El genial escritor tucumano Tomás Eloy Martínez (1934-2010) solía afirmar que la literatura es uno de los medios más certeros para acercarse a la realidad política argentina. No solo porque frecuentemente nuestra realidad es de por sí novelesca, sino también porque la extravagancia y el surrealismo de los hechos históricos locales (se suele señalar que Argentina es un país surrealista) no parecen encontrar otro canal de manifestación más adecuado que la ficción. El propio Martínez supo plasmar esa realidad que parece salida de la más alucinante imaginación en obras maestras tales como La novela de Perón (1985), Santa Evita (1995) o Purgatorio (2010), entre otras.
Martínez solía destacar la inverosimilitud de un país que, tras una sucesión de golpes de Estado, incurre en la demasía de sentar en el sillón presidencial a una mujer de nula experiencia política influenciada por un cabo de policía con delirios ocultistas como sucedió en 1974 con Isabel Perón y José López Rega. Se suele recordar que el propio López Rega, antiguo escritor frustrado de libros de nigromancia, fue artífice de la Triple A, una organización parapolicial destinada a amenazar y a cazar comunistas y cuyos integrantes, víctimas evidentes de persecución paranoide, solían ver comunistas por todas partes (inauditamente en sus visiones hasta la vedette Susana Giménez atentaba contra la moral cristiana y capitalista y fue increpada por la organización a irse del país).
Pero, se suele olvidar que El Brujo fue el creador de una religión propia plasmada en la Iglesia Apostólica Latinoamericana y que, disfrazado de cardenal, hasta ordenó obispos e impartió la comunión a más de 4000 chicos de escuela. También fue el mentor del Altar de la Patria, un monumento con el que pensaba cerrar la mentada grieta reconciliando a todos los muertos de la historia argentina.
Martínez continuaba: un país en cuyos campos de concentración los verdugos obligaban a las víctimas (¡que fueron 30.000!) a que les escribieran los discursos y los artículos de propaganda para la prensa tal como se reveló en 1985 durante el juicio a los comandantes de la dictadura militar. Donde un general borracho, Leopoldo Fortunato Galtieri, planificó una guerra marítima contra una de las mayores potencias navales del mundo y convenció a la población de que la estaba ganando… ¿Con qué lenguaje contar estos hechos?, se preguntaba Martínez. ¿Con el de la historia, con el de la historiografía, con el de la sociología? Evidentemente no alcanza. Se precisa de estrategias más imaginativas y de mecanismos más laxos para intentar comprender una realidad alucinante que incluso excede los cánones del realismo mágico.
Si se evoca la extrañeza de este pasado ominoso -y por momentos increíble- es porque no por remanida deja de ser cierta la frase de que un país que no recuerda su pasado está condenado a repetirlo. El presente actual de mandatarios con pasado de artistas o intelectuales frustrados (muy lejos del afán de extrapolaciones directas, el propio Hitler era un pintor frustrado), ex astrólogas ejerciendo el poder detrás del trono, una cantidad nunca precisada de perros clonados, un biógrafo ignoto que señala que los homosexuales tienen una sexualidad desordenada, más propensos a propagar enfermedades y a tener existencias breves e infelices, entre tantas terroríficas ¿excentricidades?, podría resultar el ejemplo cumbre del cumplimiento del axioma de Marx de que, la historia se repite dos veces, una como tragedia y la otra como comedia.
Pero lejos está de provocar alguna risa el telón de fondo de la supuesta “comedia”: el ajuste económico más brutal emprendido contra la mayoría de la sociedad argentina y, por añadidura los peligros a los que está expuesta -y más pronto que tarde se hacen cruda realidad- la comunidad LGTBIQ+.
En este sentido, nos encontramos frente a un Estado que, en su afán “libertario” de no fomentar sexualidades desordenadas ni vidas breves e infelices, despide travestis y trans de sus puestos de trabajo, no respeta el cupo laboral trans, desarma el INADI, y que, además de reducir el presupuesto al "Programa de Respuesta Integral al VIH, infecciones de transmisión sexual, hepatitis virales, tuberculosis y lepra", insinúa y amenaza que puede llegar a no entregar más medicamentos a los infectados por HIV (ya muchas entregas se están retrasando). Tampoco puede pensarse por fuera del actual contexto propiciador de climas de odio que en el barrio de Barracas se arroje una bomba molotov contra un hotel donde vivían dos parejas de lesbianas.
Inmerso en la realidad latinoamericana, a lo largo de la historia Argentina precisó apelar a la creación de países imaginarios para dar cuenta de sus siniestros panoramas políticos y sociales. De esa manera, apelando a los mecanismos más flexibles de la ficción, en ocasiones la literatura supo poner el horror en palabras y los narradores relatar esos momentos en los que el quiebre emocional impide contar el horror. Así como el Macondo de Gabriel García Márquez remite a Colombia o el Santa María de Juan Carlos Onetti a Uruguay, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares inventaron a Aquilea, Osvaldo Soriano creó a Colonia Vela y nuestra loca eterna Manuel Puig imaginó Coronel Vallejos para hacer creíble la realidad de un país: Argentina. ¿Cuál será el país imaginario que sea representativo de esta era?
