Al entrar en la galería Ruth Benzacar se puede ver una serie de carros-jaulas que contienen esculturas fálicas. Hay también objetos que cuelgan en las paredes y que condensan el universo indeleble del gran artista rosarino Carlos Herrera, que para esta exposición firma como Carlos Herrera & Colectivo Ave Miseria, un singular colectivo de una sola persona y que es también el avatar de su perfil de Instagram. Se trata de la imperdible Imágenes de mi pan, que se despliega en la sala principal de la galería, acompañada por un texto de Silvio Lang
Los carros-jaulas representan maternidades, el nacimiento del universo y autorretratos. “Un artista se retrata sin que aparezca su cara o su nariz, o su cuerpo, sino en la búsqueda de objetos representativos y en esa representación, tanto las ruedas como los carros, traen imágenes de la memoria”, dice Herrera. Y añade: “Representan lo poderoso de la imagen fálica. Es una representación literal del falo, del yo, y en este sentido lo que hacen estos carros-jaulas es trasladar estos falos, que son el mismo repetido siete veces, no está hecho con un molde. Congelan de algún modo en su ritual de viaje y traslado distintos momentos de mi memoria vinculados a temáticas que tienen que ver con la pareja, la muerte, el trabajo, la religión, el hogar y la familia”.
Lo autorreferencial es fundamental en la producción de Herrera. En sala se puede ver un video inspirado en una película de Fernando Birri. “Su película es clave para entender la problemática de las inundaciones que vivimos los santafesinos durante décadas. Lo plantea de un modo surrealista, poético, muy hermoso”, dice Herrera. En su video, pone el foco en el hervor de una hogaza de pan e indaga en la inundación simbólica (en esas experiencias que parecen colmarnos y superarnos sin salida) y reales. De las ruedas de bicicletas en las paredes cuelgan objetos de uso doméstico, peluches, cruces, flores, cucharas soperas, botellas, imágenes religiosas. Las ruedas expresan aquellas huellas del pasado, recuerdos, rastros de objetos que hemos usado: son como altares contemporáneos donde habitan emociones. Es necesario acercarse, mirar los detalles. Intuir caminos.
Herrera pertenece a una familia de floricultores. Tomó clases de dibujo y pintura con artistas del litoral. Y mientras se formaba, trabajó como asistente de florista y realizador de ikebanas y coronas funerarias. Lo mortuorio está fuertemente presente en su obra. Durante su prolífica carrera, realizó instalaciones, videos, performances y esculturas. Desde 2000, realizó numerosas muestras individuales y colectivas en Argentina y en el exterior. Expuso en el Museo de Arte Moderno Buenos Aires, en el Centro Cultural Rojas, y en el programa de Les Chalets de Tokyo de París, entre muchos otros.
El cuerpo, lo sexual y lo efímero son claves en su singular producción desde sus inicios: indagó en la pornografía, la alimentación y la manipulación de materia orgánica. Confeccionó collages con revistas pornográficas de los años ochenta y noventa. Realizó videos en escenarios de cartón en los que con sus manos manipuló frutas, verduras, carnes y líquidos al ritmo de óperas clásicas. En Temperatura perfecta, durante una década investigó y fotografió la vida de un grupo de jóvenes y adolescentes de un poblado periférico a la ciudad de Rosario. Construyó esculturas con restos de indumentaria y objetos entregados por los individuos estudiados. Les pidió a esos jóvenes objetos que pensaban desechar y luego los incluyó en una obra que presentó en la Bienal de Estambul, en 2011. En 2009 creó Autorretrato sobre mi muerte, en homenaje a su madre. “Esa obra trae una renovación en la manera de pensar mi contexto de vida. La muerte de mi madre fue algo repentino: me trajo un sacudón conceptual emotivo a todo mi ser, pero sobre todo a mis obras. Y de aquellas obras hasta la actualidad se desarrollaron diferentes proyectos en los que lo homoerótico sigue estando siempre presente, pero atravesadas por estas temáticas vinculadas con la muerte, con la memoria, con ese tiempo pasado familiar, con mis parejas”, dice Herrera, quien en el lapso de poco tiempo perdió a su padre y a su madre. Y agrega: “En mi caso, esos dos sucesos de la muerte de mis padres han sido muy energizantes. Tristes, de mucha rabia, de mucha potencia, como si algo de esas muertes hubiera traído vigor, fuerza, memoria. Tuve que reconstruirme a la fuerza: sentir que uno es el que sigue en la lista familiar”. En Autorretrato sobre mi muerte, que fue exhibido en 2011 y que marcó un antes y un después en su carrera, incluyó una bolsa de nylon semi-transparente con un par de zapatos, medias, una remera y dos calamares en proceso de descomposición. La obra ganó el Premio arteBA-Petrobras.
Cobre miseria mierda (realizado entre 2015 y 2016), en Benzacar, reunió el registro fotográfico de una performance y una serie de esculturas. Durante la performance a puertas cerradas, el artista comió pollo, durmió enroscado en una frazada sobre el suelo, lavó los pies y manos de su acompañante y dejó que lo lavaran, orinó en el piso de la galería y defecó. El registro fotográfico de esas acciones, realizado por la artista Flavia Da Rin, se exhibió en gran tamaño, con estilo publicitario. “El desafío estaba sobre mi cuerpo”, dice Herrera. “Allí decidí trabajar una relación con la muerte desprendida de mis padres y de ser tributos a la muerte de mis padres, y empezar a pensar de alguna manera en mi finitud. Los ataúdes, las mesas, las camas, los platos que invitan al ritual, y que también están exhibidos ahora en el Recoleta como parte de la muestra colectiva ¿Cuánto pesa el amor?, son un pensamiento sobre mi propia muerte. Un pensamiento más introspectivo, donde lo fálico de la muerte está representado por esos platos donde se pueden generar rituales de alimentación, de higiene, y están pensados estrictamente para mi cuerpo. De alguna manera, esas piezas contienen una performance silenciosa, implícita en la disposición que tienen los objetos y elementos que aparecen. En esa muestra se coagula una nueva emoción mía sobre mi propia muerte”.
En sala, entre una de las ruedas de una bicicleta se ve una flor roja y otra blanca, de esas que se llevan al cementerio, junto a un colador, una espátula y una imagen de Cristo. Escondidas entre carros-jaulas, y ruedas de bicicletas que son como altarcitos, esas flores condensan toda una vida.
Imágenes de mi pan se exhibe en la galería Ruth Benzacar, Juan Ramírez de Velasco 1287, de martes a sábado, de 14 a 19. Hasta el 15 de junio. Gratis.