Cuando entré a La Cueva y vi por primera vez ese ambiente de músicos jóvenes, casi todos de mi edad, hablando de cosas que yo desconocía como acordes mayores y menores, armonías y disonancias, el que más me llamó la atención fue Javier Martinez.
Enfundado en los anteojos de marco negro grueso, vestido todo de negro, alto, flaco y con un vozarrón penetrante, hablaba en máximas y frases que parecían aforismos para la historia.
“Escuchame, no tenemos por qué obedecer el metro patrón que está en un museo de Europa para nuestras medidas de distancia ni al sistema horario de 60 minutos y 24 horas que nos han impuesto. Nuestra vida náufraga nos permite nuevas libertades que tienen que tener nuevas medidas, inventadas por nosotros mismos. Por ejemplo: un ‘senever’ , que es el tiempo que pasa desde que me levanto a la mañana hasta que me levanto la próxima vez, que puede durar sesenta horas o cuatro según hacia donde nos lleve la vida libre y el ritmo de sueño. O un ‘cansancio’, que medirá desde que empiezo a caminar hasta que termino porque me canso y eso puede durar cinco cuadras o diez kilómetros como los que hacemos cuando andamos divagando por Buenos Aires a la noche. Medidas humanas. Nosotros vivimos una vida libre y nuestros parámetros también tienen que ser libres y fluir con la vida, como dice el Tao Te King."
Javier tenía 18 años, como yo, y como la mayoría del grupito al cual me integré rápidamente. Tanguito, Rocky Rodriguez, Miguel Abuelo, Belmondo, Charly Caminos... Moris, que era el más grande, apenas nos llevaba dos o tres años, pero tenía una personalidad arrolladora. Litto era bastante menor y tenía un permiso de sus padres que lo habilitaba a entrar a La Cueva.
El siguiente paso fue Villa Gesell. Mario Káiser, un amigo de Moris, había alquilado una esquina en la Villa a una cuadra de la playa. Y habían armado con Moris y Javier el Juan Sebastian Bar, inspirado en un bar del mismo nombre en Brasil. Allí vi por primera vez a Javier en acción, tocando la batería todas las noches y a veces cantando. Acompañaba a Moris en un repertorio cosmopolita, que iba desde la bossa nova hasta los boleros, pasando por el rock'n'roll crudo y temas de los Beatles. Moris estaba empezando a componer sus primeras canciones.
Javier tenía una batería de doble bombo, medio improvisada, y Moris amplificaba su guitarra de una forma extraña, llamándole “estereofónica” porque los agudos iban a un parlante y los graves a otro. Fueron largas noches de zapada con un público integrado prácticamente por parejas jóvenes que estaban calentando los motores para irse a hacer el amor en la playa. Moris y Javier eran una especie de acto vivo que podía tener momentos intensos y climas románticos. Pero los muchachos se salian de la vaina y mostraban la hilacha: Javier podía aullar un tremendo “¿Qué dije?” de Ray Charles o un “Sally La Lunga”, de Little Richard. Y no sé cuánto colaboraba con el clima romántico que se esperaba de un boliche nocturno en la playa el que Moris les desgranara a boca de jarro su “No finjas más” o su “Yo no pretendo”, que reflexionaba “Muchos de ustedes no pidieron nacer/ en este mundo que es frío y es cruel”, mientras las parejas se miraban a los ojos tomadas de la mano.
Yo trabajaba de lavaplatos en el Faisán Dorado, un restaurant a la vuelta, y cuando terminaba me iba a verlos todas las noches. Durante el día también nos juntábamos a divagar, a veces tirados en la playa, Javier siempre íntegramente vestido de negro, hablando de música y de libros, de libertad sexual y de la maravilla de la naturaleza. Con Javier y Moris compartíamos la pasión por el jazz y por Walt Whitman, que nos había abierto un panorama nuevo en la rígida educación de la época.
Ya en ese momento Javier tenía claro que al regreso de Buenos Aires quería formar un grupo de blues y rock y que no iba a acompañar a Moris en su aventura de formar Los Beatniks con Pajarito. “Yo quiero hacer blues eléctrico, urbano, tengo que encontrar musicos para ese proyecto”, decía.
Un proyecto que tardó casi dos años en concretarse, al encontrar a Claudio Gabis, un guitarrista experto en el género, durante un recital en el Di Tella, e incorporando al jovencísimo y talentosísimo bajista Alejandro Medina, que ya conocíamos de La Cueva.
Mientras tanto tomaba forma el germen de lo que hoy llamamos rock nacional. Al volver a Buenos Aires a principios del ’66, Moris formó los Beatniks con Pajarito y tres músicos de La Cueva, y Litto y Ciro empezaron a ensayar con los futuros Gatos también en La Cueva.
Ese otoño del ’66 compusimos “Ayer nomás” con Moris, y vagabundeamos intensamente con los compinches de La Cueva por toda la ciudad, tratando de tocar el repertorio que estaba empezando a tomar forma con Litto, Tanguito, Moris, Javier y Pajarito, esquivando las “lanchas”de la policía que nos perseguía por el pelo largo y él vagabundaje sin rumbo a altas horas de la noche.
En una de esas “vacaciones sin cobrar” en una comisaría, recuerdo a Javier componiendo a los gritos en el calabozo compartido lo que probablemente haya sido su primer tema, que nunca le volví a escuchar:
“No sé si nunca tuvo luz mi mente
No sé si yo viví fuera de mí
No tuve nunca un día de aventura
Sólo rutina tuve por placer
Tonto de mí, qué lento viví!
tonto de mí, qué lento viví!”
Javier Martínez murió el sábado 4 de mayo, a los 78 años. Cantante, compositor y baterista, formó parte del grupo Manal y –junto a Pipo Lernoud, entre otros– fue uno de los pioneros del rock nacional.