Han pasado casi seis décadas desde que Faye Dunaway protagonizara Bonnie & Clyde en 1967, pero su papel de camarera de pueblo sigue figurando entre los más glamorosos de la historia del cine. Con su melena rubia, su lápiz labial rojo y su inconfundible aire de picardía, uno sabía que era problemática.
La Bonnie Parker de Dunaway, que se unió a Clyde Barrow (Warren Beatty) para cometer un crimen en la película, era una atracadora de bancos de la era de la Depresión y, sin embargo, con sus pómulos altos y sus ojos penetrantes, tenía un aplomo sin esfuerzo. Nadie podía llevar una boina y fumar un cigarro como ella. Incluso morir en medio de una lluvia de balas de ametralladora parecía chic, como una obra de arte vanguardista a cámara lenta. Ese fue su tercer largometraje y la convirtió en una estrella internacional.
La recién llegada era tan inconfundible ante la cámara como cualquier leyenda de Hollywood, como Greta Garbo o Joan Crawford (a la que más tarde encarnaría), y sin embargo también era completamente moderna, como si acabara de salir de una película de la nueva ola francesa rodada en la orilla izquierda. Beatty y ella se complementaban a la perfección. "Son jóvenes, están enamorados y matan gente", rezaba el eslogan publicitario de la película que, tras una accidentada llegada a los cines estadounidenses, se convirtió en un gran éxito.
No es de extrañar que la actriz nacida en Florida ganara múltiples premios y apareciera junto a los más grandes nombres de su época. A fines de los 60 y durante toda la década de los 70, estuvo en lo más alto de la lista A, trabajando con, y a menudo eclipsando, a actores como Beatty, Steve McQueen, Robert Redford, Dustin Hoffman, Marcello Mastroianni, Kirk Douglas, Jack Nicholson, Michael Caine y William Holden.
A sus 83 años, Dunaway acudirá a Cannes a fines de este mes para el estreno de Faye, el documental de Laurent Bouzereau sobre su vida y su carrera. La película producida por la cadena HBO incluye entrevistas con admiradores y colaboradores como Mickey Rourke, su coprotagonista en Mariposas de la noche (1987); James Gray, que la dirigió en La otra cara del crimen (2000); y Sharon Stone, a quien acompañó en el estreno de Bajos instintos. "Ahora sos una gran estrella y todos pueden besarte el culo", le dijo Dunaway después de que la película fuera recibida con entusiasmo. El documental también aborda los problemas de salud mental y el trastorno bipolar de Dunaway.
Un nuevo libro que hace el relato de uno de sus fracasos más notorios, With Love, Mommie Dearest: The Making of an Unintentional Camp Classic, se lanzará en breve. Network: Poder que mata (1976), por la que ganó un Oscar a la mejor actriz por su interpretación de una ejecutiva de televisión despiadadamente ambiciosa, se reestrenará este verano. Barrio Chino (1974), de Roman Polanski, con Dunaway como mujer fatal en Los Ángeles de los años 30, celebra su 50º aniversario.
La estrella de Bonnie & Clyde vuelve a estar en el candelero, donde muchos creen que debe estar. Es imposible, sin embargo, no darse cuenta de la forma desigual de su carrera o del hecho de que han pasado muchos años desde que hizo una película verdaderamente memorable. Después de Mamita querida (1981), donde interpretaba a la malévola madre Joan Crawford aterrorizando a su hija, los papeles protagonistas parecieron desaparecer de forma muy llamativa.
La historia de Dunaway es un ejemplo de cómo Hollywood margina a menudo a las mujeres fuertes. Rara vez aceptó papeles simpáticos y siempre se defendió, incluso contra directores autocráticos como Otto Preminger y Roman Polanski. Al final, fue castigada por su espíritu independiente.
"Empecé a interpretar a estas mujeres urbanas, sofisticadas y neuróticas", comentó Dunaway más tarde sobre los papeles "fuertes, que rompían las convenciones" que buscaba. "No era una estrellita, una belleza descerebrada". En lugar de eso, siempre le daban papeles que "rompían los moldes".
Nadie se quejó de sus interpretaciones. Aportó frialdad e ingenio a su papel de esbelta e imposiblemente glamorosa investigadora de seguros, "como una James Bond femenina, con vestido de diseño", como ella misma describió al personaje, siguiendo y enamorándose del elegante ladrón millonario McQueen en El caso Thomas Crown (1968). McQueen era conocido por robar escenas, pero ella lo iguala, jugada de ajedrez por jugada de ajedrez. Como la psicológicamente dañada Evelyn Mulwray en Barrio chino, al principio parece fría, arrogante y mimada, pero luego el público descubre los abusos sexuales que ha sufrido el personaje y lo vulnerable que es en realidad. En Poder que mata, la dura ejecutiva de televisión acaba convirtiéndose en una figura patética, alguien tan obsesionada con su carrera que es incapaz de detener la implosión de su vida privada.
