El Cementerio Municipal de Florencio Varela no se diferenciaría de otros cementerios del conurbano bonaerense si no fuera por la bóveda de Adrianita Taddey, la nena fallecida en 1969 a la que la religiosidad popular le adjudicó el estatus de santa. Cientos de personas visitan anualmente a la “santita”, para pedirle favores y agradecer por los milagros que les concedió.
Adriana Graciela Taddey nació el 4 de noviembre de 1958, en una familia católica de orígenes checoslovacos. Su madre, Antonia, aseguró que se anunció antes de nacer. Un día estaba jugando con su hija Liliana cuando escuchó la voz de una nena pequeña llamándola. Poco tiempo después nació Adrianita. Cuenta la historia que su mamá dijo, cuando estaban decidiendo su nombre: “ella va a ser santa”.
Adrianita fue una beba muy precoz. A los pocos meses de su nacimiento tenía ya la dentadura completa y balbuceó sus primeras palabras antes de cumplir un año. En las Pascuas de 1961 la niña, que tenía tres años y medio, comenzó a sentirse mal. La llevaron a una clínica barrial de Villa Vaettone donde le aplicaron una inyección. Adrianita se puso morada y perdió el conocimiento. Todos creyeron que había muerto. Cuando despertó, estaba parapléjica. La trasladaron al Hospital de Niños donde estuvo internada 56 días. Los médicos no le dieron esperanza. Pero una noche, increíblemente, todo cambió. Su mamá llegó por la mañana al hospital y la encontró rozagante. Adrianita le contó que por la noche la había visitado una señora alta, con vestido largo y el pelo también largo, y una cara muy linda, rodeada por un halo de luz. La señora le dijo a la nena que era la Virgen María y que iba a estar siempre a su lado cuidándola. Además, la llevó a pasear por un jardín donde había un gato muy grande. En efecto, en los jardines del hospital vivía un gato de gran tamaño. La nena nunca lo había visto.
Antonia, que era muy católica, decidió entonces llevar al hospital un puñado de medallas de la Virgen Milagrosa. Las puso debajo de la almohada de Adrianita. Cada vez que en la sala donde estaba internada ingresaba un chico enfermo, la niña pedía que pusieran una medallita debajo de su almohada. El niño se curaba milagrosamente. En el hospital comenzaron a llamarla “la santita”.
Cuando Adrianita pudo volver a su casa después de la internación, soportó su sufrimiento con paz y alegría. Jamás se quejó. Le decía a su mamá que no llorara al ver que no podía caminar, que Dios la había puesto en este mundo para confortar a los sufrientes. Que riera con ella porque la risa era un don sanador. Que la fe salvaba.
La nena comenzó a ser tratada por el Dr. Zurro. La familia de Adrianita abrió las puertas de su casa para que el médico atendiera allí a los niños pobres de Florencio Varela. A esa casa, también, empezaron a llegar peregrinos en busca de milagros.
Adrianita falleció el 4 de mayo de 1969. Según los diarios locales de la época, en el cielo se formó un corazón luminoso que se interpretó como un mensaje de la niña. Ya estaba junto a Dios.
Desde hace años, son muchas las personas que visitan su bóveda en el Cementerio de Florencio Varela. Son tantas las flores que le dejan que son removidas una vez al día. Su pequeño ataúd se encuentra detrás de una vitrina. Está rodeado de fotografías de diferentes momentos de su vida. Incluso hay una que la muestra dentro del cajón durante su velatorio y un montaje hecho a pedido de su madre donde se reconoce la clásica representación del Ángel de la Guarda pero con el rostro de Adrianita. Hay, también un buzón para depositar los pedidos. Los creyentes dejan en su bóveda, cubierta con placas de agradecimiento cartas, juguetes, souvenirs, hebillas para el pelo, cuadernos, rosarios e imágenes de la Virgen.
La religiosidad popular, la que está en la calle, le ha concedido a Adrianita Taddey la condición de santa. No importa que no haya sido canonizada. En el Conurbano sus devotos crecen día a día. Adrianita es una de ellos y comprende, como nadie, el sufrimiento del pueblo.