Javier Milei dijo en el Instituto Milken que “Argentina tiene todas las condiciones para ser la nueva Meca de Occidente”. Tras abrazar la bandera de Israel (literal) nos comparó con la ciudad sagrada de los musulmanes, donde el ingreso está prohibido, y solo es noticia en occidente cuando ocurren estampidas fatales estilo “puerta 12”. Quizás no sea el mejor ejemplo para tentar inversores.
En otro arranque de metropolitanismo histórico, unió un pedido de auxilio con una promesa imperial: “Ayúdenme, ustedes, que son el progreso humano encarnado, a hacer de la Argentina la nueva Roma del Siglo XXI”. No es el primer austríaco que cree estar comenzando un imperio milenario. Pero cabria recordar que la civilización romana, aquella que dio origen a la res pública, el alma política que exhumaron los estados modernos, también construyó la materialidad urbana de occidente a través de la proliferación de las grandes obras de infraestructura: acueductos, cloacas, baños públicos, vías, puentes, túneles, puertos, teatros, estadios, y enormes edificios para la administración de la cosa pública.
Sin embargo, Milei, auto percibido en sus ejemplos como un mesías “de la nueva Meca” o un emperador “de la nueva Roma”, se jacta de haber cortado de cuajo la obra pública. Desde que asumió se dejaron de financiar más de 2100 proyectos. Gustavo Weiss, presidente de la Cámara Argentina de la Construcción (CAC), cree que son entre 3500 y 4000, y que el sector perdió más de 100.000 empleos. Según ASAP, en el primer trimestre el recorte en el gasto de capital fue del 83,4 por ciento interanual. En marzo, la Inversión Real Directa se contrajo un 85,2 por ciento interanual, lo cual “equivale a detener por completo estas inversiones”. En lo que va del año, las transferencias de capital a las provincias cayeron 86,5 por ciento; a las empresas y fondos fiduciarios 75,4 por ciento. En marzo 2023, Corredores Viales había recibido 5085 millones de pesos; Transporte Ferroviario 3920 millones; y AySA 10.803 millones; en marzo 2024 recibieron cero pesos.
En el sector privado una obra en mal estado acarrea una responsabilidad civil. En las sociedades de masas dejar caer la infraestructura es criminal y afecta los intereses nacionales. Los organismos internacionales exigen en sus manuales que los proyectos, además del cálculo económico estimen un cálculo social, es decir, valuar el escenario con y sin proyecto. Por lo general, hacer la inversión termina siendo la elección más económica. Hablando de obligaciones penales, esos organismos no tardarán en reclamar las obras físicas que nos financian con divisas, como ya lo hizo el PNUD con los comedores.
Al emperador Calígula (“zapatitos”) le decían el loco porque le irritaba que tosieran, se casó con su hermana, y quiso nombrar cónsul a su caballo. Nuestro Calígula criollo dijo a los inversores: “Hemos puesto hombres en la Luna y ahora miramos a Marte. Y lo hemos hecho gracias a la ambición, la creatividad y el optimismo de hombres como ustedes”. Pero ¡si hasta los niños saben que fue la NASA!, ¡con presupuesto público! Quo vadis, Argentina?
Andrés Asiain y Rodrigo López