A Dunaway tampoco le asustaba ir en una dirección poco convencional. Hizo de una alcohólica carismática pero sorprendentemente creíble, bebiendo con Rourke en Mariposas de la noche, y estuvo maravillosamente imperiosa y excéntrica como matriarca del desierto que tiene un romance con el mucho más joven Johnny Depp en El sueño de Arizona (1993), de Emir Kusturica.
A medida que crecía, se la tachaba de "difícil" y se la trataba como si fuera similar a los personajes torpes y francos que tan a menudo representaba en la pantalla. Se cuentan historias de su comportamiento prepotente y extraño en el set. Peter Biskind escribe en Easy Riders Raging Bulls que, durante el rodaje de Barrio chino, según varias fuentes, tenía "la costumbre de mear en las papeleras en lugar de dar un paseo hasta su caravana". Biskind reconoció que "cuando le preguntaron por sus hábitos urinarios", ella dijo que "no recordaba" haber ensuciado las papeleras, pero las habladurías se extendieron.
Como Dunaway deja claro en su autobiografía, su perfeccionismo también jugó continuamente en su contra. "El hecho es que un hombre puede ser difícil y la gente lo aplaude por intentar hacer un trabajo superior... y una mujer puede intentar hacerlo bien y es 'un grano en el culo'".
A medida que su fama aumentaba, ella retrocedía ante el nivel de atención pública que recibía y entonces se la acusaba de ser "fría". Los fans la admiraban sin llegar a simpatizar con ella y no se quedaron con ella cuando la rueda se volvió en su contra. Su papel de madre maltratadora en Mamita querida, biopic basado en un libro de la hija adoptiva de Joan Crawford, dañó claramente su reputación. "El personaje duro y quebradizo de Crawford se me había pegado", reconoció. Dunaway, que era una gran admiradora de Crawford, afirmó más tarde que cuando estaba rodando la película, podía sentir a Crawford sentada en la habitación a su lado. No es que la presencia fantasmal de Joan la ayudara mucho. Se trataba de una película de gran presupuesto que fue destrozada durante el proceso de montaje y rápidamente se convirtió en objeto de burla.
A. Ashley Hoff, autor del nuevo libro sobre la película, señaló recientemente en el podcast Air Mail que Mamita querida fue uno de los últimos de aquellos dramas de los años setenta centrados en el personaje, como Barrio chino y Poder que mata. "Vimos, a medida que avanzaban los ochenta, el auge de las superproducciones Spielbergianas cargadas de efectos especiales".
No había sitio para Dunaway en este nuevo mundo. Puede que interpretara a una villana megalómana en Supergirl (1984), pero no estaba hecha para las fantasías de trajes y capas. Los medios de comunicación se volvieron cada vez más hostiles hacia ella. Si se busca en Internet, encontraremos un montón de historias sobre sus supuestas payasadas a lo Cruella de Ville, enfureciéndose contra los miembros del equipo que se ponían en su línea de visión, abofeteando a los técnicos o haciendo llamadas telefónicas airadas.
Lo peor de todo es que, a mediados de los años noventa, Dunaway sufrió una disputa muy pública con el empresario musical británico Andrew Lloyd-Webber. Éste la había contratado para interpretar a Norma Desmond en la versión teatral de Sunset Boulevard, pero luego la despidió. Se corrió la voz de que su forma de cantar no estaba a la altura, pero ella presentó una demanda, alegando que la verdadera razón de su despido era que el espectáculo estaba perdiendo dinero y él buscaba una excusa para cerrarlo. Al final llegaron a un acuerdo, pero fue un episodio humillante.
En su autobiografía, Dunaway cuenta que trabajó con Bette Davis en el telefilm La desaparición de Aimee (1976) y que se peleó con ella. La leyenda de Hollywood estaba muy celosa de que Dunaway obtuviera el papel protagonista y se propuso socavarla. Años después, Davis seguía hablando mal de ella en tertulias televisivas. "Yo sólo era el blanco de su rabia ciega por el único pecado que Hollywood nunca perdona a sus protagonistas: envejecer", concluyó Dunaway sobre el comportamiento salvajemente antagónico de su compañera de reparto hacia ella.
Ahora, Dunaway se encuentra en la posición de Davis y ella misma se presenta como una veterana amargada. Pero no es así como la considera el productor y director italiano Louis Nero, que ha trabajado con ella en dos películas, The man who drew God (2022), que coprotagonizó junto a Franco Nero y Kevin Spacey, y The Rage (2008). Habla de su humildad y su amabilidad hacia él cuando era un joven cineasta. "Cuando la conocí, en 2008, comprendí inmediatamente que es una leyenda. Me hizo sentir muy cómodo", explica.
Está claro, sin embargo, que Dunaway se ha deslizado hacia un mundo crepuscular de películas de serie B y películas europeas de bajo presupuesto. Por eso son tan bienvenidas la reposición de Poder que mata (el próximo 28 de junio) y la proyección del nuevo documental en Cannes, entre el 14 y el 25 de mayo. Ya es hora de que el público recuerde la época anterior a Mamita querida, cuando Dunaway ofreció una serie de interpretaciones electrizantes en algunas de las mejores películas de la historia.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.