En el año 1966 Truman Capote era una celebridad que excedía los contornos de la literatura. La publicación de A sangre fría, la escalada de sus ventas y la contagiosa sensación de que se estaba en presencia de algo nuevo en el mundo de las letras, lo convirtió de la noche a la mañana en el niño mimado de Nueva York. Agasajos, entrevistas, clases magistrales aquí y allá daban cuenta de una popularidad atípica para un escritor y consagraban la figura de Capote como un faro para lo que vendría en materia literaria, pero también como un exégeta de esa realeza urbana que se congregaba en el salón del Hotel Plaza para dar la bienvenida a una era inolvidable. Ese es el mundo que inmortalizó su libro póstumo Plegarias atendidas, cuya historia de gestación y las disputas en el círculo íntimo del escritor que originó su publicación a modo de adelanto en la revista Esquire, fueron la comidilla de la época. Feud: Capote vs. The Swans es la historia detrás de ese jugoso escándalo, pero también un retrato lúdico y audaz de los entresijos de aquella fama y frivolidad, amores y tragedias enredados en el talento único de un artista inmortal.

Estrenada en estos días en Star+, Capote vs. The Swans es la segunda temporada de la serie de antología creada por Ryan Murphy hace ya siete años. En aquel debut en 2017 la enemistad explorada por el insidioso creador era la que unió a Bette Davis y Joan Crawford en el set de ¿Qué pasó con Baby Jane? (1962) de Robert Aldrich. En esta ocasión, y luego de varias dilaciones para concretarla, Murphy cede la escritura del guión al dramaturgo Jon Robin Baitz (autor del guion de Stonewall en 2015), inspirada en el libro de Laurence Leamer sobre la relación de Capote y sus cisnes de la alta sociedad, y la dirección a Gus van Sant (en colaboración con Jennifer Lynch y Max Winkler). ¿La materia prima de la historia? Un tiempo que comienza en el año 1955, en el que Capote ingresa en el círculo íntimo de las deidades neoyorkinas a través de Babe Paley, ex editora de Vogue y esposa del dueño de la CBS, para convertirse en los veinte años siguientes en su amigo y confesor, pero también en el agudo observador de ese mundillo de almuerzos y traiciones. Y en ese tiempo la amistad de Capote y sus elegidas se convertirá en la letra de su última novela, en una guerra fría que consumió sus últimos años entre alcohol, pastillas y soledad.

Naomi Watts, Chloë Sevigny, y Diane Lane

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

¿Cuál era el verdadero talento de Truman? Ese es de los interrogantes que subyace al deleite de las idas y vueltas de su escritura en años posteriores a la publicación de A sangre fría. En ese mismo 1966 en el que su fama alcanzó la estratósfera había firmado un contrato con Random House para un nuevo libro que se llamaría Plegarias atendidas, inspirado en una cita de Santa Teresa: "Se derraman más lágrimas por las plegaras atendidas que por las no atendidas". El adelanto fue de 250 mil dólares y la fecha de entrega, el 1º de enero de 1968. Sería lo que En busca del tiempo perdido fue para Marcel Proust, un relato de vejez y melancolía y al mismo tiempo una exégesis divertida de ese paraíso mundano en la Costa Este. Capote ya era el entertainer de ese círculo desde hacía una década, pero su fama reciente lo convertía en el centro de una escena más amplia, el admirado de las fiestas y el artífice de los cotilleos, y sus cisnes lo veneraban por el solo hecho de tenerlo sentado a su mesa de La Côte Basque, el exclusivo restaurant de la calle 55. Ellas eran, además de Babe Paley, Slim Keith, la ex esposa de Howard Hawks y del productor teatral Leland Hayward; la ex actriz y diseñadora de moda CZ Guest; Lee Radziwill, hermana menor de Jacqueline Kennedy-Onasis; y algunas advenedizas tardías como la ex-modelo y presentadora Joanne Carson y la malograda Ann Woodward.

