Hola, Changuito”. Esa es la frase con la que saludan a Juan Carlos Cárdenas en la radio, en la televisión y cuando lo llaman por teléfono. Y es, también, la frase que le alegra las mañanas difíciles y la que, de algún modo, lo hace emocionar: a Juan Carlos le gusta –hoy, después de 50 años– ser el Chango Cárdenas. “Hola, campeón”, responde el campeón del mundo.
Desde su inmobiliaria que se llama, justamente, Cárdenas, que está tatuada de celeste y blanco, que está prácticamente abandonada, cuenta todos los detalles de la famosa Batalla de Montevideo: su batalla. La que ganó con un gol para un cuadrito: el mismo que mira desde su escritorio y que después de tanto tiempo ya no sabe, siquiera, quién se lo pintó.
Habla con naturalidad de situaciones que para él son parte de su historia, pero que para un mortal no se explican en un puñado de palabras. El tiempo, incluso, a esasa anécdotas las potencia, multiplica la emociones, con cada relato a alguien se le vuelve a erizar la piel y en el aire se dibuja un arcoíris. Pero para él, no deja de ser una historia de las suyas. Eso de clavarla en un ángulo, levantar la pelota dorada, darle alegría a todo un país, es un lindo recuerdo. Un zurdazo al ángulo del arco del Celtic y de los uruguayos, que alentaban al conjunto escocés... “Yo era un jugador de raza”, dice.
–Aquella, fue una batalla deportiva...
–Una batalla deportiva hermosa fue –corrige–.
–¿Eras muy calentón?
–Yo era uno de los que pensaba que al fútbol hay que jugarlo siempre… Hacerse expulsar es jugar en contra del equipo. Me expulsaron una vez nomás. Era más de jugar. Además jugaba en la parte de creación y definición, no salía a defender. Tenía roces, pero ellos a mí, no yo a ellos. En el equipo yo era el más tranquilo. Es más, me concentraba mucho en los partidos... Se necesita mucha concentración, ya te olvidás si hay gente o no: entrás a cumplir una función dentro del plantel y, en tu función, tratás de hacerla lo mejor posible para estar entre los titulares. Nunca dejamos de ser complementos dentro de un sistema de equipo. Uno puede jugar más o menos, pero tiene que rendir para el equipo.
–Siempre fuiste el changuito del grupo.
–Era compañero de Pizzuti… Debuté con ellos: con Corbatta, Pizzuti, que ya eran campeones en el 61. Yo llego en el 62, en febrero, y me toman una prueba y me ponen de una con los campeones. Así nomás… Yo estaba acostumbrado a otro tipo de fútbol, a otros sistemas más precarios, de la provincia. Pero tuve la suerte de que siempre jugué bien, ya desde chiquito. Y allá, cuando andás bien, te ponen de muy joven en primera. Enseguida me pusieron: a los 15 años.
A esa edad –por noviembre del 61– ya estaba en la Selección de Santiago del Estero. Se jugaban los campeonatos argentinos, que participaban las selecciones de cada provincia y se definía en un cuadrangular. En el primer partido, contra Comodoro, metió dos goles; en el segundo, contra Mendoza, metió otros dos. Y en el último, con Bahía Blanca, hizo uno. A esos campeonatos iban los dirigentes a buscar joyas.
–Ahí me sacaron a mí. Cuando me vieron jugar, pidieron prioridad. ¡Me querían los cinco grandes, eh! Cuando volvíamos de Bahía y pasamos por Buenos Aires, en el mismo micro venían el delegado de River y el delegado de San Lorenzo: los dos querían que me quedara en la concentración de los clubes. Y yo era menor de edad. Llamamos por teléfono a Santiago, le hablaron a mi papá a ver si me dejaban y no me dejaron. Entonces tuve que volver a Santiago. Y cuando volví apareció Independiente, Boca, Racing…
–Ahí elegiste, entonces, venir a Racing.