En el marco del espacio “Orgullo y Prejuicio” de la 48° Feria del Libro fui convocado a participar a una mesa con los escritores Pablo Pérez y Matías Máximo con la original e imaginativa propuesta de Nicolás Colfer de pensar la realidad actual a partir de un país imaginario de la literatura: Narnia. Por un lado, Narnia puede ser la tiránica monarquía y el mundo mágico y feliz de superávit fiscal y de derrota de la inflación que pregona el actual mandatario y que solo existe en su imaginación.
Pero, a su vez, el subtítulo del primer tomo de la novela de C.S. Lewis, “El león, la bruja y el armario” parece ajustarse precisa y premonitoriamente al presente contemporáneo local. En el presente histórico hay quien -aunque renegó de los autopercibimientos de las identidades no héteronomativas- se autopercibe león, pero que cual “gato mimoso” y lejos de la bondad de Aslan, tiene más semejanzas con Scar, el felino malvado de “El rey León” de Disney: suele mostrarse extremadamente furioso e indomable con los débiles e indefensos, pero bastante más complaciente, sumiso y obediente con los más poderosos de la selva global.
Hay no una bruja sino, como en el “Macbeth” de Shakespeare al menos un trío de “hermanas fatídicas”: una astróloga que parece representar la versión aggiornada del gran Astrólogo de la literatura argentina inmortalizado por Roberto Arlt en “Los siete locos” y “Los lanzallamas”; hay, la que, evocando al Nicolás Colfer de la novela “La guerra del Paraguay” (2014) podemos llamar la “BichaCruel”, la amiga de los milicos que reivindica la teoría de los demonios; hay la “Señora Limón”, tan amarilla como agria. (Puede ser un cuarteto si sumamos a la Licenciada Mondongo que sostiene las brillantes teorías científicas de que los viejos no precisan de beneficios porque igualmente se van a morir y de que todos los chinos son iguales).
Y finalmente evidentemente hay armarios que, como para las identidades LGTBIQ+, ofician de metonimia de sexualidades reprimidas. ¿Habrá, entre otras sexualidades diversas, en esta realidad ominosamente fantástica un “matrimonio de hermanos” gorilas análogos a los de “Casa Tomada” de Julio Cortázar? A su vez, las noticias dan cuenta, que los armarios también esconden otros secretos menos sexuales y más económicamente redituables.
Durante el transcurso de la mesa que se sucedió el pasado 26 de abril, Colfer hizo una apreciación ajustada, provocativa e iluminadora. En la imaginería LGTBIQ+, las brujas, lejos de ser las malvadas son las heroínas de los cuentos de hadas. Según nuestra postura, en las ficciones infantiles, las brujas no son naturalmente malas, sino que solo lo son al contacto con la sociedad.
Son distintas a la mayoría -en carácter, vestuario, humor-, en tanto tal sin ninguna oportunidad de ser amadas por los príncipes y en respuesta emprenden una redentora guerra contra las supuestas buenas y bellas a las que todo le sale bien. Por ello, siempre hemos estado del lado “Maléfica, “Úrsula” o “Cruella de Vil” de la vida. Reivindicar a las brujas es revindicar a las rebeldes, las diferentes, las solitarias, las raras, las quemadas en la hoguera, las subversivas, las discriminadas por la sociedad.
¿Por qué entonces, mi primer impulso fue asignar a la Astróloga, la BichaCruel, la Señorita Limón, la Licenciada Mondongo un papel que históricamente hemos adorado? Quizás porque, hay aspectos de esas “brujas” que actualmente ocupan puestos de poder que guarda afinidades e interpela a la comunidad LGTBIQ. Pero no solamente esas brujas, muchos de quienes accedieron a los más alto cargos son queer. Son “raros” como dijo Mirtha Legrand. Sin embargo, tal como señala Colfer, en sus rarezas sin empatías y plena de sentimientos impiadosos y capacidad destructiva encarnan la más pesadillesca y la peor versión imaginable de lo queer.
Tal como presagiaba otra obra literaria de la cultura masiva “se vienen tiempos oscuros” afrontarlos precisara poner en juego -como en el teatro under de la dictadura y los noventa-, la imaginación y la creación de la comunidad LGTBIQ+: el inefable humor y el desenfado de las trans, las maricas y las drag, la lúcida ironía de las lesbianas, la furia travesti, el brillo, el glamour y la risa de toda la comunidad frente a toda eventualidad…
Tendremos que invocar y conjurar los espíritus de Carlos Jáuregui, Batato Barea, Jorge Donn, Alejandro Urdapilleta, Cris Miró, Diana Sacayán, Lohana Berkins, Pamela Cobos entre otrxs para provocar la movida política y cultural de la barbarie, de lxs secularmente oprimidxs, de lxs “enfermxs” y monstruos de la sociedad capitalista, patriarcal y heteronormativa. Entonces, quizás, surgirá esa obra de teatro, esa performance, esa novela ¿de terror?, esa tragicomedia, esa sátira que permita dar cuenta de esta época terrible y se erija como campo cultural de resistencia contra la ignominia.
Mientras tanto, llenos de tristeza, de dolor y de bronca, mientras nuevamente tenemos que lamentar la muerte de compañeras lesbianas víctimas de crímenes de odio, el nombre del país imaginario que se me viene a la cabeza para intentar amortiguar esta realidad invivible es Narnia infernal.