Pese a las promesas del escritor, el libro no llegó en 1968. Capote había pasado los años anteriores dando fiestas y entrevistas, viajando en jate por la costa azul, desfilando por los programas de televisión y las conferencias académicas, celebrando su reinado en el Baile de Blanco & Negro en el Plaza. Y sus cisnes compartían una mesa exclusiva en La Côte Basque, le contaban las dolorosas infidelidades de sus maridos, los reveses económicos, las infidencias domésticas, los secretos más escabrosos de la alta sociedad. Capote escuchaba con atención, tomaba notas dispersas, ensayaba con su aguda mirada una disección de ese mundo anhelado desde su temprana juventud, acariciado desde su llegada de Alabama a Nueva York. ¿Por qué decidió entonces traicionar a sus confidentes al publicar en 1975 el artículo "La Côte Basque" en la revista Esquire que desnudaba las peores miserias? ¿Era una inconsciente venganza contra aquellas que habían humillado el sureño aspiracionismo inculcado por su madre o la misma esencia de su talento como escritor revolucionario? Sus cisnes no lo entendieron, la afrenta fue devastadora. Y el destierro del escritor se convirtió en la puerta a ese tiempo perdido y melancólico al que tanto quería alcanzar, como Proust, al final de su vida.

Los cisnes de Truman

HISTORIAS DE AMOR Y VENGANZA

El primer episodio de la serie establece los tiempos principales. Un destello del último año en la vida de Truman Capote (interpretado por Tom Hollander con cierta gracia e histrionismo), en 1984, frente a una laguna donde desfilan un grupo de majestuosos cisnes. Más tarde, una breve viñeta del encuentro entre el escritor y la que sería la más amada entre los cisnes, la frágil Babe Paley (una flaquísima Naomi Watts), a bordo de un avión privado gracias a las gestiones del matrimonio de David O. Selnick y Jennifer Jones. Allí descubrimos cómo el famoso productor de Lo que el viento sugiere como invitado a "Truman" en una conversación con el magnate Paley, insistiendo en su atractivo como narrador de divertidas anécdotas, dotado de un humor y una chispa inigualable. Si bien para Paley el único Truman era el ex presidente de Estados Unidos, Harry Truman, la sorpresa del misterioso huésped deriva felizmente en algarabía y risotadas durante una elegante cena. En el medio, el tercer eslabón temporal se ubica en el año 1968, en plena crisis creativa de Capote bajo la presión de Radom House para la entrega de su libro. ¿Lo que vemos? La corrida a la casa de Babe cuando descubre los indicios escabrosos del reciente affaire de su marido con Happy Rockefeller, esposa del gobernador. ¿La solución de Truman? Siesta y un valium. "Lo único que tu marido ha herido es tu orgullo", le dirá él. "Tenés razón", contestará Babe, "la única persona que puede herirme verdaderamente sos vos". Y Truman lo hará en el regreso al presente de 1975, el año del escarnio y la expulsión del paraíso.

Como en muchas de sus ficciones, Ryan Murphy explora a través de Truman Capote y sus cisnes la poderosa relación que une a algunos hombres gay con mujeres glamorosas y dotadas de cierto aire de diva. Y el mismísimo corazón de ese interrogante está en la relación con Babe, aquella que lo ama profundamente y que se siente devastada frente a la traición. "El centro absoluto de mi mundo, el principio y el final", declarará él con honestidad, mientras sus propios amores van a los tumbos entre el devoto Jack Dunphy (Joe Mantello), que lucha para no verlo caer en la adicción, y el violento John O'Shea (Russell Tovey), un amante salido de los saunas y convertido en doloroso rostro de su decadencia. A Babe lo unen confidencias y secretos compartidos, pero también una amistad profunda que no necesita de la pasión sexual para extenderse como una mancha abrasiva. Demasiado perfecta para ser real, Babe Paley es el estandarte de esa comunidad de La Côte Basque, su atuendo impecable, sus joyas exquisitas, siempre a la moda, siempre en sintonía con lo que el mundo le reclama. La serie se sumerge en los entresijos de ese vínculo como si de un melodrama se tratara, un amor imposible no por matrimonios o prohibiciones, sino por la misma condición de Truman. La de escritor.