–Sí: de los cinco, me quedé con Racing. Yo era hincha de Racing. Decidí venir, pero pedía mucha plata, entonces al pedir mucho, medio que estaban en la duda de pagar. Vengo a Buenos Aires, a prueba. En el primer partido voy a la cancha, me presentan a todos los ídolos míos… fue increíble. Llego al vestuario, me estaba cambiando y me dan tanta ropa, claro, que yo nunca había usado en Santiago. Andaba con el bolsito. De repente, empiezan a llegar los jugadores y veo a todos los campeones del 61: Pizzuti, Corbatta, Federico Sánchez… todo el equipo. Yo me lo sabía de memoria porque en Santiago jugaba a las figuritas con ellos. No lo podía creer. Justo me estoy cambiando y se sienta al lado mío Corbatta, pero yo de casualidad me había sentado en la banqueta. Entonces me mira, me ve cara de tan pibe que me dice: “¿Vos te venís a probar?”. Sí, le digo. “¿Y cómo te llamás?” Cárdenas.
En ese tiempo salía la revista Racing y antes de la llegada del Cárdenas a Avellaneda habían anunciado que llegaba un chico de Santiago a probarse. “Con Corbatta, me acuerdo que allá en el 59 (Racing había venido a jugar a Santiago), yo andaba juntando firmas de ellos, entonces él sabía que allá a todos nos decían Chango. Entonces Corbatta me dijo: “Vos sos el Chango Cárdenas”. Y ahí quedó…”
–¿Cómo te adaptaste?
–Bueno, llego a Racing. En la cancha auxiliar estaba el DT, que se llamaba Saúl Longardo y estábamos haciendo la entrada en calor. Fue un jueves. Yo cuando llegué paré en el Hotel Castelar, y justo los días jueves hacían fútbol en la cancha auxiliar. Y Longardo me pregunta de qué jugaba. Y yo le digo: ‘Mire: a veces juego de 8, de 10 o de 9’. Y me pregunta, ‘¿Pero qué es lo que a usted le gusta?’. Y yo no dudé y le dije: ‘Mirá, a mí me gusta hacer goles…’. Y me respondió: ‘Bueno, vos vas a ser el 9 de Racing’.
–Y así empezó toda la historia.
–Así empezó.
En un viaje a Medellín –antes de la final con Nacional, por Copa Libertadores–, cuando el Equipo de José transitaba sus primeros meses, el avión estuvo a punto de caer. Y el Chango lo pone –ese viaje, ese vértigo – en la lista de los momentos más duros. Pero estaba tranquilo: como ahora, mientras se reclina en su escritorio. Racing, de milagro, aterrizó en el aeropuerto. El mismo en donde 32 años atrás había muerto Carlos Gardel, hincha del club. Y la verdad es que El Chango jamás pensó que podía ser El Gardel de Racing.
–¿Qué pasó?
–Tuvimos que pasar momentos difíciles, duros, tuvimos viajes feos. En ese vuelo casi nos matamos en Colombia. Se metió adentro de una tormenta y agarramos un pozo de aire y se vino para abajo… Mamita… Yo estaba con los nervios naturales. No es fácil contarlo, comentarlo, pero son momentos muy feos. Pasa todo rápido y ya pensás que sos boleta, que te matás, pero bueno, Dios nos ayudó, ¿no? Así llegamos a la final de la Copa del Mundo.
–Después, antes de viajar a Escocia para la final del mundo, perdieron tres partidos. La prensa hablaba de imposibles, ¿no?
–La prensa fue muy dura con nosotros. Es normal, algunos van a estar a favor o en contra; lo que no tenía que hacer era leerlos. Yo les daba poca importancia a esas cosas: todos los domingos tenía revancha. Un domingo podía jugar bien, otro mal, otro regular… Es como la vida: no todos los días andamos bien. La prensa pensó que nosotros no teníamos las condiciones para salir campeones.
–¿Tu familia te seguía de acá?
