El dictum de la narradora de Volátil (Tusquets, 2023), la nueva novela de la escritora argentina Valentina Vidal, resuena en la cabeza de Lucía, la protagonista, como embates de taladro de obra o picotazos de pájaro carpintero, lejanos al grito de aves que cuelgan como joyas, según los versos de Anne Carson que sirven de epígrafe. Esos dichos también marcan el pulso en cada experiencia de lectura, sumándose a la construcción de la subjetividad femenina en problemas que Vidal elabora con maestría. Junto a esta narración interna se escuchan los ecos de una segunda persona que regula toda la trama, y se delinea así una franja delgada entre el imperativo con carga moral notable ("¿Ya te diste cuenta de que la mataste?") y el desfiguramiento que invoca signos de resistencia ("¿Cómo hacés para no confundirte? / ¿Cómo hacés vos para no dejarme de joder?").
¿Lucía se habla, se contesta, se aconseja, se reta, se acusa, se auto conmisera? ¡Cómo son las mujeres replicadas en espejo bajo la lente impasible de la foto de tapa! Importa quién habla, cuando hay que dilucidar si se cometió o no un crimen o cuando se debe castigar al responsable de casi matar a golpes a una mujer. Pero también a la literatura le importa la literatura y juega con eso que la hace específica, diferencial. La autora se enfrenta al riesgo de sostener una narración angulada desde un “vos” complejo, con no tantos antecedentes en la literatura argentina (algún cuento de Silvina Ocampo, la novela gráfica de Gabriela Cabezón Cámara, la ruta que traza Gloria Peirano entre hospitales, por dar diferentes ejemplos), que funde el monólogo en secuencias dialógicas y cadenas narrativas, incitando la pugna entre voces, enunciados, ideologías y cosmovisiones.
La dificultad que trae este dispositivo de enunciación, que en alguna de sus ocurrencias es vehículo de la conciencia maldita que parece salida de contratos sexoafectivos aún dominantes, el fraseo de una sintaxis intensa y el relato anticipado del gran acontecimiento del libro descansan en una narración que se va despejando poco a poco. Una cadencia justa para no atropellar ni enmarañar los varios hechos que suceden en la vida vulnerada de una joven, “petrificada en la misma actitud”, que intenta tomar atajos toda vez que queda suspendida en una maquinaria de violencias.
Lucía es una trabajadora disponible (oficinista y maquilladora) dentro de un sistema productivo neoliberal que desecha vidas en un soplo. También es una mujer acosada y maltratada por quien tenía que amarla, y una paciente con migrañas recurrentes que la hacen reptar hasta el telo más cercano con la misión de aislarse de la ciudad crispada, pero que la entregan a un viaje lisérgico. Ahora bien, estos acorralamientos históricos impuestos sobre las mujeres no operan aquí como excusa oportunista para que Vidal erija una heroína coyuntural, una Kill Bill del Plata, una loba que combina los versos de la poetisa con la de la cantante popular, una figura de la excepción o una “aguafiestas” feminista. Tampoco es una mártir. Se trata de una sensibilidad femenina con dobleces, con las bondades de la maldad de matar por accidente, con la suerte de afianzar amistades con otras mujeres salvadoras de los propios demonios, con el sometimiento necesario para que la sociedad y los estados la cuestionen como víctima de violencia de género, y con la libertad que da ser una más, aunque o porque no puedan jamás traspasarse esos diques de la vida cotidiana.
La protagonista maquilla rostros ajenos, sin distinción de género, y en ese proceso hace cosmética, es decir organiza el caos que dicen traen las arrugas, las manchas, las marcas de acné, las noches en vela, el sexo furioso, los días de excesos. En esa relación cuerpo a cuerpo, en ese barro que mezcla aromas, texturas, colores, densidades y hasta se siente el compás de las respiraciones, Lucía desordena su cosmos, hace lo contrario a lo que su oficio la obliga. En esa pequeña épica invertida, la mujer golpeada, la ciudadana acusada, la trabajadora explotada, la chica a la que le duele tanto la cabeza se encuentra con la escritura, que es otro modo del tatuaje, de la inscripción, del palimpsesto, bajo la forma de anotaciones aleatorias y superpuestas en un cuaderno (oraciones, palabras en inglés, modismos) que quedan ahí, volátiles, como polvo nomás.