Hay edificios que parece que alguien los odiara, y la escuela Pellegrini, de Entre Ríos al 1300, es uno. Por muchísimos años un atorrante se ganó muy buenos duros usando su enorme frente como pancarta política de alquiler. Como si fuera el dueño y con impunidad completa, tomaba el basamento del noble edificio, que toma toda la cuadra, y hacía sus pintadas a la cal. No era algo partidario, porque el mismo atorrante pintaba a tirios y troyanos sin problema alguno, y por mucho tiempo firmaba con un celular. El programa de renovación de la avenida parece haber persuadido al atorrante en cuestión de que se busque otro telón. Pero el ministerio de Educación porteño evidentemente le tiene inquina al palacio. Primero, sin dar explicación alguna, retiró sus famosas puertas de bronce, las que muestran la historia de la educación argentina y son una notable pieza de arte urbano. Se supo que no las habían robado porque alguien en el gobierno porteño, harto del tonto silencio, hizo correr por las redes que las estaban restaurando. Cuando terminaron, las colocaron en la biblioteca docente en el centro del edificio, lejos de los ojos de nadie. Una pieza de arte público escondida para pocos, con la atendible excusa del constante vandalismo... Y esta semana volvieron a la carga contra la pobre Pellegrini, atacando su frente de piedra y símil piedra con materiales que no se deben usar, como prueba la foto tomada este martes por un paseante que sabe de estas cosas. De paso, una advertencia al zoncito que aprobó la obra o la mandó a hacer: por ley nacional, los edificios propiedad del Estado en cualquier instancia o nivel que tengan cincuenta años o más son considerados patrimonio y deben ser tratados según las reglas del arte. No hacerlo es un delito accionable y un incumplimiento de los deberes de funcionario público.
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