es tan fascinante que Burt Lancaster protagonizó una película que la cuenta, The Rainmaker, en 1956.

En 1916, la ciudad de San Diego organizó una colecta para pagar los diez mil dólares que Hatfield exigía a cambio de un buen chaparrón. El pionero, que evaporaba una mezcla química secreta en grandes tanques, levantó una torre para acercar su acelerador de humedad a las nubes. Durante diez días, una lluvia torrencial desbordó el río, arrastró varios puentes y reventó dos represas, que liberaron una tromba que ahogó a cincuenta personas. La inundación arrasó ganado, torres eléctricas y los canales que abastecían de agua a San Diego. Al tiempo, Hatfield quiso cobrar: si la ciudad no estuvo a la altura de la hazaña, no era su culpa. Pero la gente lo salió a buscar para lincharlo. El municipio le ofreció 4.000 dólares si se hacía cargo, pero los daños ascendían a 3,5 millones de dólares. Al final, un juez decidió que el diluvio fue “un acto divino”. No le creía a Hatfield, pero invocó a Dios para salir de la encrucijada.

Buenos Aires tuvo su Hatfield, el ingeniero Juan Baigorri Velar (1891-1972). En el altillo de su casa en Villa Luro, Baigorri atesoraba una máquina con dos perillas. La “A” provocaba tornados y ciclones y la “B”, lluvias intermitentes. Según Baigorri, el prototipo desataba un vendaval de ondas electromagnéticas que atraía las nubes. La gran historia comenzó el 2 de enero de 1939, cuando su principal detractor, Alfredo Galmarini, director del Servicio Meteorológico Nacional y notable promotor de las ciencias de la atmósfera, lo desafió a producir un chubasco. Baigorri entregó una nota al diario Crítica. “Como repuesta a la censura, regaló una lluvia a Buenos Aires el 2 de enero de 1939. Firmado: Ing. Baigorri Velar.” En un alarde de ironía, le dejó un paraguas a Calmarini “para el 2 de enero”. 

Esa tarde, en tipografía catástrofe, Crítica tituló: “Como lo pronosticó Baigorri, hoy llovió”.

En 1975, la psicóloga Ellen Langer bautizó al efecto detrás de estos fenómenos como “ilusión de control”, que es la tendencia humana de atribuir a hechos casuales acciones propias. Es la tentación de dar sentido a las coincidencias.

Un don personal

Cuando tuvo que explicar en qué consiste su método, Pelourson dijo que combinaba un don personal, ambiguamente relacionado con la parapsicología, con información del Servicio Meteorológico Nacional. En 2009 le confió al periodista Mirenda que usaba datos del SMN “para darle credibilidad” a su trabajo. “No hay una máquina o algo así, acá es cuestión de creer. Mi método es para crear tormentas, pero la naturaleza decide. Esto tiene que ver con la creencia a partir del método”.

Pelourson se esfumó durante trece años, pero hoy desea volver. En su página “CAZATORMENTAS: UNA ALTERNATIVA AL CLIMA EXTREMO”, almacena imágenes de nubes, tornados y astros celestes, y difunde noticias sobre su gran aliado en los días que corren, el calentamiento global.

En un video se refirió a la manipulación del clima. A propósito de una emisión del programa “Fenómenos” de TN emitido el 19 de abril, repudió la siembra de nubes con yoduro de plata que en Mendoza y San Luis usan para luchar contra el granizo, aumentar las precipitaciones y reducir la neblina. Según Pelourson, estas tecnologías dan pocos resultados. “Las provincias invierten muchísima plata y generan sequía”, pontificó.

Y destacó la sobrenaturalidad de El Método: “Tengo un don natural, una energía, un sexto sentido que me permite influir en el clima evitando fenómenos climáticos extremos, como es el tornado, granizo, inundación, y, en el caso de la sequía, generando condiciones de la atmósfera para que llueva. Lo he descubierto hace 24 años. Pueden poner mi nombre en Google. Ahí está toda la data".

Sólo le falta hacer un pronóstico para este 2024 tan lluvioso.

El autor es periodista y editor de FactorElBlog.com.