“Si no salimos de aquí nos vamos a convertir todos en ratas”, exclama aterrorizado uno de los pocos niños racionales y sensibles de El señor de las moscas (W. Golding, 1954). Esa distopía sobre un grupo de jovencitos educados que se animaliza de manera violenta (con solo dos excepciones) al estar obligados a convivir en una isla desierta. Lamentablemente la distopía animalesca se está realizando en la Argentina.
Varias de las metáforas del presidente refieren a la animalidad, también abundan las sexuales y las escatológicas. Hitler, por su parte, también apelaba a la animalidad degradante para descalificar a personas judías: piojos, pulgas, insectos inmundos. Estos discursos se materializan y produce efectos nefastos. Triste prueba de ello es la reciente agresión criminal lesbofóbica contra cuatro mujeres en una humilde pensión porteña. No es casual que hace pocos días la ultraderecha había hecho circular discursos de odio contra identidades sexuales no hegemónicas.
Ideario presidencial: legisladores ratas (sean del partido que sean), presidente auto percibido león y últimamente también halcón, al que su vicepresidenta convirtió en jamón (cerdo muerto). Pero hay más. Sus hijos son perros. Y uno de ellos, que está muerto, parece que lo asesora.
El león transforma a su hoy aliada y ayer odiada ministra de seguridad en halcón. Pero también es pato y supo ser guerrillera. Hoy se refugia en los tiernos brazos del felino ladino, pero perteneció a otro espacio totalmente identificado con la animalidad bastardeada: el neoliberalismo macrista que expulsó de la divisa nacional las representaciones de los héroes de la independencia. En su lugar entronizó animales con mala prensa. Excepto cuando borraron a Julio Argentino Roca -un genocida de pueblos originarios- y lo suplantaron por una majestuosa ave de altura.
El imaginario zoológico político no solo se construye para propios sino también para opositores y personas en general. Suele tornarse discurso violento. Gritar ¡burra! para agredir a una periodista o proferir obscenidades porque sí, sin más motivo que el morbo del expositor, como la alusión al tamaño del pene del burro en un discurso para escolares o contarle a pre adolescentes que sodomizó sin piedad a los asistentes de una cumbre poderosa.
¿Una descalificación animalesca anterior al libertarismo y también misógina? Yegua, dicho arrastrando la ye y apretando los dientes, como con bronca y junando. ¿Quiénes inventaron ese insulto a una lideresa popular? Otros “animales”, los gorilas, entre los cuales hay un alicaído líder gato. Siempre se es más tolerante con los varones. La animalización de la política cuanto más de derecha, más misógina, más homofóbica, más aporofóbica y más xenófoba.
Pingüino, por ejemplo, no llegó a ser necesariamente agraviante para referirse a Néstor Kirchner. Asumieron el apelativo desde aquí y desde allá, por supuesto que el tono y el contexto en el que se emite puede ser neutro, positivo o descalificativo.
¿Otra intolerancia llevada a lo animalesco negativo? Ser homosexual comparado con tener piojos o con hacer el amor con un elefante. La irrupción de tanta deshumanización y sarcasmo surgidos de quienes gobiernan desde el odio, insensibles al sufrimiento que causan, me remite a la degradación de las instituciones y la vulgarización de varias personas con cargos políticos. Gobiernan para enriquecer a los ricos y convertir en “moscas” al resto de la población. Tosca idiotez de la raza libertaria (“los chinos son todos iguales”) y censurable su desprecio de las normas y valores que nos sostenían como democracia.
Justamente El señor de las moscas -tanto el libro como sus versiones fílmicas- es una metáfora de una comunidad donde se revelan los más bajos instintos y la violencia de los animales racionales o animales políticos -tal como nos definió Aristóteles- desprecia la educación, las normas y la cultura corriéndose hacia lo selvático, imponiendo opresión y represión.
El equivalente en nuestra vida real es la libertad del mercado. Esta libertad ególatra es la cabeza de chancho llena de moscas que reinará, como en la novela, sobre los sobrevivientes de la crueldad y los obsecuentes cercanos a la bestia porcina maloliente y coronada de moscas.
El proyecto humanístico consideraba que la política evolucionaba desde un estado de salvajismo dominado por la anarquía y el individualismo; a un segundo estadio donde una personalidad autoritaria tomaría la responsabilidad de guiar a las tribus dispersas hacia una comunidad reglamentada, pero sometedora; y por último se llegaría a una democracia parlamentaria organizada con derechos, deberes y sufragios mediante los que se elegiría a un líder por mayoría. No obstante, nuestro sistema democrático se está deslizando hacia la oscuridad, en lugar de lograr una sociedad armónica estamos penetrando en la selva. “Que muera quien tiene que morir”.
Mientras la política se animaliza la democracia desaparece. Es preciso reconocer que comparar a personajes políticos con animales o sistemas de gobierno con sociedades animales tiene una larga tradición en la filosofía política -Aristóteles, Locke, Condillac, Rousseau- y en la socarronería popular: El Peludo, El Bulldog, La Morsa, La Rata, La Hormiguita, El Chancho, La Tortuga, además de las ya citadas La Yegua, El Gato, halcones, palomas y, más allá de lo animalesco, lo escatológico cuasi universal: negro o negra de mierda.
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La política argentina le debe un debate ético y social a la sociedad civil. ¿Qué es esto de festejar un supuesto déficit cero a costa del sufrimiento, la enfermedad, la muerte y el hambre del pueblo? Y luego decirle a una periodista extranjera que los problemas domésticos de “algunas personas” ni siquiera eran considerados desde su macroeconomía. La solidaridad y la ética se desvanecieron en el aire. Ahora nos asolan otras cuitas: un pueblo saqueado por empresarios y economistas tan desatinados en sus ajustes como deshumanizados en el ejercicio del poder. Parangonando al niño racional y sensible de El señor de las moscas, podríamos asegurar que, o nos movilizamos para que se pueda cambiar el rumbo de esta política animalesca (en el mal sentido de la palabra), o nos convertiremos en ratas regenteadas tiránicamente por un emblema que no es la Constitución sino una cabeza de cerdo podrida.