Amado y resistido, ejemplo de lo que sí y de lo que no, de las batallas sin tregua y los exabruptos emocionales con su alto régimen de pulsaciones. Vivió cada instante como un camino a la gloria y en el deporte construyó la última leyenda de una persona capaz de hacer lo imposible sobre un auto de carreras. Juan María Traverso, acaso el último bastión de una época del automovilismo que forjaba ídolos tan reconocidos como cualquier otro deportista en el país, dejó a los 73 años uno de los espacios más grandes y con él se va una generación de talentosos y carismáticos artistas del volante.
Su presencia rompía el aura de toda reunión y las miradas, imposibles de dirigir a otro punto, lo hacían aún más poderoso. Deformaba la boca y con una mueca, especie de contraseña, activaba las carcajadas de los admiradores en alguna de sus interminables anécdotas. Este capricorniano nacido en Ramallo, Buenos Aires, el 28 de diciembre de 1950 cumplió el sueño de hacer lo que disfrutaba y abrazó 16 campeonatos, comenzando con el peligrosísimo Turismo Carretera de los años setenta, literalmente, en las rutas –muchas de tierra– de todo el país. No había cumplido 21 años cuando debutó en TC, el 31 de octubre de 1971 en la Vuelta de Pergamino, mientras que el primero de sus 46 triunfos llegaría en la temporada entrante, el 29 de octubre de 1972 en la Vuelta de 25 de Mayo. Siendo un niño, en comparación a los referentes de la época, consiguió el respeto de sus pares gracias a la astucia y habilidad para el manejo. Hasta su retiro, lo cual fue una historia en sí misma por la manera de desaparecer de los gélidos boxes de Olavarría el domingo 6 de agosto de 2005, dejando su Torino sin salir a correr, alcanzó seis títulos en el TC (1977, 1978, 1995, 1996, 1997 y 1999) y solamente Juan Gálvez (56) y Roberto Mouras (50) lograron más triunfos que él.
Su precisión para leer los vientos le permitió acomodar las velas para aprovechar los cambios, consiguiendo el privilegio del auto adecuado en el momento indicado y así confirmar su capacidad. Así, el impresionante palmarés de Traverso incluyó siete coronas de TC2000 (1986, 1988, 1990, 1991, 1992, 1993 y 1995) siendo dominante en la época dorada de la categoría, con 68 victorias; a lo que sumó tres consagraciones en Top Race (1998, 1999 y 2003). Cosechó también siete subcampeonatos, pasó por la Fórmula 2 Codasur e intentó llegar a la cúspide corriendo en la F2 Europea. Hasta el mundo de los derrapes disfrutó del 'Flaco' en el rally nacional como en la demostración de habilidad del Rally Mundial, por las sierras de Córdoba, con un Renault 18.
Traverso y los autos inolvidables
Corrió con diversos modelos pero toda una generación de argentinos encontró en la Renault Fuego Coupé el sinónimo de auto deportivo gracias a Traverso. La gloriosa época del TC2000 en la que el coche que vencía el domingo era requerido el lunes en la consecionaria llegó al punto en que la fábrica de Santa Isabel, Córdoba, debió incorporar el color negro, como tenía Juan María por contrato con la empresa de jeans que lo patrocinaba. Además, la icónica victoria con la Fuego prendida fuego en General Roca había envuelto de un efecto sobrenatural a este conjunto. Dentro del TC fue piloto de Ford (luego del trágico accidente de Nasif Estéfano) para conducir uno de los Falcon que marcó la época con siete títulos entre el '72 y el '78, siendo Traverso responsable de los últimos dos de esa camada. Sin embargo, la TV en directo y el crecimiento popular de los años posteriores hizo que sea un símbolo inobjetable la Chevy color violeta con la que se llegó a la consagración consecutiva del '95 al '97, incluyendo las estrategias para esquivar los kilogramos de lastre que correspondían al que ganaba seguido.
¿Por qué no la Fórmula 1?
Las cosas son difíciles en el viejo continente, por lo que Traverso estaba "satisfecho de no hacer papelones" al término de la campaña de 1979 con un March de Fórmula 2. Cuando se le preguntó por el camino junto a pilotos como Marc Surer, Derek Daly, Eddie Cheever o Keke Rosberg contestó que "de mi bolsillo no pienso poner nada más". Y cumplió, pues regresó a Argentina para ayudar a la familia en el campo, mientras corría a nivel nacional.
Nunca bendijo a un piloto para que siguiera su legado en las pistas; tal vez se sabía inimitable y último en su especie. Su exquisita sensibilidad lo destacó con grandes respuestas a complejas situaciones dentro y fuera de las pistas. Hiriente para el que personalizó sus frases y embelesador para quien disfrutó el humor que lo convirtió en una figura difusa, que endulzaba oídos con amargas verdades o, simplemente, un canchero porque tenía con qué.