Pese al anhelo de reconciliación de Babe, no todas serán devotas del perdón. Slim Keith (extraordinaria Diane Lane) será la artífice de la venganza más despiadada. En 1976 encomienda a su amiga Liz Smith, periodista de New York Magazine, un artículo insidioso que busca desterrar a Capote de los círculos sociales, convertirlo en mala palabra en toda Nueva York y empujarlo al abismo del ninguneo. En la portada de la revista, una caricatura lo muestra como un caniche mordisqueando los dedos de una mujer en una fiesta. "Capote muerde la mano del que le da de comer", rezaba el titular. Smith se convertía en la vocera de la furia del grupo comandado por Slim y secundado con inicial firmeza por Lee Radziwill (Calista Flockhart) y con cierta indecisión por CZ Guest (Chloë Sevigny). La causa común les costó revelar las identidades que apenas aparecían veladas en el artículo de Esquire, y que habían precipitado el suicidio de Ann Woodward (Demi Moore), acusada de asesinar a su marido y encubrirlo. El remolino de la traición los unió a todos en un duelo prolongado que coincidió con la despedida de aquel tiempo único en Manhattan, en el que esta aristocracia del Este había definido un estilo de vida, un tiempo del arte y la moda, un pináculo para esas mundanidades que luego ya no le importarían a nadie.

Tom Hollander como Capote

OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

El final parece anunciado en los primeros minutos. La despedida de Truman Capote de sus amados cisnes a los que el destino y su filosa escritura han alejado de su vida. En esos años de crepúsculo habitan las sombras del genio que tanto interesan a Murphy, su mal humor y egoísmo, su imprevista generosidad con la hija de su brutal amante O'Shea, la tristeza por el cáncer que consume a Babe dejándolo sin despedida, la convicción de que ese arte que lo hizo grande se desdibuja en una ciudad que ya no es la misma. En ese juego de ida y vuelta al pasado, el relato elige las mejores estaciones en el derrotero de Truman Capote en los años 60 y 70: un capítulo entero dedicado al documental que filmó con los hermanos Albert y David Maysles; el célebre Baile de Blanco & Negro, cita infaltable para el jet set y la crême de Hollywood de la época; la cena de Acción de Gracias en la casa de Joanne Carson (Molly Ringwall) en Los Ángeles, contracara vulgar del mundo que Truman despedía.

Pero el fantasma que deambula por la vida de Truman Capote no es otro que el de su madre, arrullada por un rencor que hunde sus raíces en ese sur gótico y pegajoso del que nunca pudo escapar. El recuerdo del despertar literario en Otras voces, otros ámbitos, la conquista de Nueva York con Desayuno en Tiffany's y los suvenires de Audrey Hepburn, la hazaña de A sangre fría y la gestación del nuevo periodismo. Su madre está ahí para recordarle esa gloria pasada, aguijoneada por su propia vindicación, personificada en el rostro de Jessica Lange y la herencia de sus monstruos en las American Horror Story, parte de esa vena también morbosa de Murphy. Un fantasma de cuerpo presente en cada trago de whisky y en cada lágrima. Los chismes de sus cisnes parecen el antídoto, ahora arrebatado por la misma pluma que antes fue admirada. Un soplo de frivolidad como hálito de vida para resistir la crisis creativa, la tentación de las pastillas, los golpes de los ingratos amantes. "La Côte Basque" en Esquirecomo la más perversa de las declaraciones de amor.

Feud: Capote vs The Swans funciona como el Hollywood Babilonia del siglo XXI, una travesía a un tiempo de fama y secretos con el humor y la melancolía que autoriza la distancia. No hay cinismo alguno en ese retrato; cada uno de sus personajes, incluso los más lejanos, exuda una humanidad descarnada, una tibia malicia como salvavidas ante el olvido. Ryan Murphy y Jon Robin Baitz encuentran en la compleja figura de Truman Capote, en la audacia de su lenguaje y la valentía de su genio autodestructivo, un personaje fascinante en una época en la que costaba mucho romper tabúes y desafiar normas sociales. Capote no dejó nada en pie, así como la literatura acusó su influencia desde entonces, esa pequeña cohorte de cisnes atribulados por el desamor y la soledad lo eligió como su devoto confesor. Pero Capote se resistió a ser el mero bufón de sus reinas e hizo lo mejor que sabía hacer. Escribir. "La Côte Basque" le costó sus amistades pero le regaló la inmortalidad. Una plegaria bien atendida que derramó las lágrimas más verdaderas de su vida.

Afiche de la serie que se exhibe por Star+

Feud: Capote vs The Swans se puede ver en la plataforma Star+