–Yo tuve un papá maravilloso, muy rica gente. Siempre me siguieron, se vinieron todos de Santiago del Estero. Mi viejo iba a todos los partidos en todas las canchas. Al único que no fue es al de Montevideo, dijo: ‘No, me pongo muy nervioso: no quiero viajar’. Allá perdimos 1 a 0, que fue muy buen resultado. El partido más difícil fue acá, porque de local, con toda la gente, toda esa presión…
–Ese gol en el Cilindro, el segundo para forzar un tercer partido, ¿cuánto valió?
–Fue el más importante de todos. Le dan poca importancia, pero el gol más valioso fue ese… Aparte fue un gol tradicional, un gol lindo, de jugada, que yo estaba en el andarivel izquierdo, el del 10. La cancha ardía. Cuando entré sentí esa fuerza, tenía a los tipos adentro mío. Pero era partido chivo… ¿Sabés por qué? Porque era jugar de local y a los veinte minutos nos estaban ganando 1 a 0. Y justo en donde yo hago el gol estaba Tita (Mattiussi), la que me hacía el té con leche, la que fue como mi madre; estaba ahí y lo grité con ella.
–Del último, el zapatazo de la victoria en Montevideo para salir campeón, ¿Qué recordás?
–Fue espontáneo el tiro. Yo había hecho goles así, siempre le pegué bien a la pelota; no con mucha fuerza, pero sí con precisión. A Independiente le había hecho unos parecidos. Éste fue en una final: una final para un gol así. Es el gol para el que sueña ser futbolista, decir: cómo me gustaría jugar una final y hacer un gol. Ese gol lo gritaron todos los que les gusta el fútbol. ¡Hasta John Lennon lo gritó, porque era inglés! Argentina necesitaba un título del mundo y nosotros éramos, claramente, los campeones morales. Fue distinto a lo de Boca: no es lo mismo ser el primero que el tercero. Todo eso a mí me hizo muy feliz. A veces en la vida estamos medio elegidos, ¿no? Para hacer historia. A ese equipo le tocó, y a mí ser un partícipe importante con los dos goles justo en las dos finales. Es muy importante la dedicación, la perseverancia. Yo fui un jugador de conducta. Un jugador de raza. De la alta competencia. Y no todos llegan.
–Una señora, cuando volviste en los festejos, te paró en la calle y te dijo: ‘Gracias, Chango’, ¿Cómo fue eso?
–¡Ah, no! Muchos… Pero la verdad que esa historia me quedó grabada porque era una señora mayor. Yo vivía en Wilde. Había ido al centro y me intercepta en la calle y me dice: “Gracias Chango por todo lo que me diste, ahora me puedo morir tranquila”. Y me puso nervioso. La abracé, le di un beso, quedamos contentos. El recibimiento fue apoteótico. No solo la gente de Racing, sino la gente futbolera argentina nos recibió muy bien.
–¿Sentís que hoy el club te reconoce?
–Sí. Siempre hay un reconocimiento, hay un respeto. Siempre. En especial esta gente: Blanco nos protege. Estos dirigentes nuevos nos tienen siempre en cuenta, nos invitan a un lado, a otro, vamos a la cancha. Tenemos estacionamiento, nuestro palco... Nos dan todo. Oscar Martín trabaja. Pero todos trabajamos de alguna manera y asesoramos. Ya como que nos dicen ‘vengan cuando quieran: esta es tu casa’. Y es lindo. Yo soy re fanático de Racing, pero lo veo con la calma de ex.
–¿Qué pasa con vos cuando vas al club?
–Uy… ¡Sabés cuántas veces quisiera jugar! Mucho más ahora que está la tecnología. Antes había una sola cámara a 500 metros y hoy tenés cinco cámaras ¡Te apuntan de todos lados! Hasta en lo gesticular. Siguen al jugador. Cada vez que entro al Cilindro me acuerdo y pienso: me encantaría volver a… El Cilindro es mágico...
Se pierde la vista del Chango, se va y vaya uno saber a dónde. Aunque la sonrisa que se le dibuja en el rostro permite advertir que a uno de esos lugares a los que es difícil describir con un puñado de palabras. Ahí donde sólo los héroes saben cómo llegar.