En los últimos años, el problema de la inflación alcanzó en Argentina una envergadura desestabilizante. Las variaciones de precios llegaron a niveles inéditos y prácticamente sin comparación a nivel internacional.

La estadística histórica es elocuente, ya que en los últimos 90 años, apenas en 13 ocasiones Argentina alcanzó niveles de inflación semejantes a los de los últimos meses. Todos ellos corresponden a períodos que culminaron en severas crisis.

La consolidación de un régimen de alta inflación trajo aparejado graves problemas para la economía argentina. En primer lugar, la economía perdió su capacidad para planificar con algún grado de certeza la toma de decisiones y dejó de crecer. En segundo lugar, junto al estancamiento, la inflación se transformó en un promotor de la desigualdad. La erosión de ingresos de aquellos que no cuentan con mecanismos para preservarse de la inflación generalizó una sensación de inseguridad económica que se plasmó en los indicadores de pobreza y desigualdad.

En tercer lugar, el régimen de alta inflación erosionó la efectividad de la política pública. Bajo el gobierno anterior, las intervenciones del Estado se tornaban insostenibles antes de lograr algún efecto positivo sobre la economía real y la inflación. Se consagró así una curiosa paradoja: una coalición de gobierno que tenía su principal punto de acuerdo en la centralidad del Estado como rector del proceso económico, se mostró impotente para controlar el proceso económico. Se consolidó entonces un fuerte descrédito respecto de la política pública y el rol del Estado en el proceso inflacionario.

Alternativas

En este contexto, no sorprende que el gobierno de Javier Milei haya ubicado al combate de la inflación en el centro de su agenda económica. Por el contrario, es llamativo que al optar por una estrategia de desinflación “a cualquier costo”, que opera sobre una base social ya frágil y vulnerable, dicho enfoque carezca de alternativas claras.

Actualmente, no se identifican en el discurso público propuestas concretas muy diferentes al doloroso enfoque de políticas impulsado por el oficialismo. De hecho, la ausencia de propuestas alternativas parece convalidar la idea de que el actual proceso era inevitable.

Incluso quienes se diferencian del gobierno lo hacen mayormente de forma silenciosa y sin referirse a sus recetas respecto del proceso inflacionario. Así, se mantienen a la espera de que el propio éxito desinflacionario traiga consigo algún margen de descrédito debido a sus graves costos en materia de ingresos y actividad económica.

No faltan tampoco quienes sostienen, como el exviceministro de economía Gabriel Rubinstein, que “hubieran hecho prácticamente lo mismo”. En ambos casos emerge una curiosa coincidencia, debido a que se concede que la estrategia de desinflación elegida por el actual oficialismo sería la única posible.

A contramano de este acuerdo tácito, la experiencia histórica demuestra que programas como el actual son no sólo en extremo dolorosos, sino que suelen tornarse intolerables antes de alcanzar niveles de desinflación que permitan recuperar el sendero de estabilidad y crecimiento.

Asumir que la desinflación tiene costos es diametralmente distinto a asumir que se debe tolerar cualquier costo para bajar la inflación. Los caminos alternativos existen y la experiencia histórica de los programas de estabilización heterodoxa de la región son una muestra clara de su factibilidad y conveniencia.

La delicada situación social de nuestro país así como también los riesgos de implementación del programa en curso, obliga a explorar la viabilidad de caminos alternativos donde la búsqueda de la desinflación conviva con el objetivo de minimizar los costos sociales del programa.

Para ello, calibrar la velocidad y magnitud de los indispensables equilibrios macroeconómicos es fundamental, así también como recuperar la centralidad de dimensiones de la política económica hoy ausentes: esto es la estrategia de desindexación, la política de ingresos y la compensación social y contención de los sectores vulnerables.

Una estrategia de desinflación diferente no solo es posible, sino necesaria. El incómodo silencio actual convalida un programa económico que, en menos de cuatro meses, produjo contracciones de ingresos y actividad casi tan inéditas como las que diferencian los niveles de inflación de Argentina con el resto de la región. La discusión de alternativas es una pieza central que debería articular el debate económico.

* Economistas. Directores de CP Consultora