Huellas en el campo de La Isla, de Walter Reartes, se suma a la colección Tesón, Bravura y Rebeldía de El Guadal Editora. La presentación del libro se realizará el día viernes 10 de mayo a las 19: 00 h, en el Salón Calchaquí, y contará con la participación de Alejandro Haber, Itatí Álvarez Ortega y Luis Bazán.

Walter Reartes, es docente e historiador; a lo largo del libro se enfrenta por los menos a dos modos de producción y conocimientos: el de la ciudad/academia y el del campo/pueblo. Walter recoge (como se recogen las algarrobas) las memorias colectivas entrelazadas entre Huaco y La Isla (Andalgalá).

La Isla es una localidad de la que decenas de familias de hacheros y carboneros sufrieron el desarraigo como consecuencia de la deforestación masiva, de promesas de progreso y desarrollo. Huaco es el lugar donde actualmente vive una de estas familias, los Brizuela, que le mostrarán los caminos e historias de tierra adentro. En ese gran campo, como explica el autor, “aún moran y transitan seres vivos y espectros”. La Isla, que supo ser central en la producción económica local, hoy es “vestigio de violencia forestal y monumento de memoria”.

Entre Huaco y la Isla, desde la casa al campo, en varias idas y vueltas, el autor comprende que “allí las huellas de los caminos y del río, los árboles, la caza y los bichos, la leña y las carboneras, los escombros y los espectros, los santos y no tan santos, los dioses y diablos, forjan el pensamiento. Descansar y conversar debajo las ramas de un algarrobo en el campo te conecta con otras historias”.

Al correrse de la investigación con pretensiones objetivas, y construir conversaciones afectivas, con amigos, parientes y familias, Walter se ve afectado al intuir “que estaba frente a otro modo de entender el tiempo y el espacio, otra manera de relacionarse con el mundo, un modo totalmente diferente de entender la historia”. Donde todos los relatos se constituyen en “fragmentos de una gran historia jamás contada, o quizás contada solo entre ellos”, porque como un compañero de salidas al campo le dice a Walter: “son las historias que pasamos nosotros”. Reartes se vuelve heredero de este saber y escribe el espacio vital, intimo, de la gente de campo.

Huellas en el campo de la Isla es también el registro de las “mudanzas y crisis epistémicas, respecto al sujeto que investiga, a lo que se constituye como objeto, y al modo en que construye el conocimiento”. Walter, que también es de Andalgalá, narra esa violencia epistémica que se da en el tránsito del pueblo a la ciudad, del campo a la academia, y con espíritu de algarrobo regresa por el dulzor de las ramas cuando se aproxima el Carnaval, y retorna al pueblo, al campo, y a esos modos locales de conocer y comprender, de narrar y mostrar. Pero la obra es también un homenaje a las familias de hacheros y carboneros, y a los bosques de algarrobas que se resisten a desaparecer, a esos árboles que también tienen historias.

Hay dos historias marginales en la obra de Walter que son muy atractivas: Tupito y Lafone Quevedo. Tupito es un hachero muerto, comido por un camión y el camino, santito popular al que los puesteros ofrendan y ruegan. Tupito habita en el campo y cuida la memoria del lugar, pues cuando se pasa por frente a su tumbita, “siempre se le debe saludar, pues nada le disgusta más que el olvido. Se sabe que puede cumplir favores, los cuales siempre son benignos; a cambio solo pide que de vez en cuando se lo visite”. Este obrero muerto al que le disgusta el olvido es un símbolo de las historias olvidadas, perdidas (de los olvidados y vencidos), que aún reclaman a gritos ser narradas.

Por otra parte, Reartes, a partir del saber de la historia colectiva local desmitifica la historia académica. Poco a poco “la importancia de Pilciao y la enorme figura de Lafone Quevedo” que ha aprendido en la Universidad se trastocan, cuando se devela, a partir de lo que dicen los pobladores de Andalgalá, la relación entre la extracción minera, los incansables hornos del ingenio de fundición y la tala indiscriminada de árboles nativos; vínculo que se materializa también entre el lujo de la mansión de Lafone Quevedo, con muebles de madera y parqué, y las condiciones humildes de vida de los obreros. Las ruinas de Pilciao y Lafone Quevedo se convierten en símbolos, en escombros de progresos ajenos, en huella de la explotación irracional del territorio, y por todo esto, en caso testigo de similares emprendimientos a lo largo y ancho de la historia.

En estas páginas León Cecenarro entra en diálogo con Vervoorst, Raúl Bazán con Kalama Tropical, Lefevre con Hermética; y Kusch, Mariátegui, Martí, Reinaga y Cusicanqui, son convidados mientras se canta con los Manseros Santiagueños o Roberto Cantos; y Navarro Santa Ana, Alejandro Haber y José Luis Grosso son convocados a dialogar mientras suenan Los Fronterizos, Gary y Los Palmareños.