Esta semana se habló mucho de los discursos de odio y de lo que provocan. Dos días después de la entrevista de Ernesto Tenembaun a Nicolás Márquez, escritor y biógrafo de Javier Milei, en la que disparó un discurso de odio contra el colectivo LGBTIQ+, cuatro mujeres fueron víctimas de un ataque lesboodiante en el barrio de Barracas. El hecho ocurrió en la madrugada del lunes 29 de mayo, cuando un hombre llamado Justo Fernando Barrientos arrojó una bomba casera en la habitación de un hotel donde vivían las dos parejas. De las cuatro mujeres fallecieron tres. Pamela Cobas perdió la vida horas después del ataque en el hospital. Le siguió Mercedes Figueroa, que murió el jueves, con el 90 % de su cuerpo quemado, y ayer supimos que Andrea Amarante fue la tercera víctima fatal. Había permanecido internada seis días en estado crítico, con el 75% del cuerpo quemado.

Cuando hablamos de la gravedad de perpetuar discursos como el de Márquez, nos referimos a hechos como este, en los que un hombre se cree con el poder de lastimar, de hacer justicia de lo “normal”. Como en la Edad Media, cuando prendían fuego a las mujeres en la hoguera por herejes, lo anormal debe arder en las llamas del infierno. ¿Estamos volviendo a esa época y retrocedemos como sociedad? ¿Lxs invertidos serán quemadxs en la hoguera de la persecución? Algunxs pensarán que exageramos y que una entrevista no es fuente en la que la gente bebe discursos y sale a matar. Bueno, quizás no haya algo así como una relación inmediata, pero sin duda, este tipo de violencias se legitiman en discursos. Quien agrede, violenta o mata por orientación sexual necesita escuchar palabras que reafirman su creencia, su odio. No podemos culpar a Nicolás Márquez del crimen, eso está claro, pero sí es culpable de reproducir un discurso con datos cuestionables e inciertos que genera violencia.

Su entrevista despertó infinidad de críticas y posturas. ¿Está bien entrevistar a esta persona? ¿Se naturaliza así el discurso de odio? ¿Darle espacio no habilita su pensamiento? Quienes me siguen por estas páginas habrán leído mi artículo de la semana pasada sobre el tema. Creí que el asunto había terminado, pero no. Fue tan fuerte el rechazo que generó dicha entrevista, que por primera vez se pronunció gente que nunca lo había hecho antes públicamente. Uno de los testimonios que más me impactaron fue el de Manuel Lozano, director de la Fundación Sí, en el programa Perros de la calle. Fue tan conmovedor, doloroso y preciso en cada una de sus palabras que me resulta imposible que alguien no empatice con él. Me hizo recordar a tantas historias que conozco, en las que el rechazo es el punto de partida a una infancia atravesada por el desprecio social y una familia que en lugar de contener, lastima.

El jueves en mi programa Intrusos del espectáculo, luego de presentar una nota sobre Manuel, al volver al piso muy movilizada por todo lo que está sucediendo, sentí la necesidad de recordar parte de mi historia. Yo sé del daño que pueden causar los prejuicios y la discriminación a una criatura y a las familias. Esto lo destruye todo, hasta los vínculos más sagrados. No es fácil volver a esos recuerdos, a esa niña que solo quería jugar con muñecas y tener el pelo largo.

Desde que tengo uso de razón, fui castigada por mi sentir femenino. Cada vez que me encontraban vestida de mujer o jugando con muñecas me golpeaban como si hubiera cometido un crimen. Inconscientemente quizás sí quería intentar cometer uno, matar al niño que no quería ser. Me castigaban con saña como si el dolor que me propiciaban me quitaría las ganas o el deseo de ser Florencia. ¡Era imposible! Es como pedirle al sol que no salga por las mañanas o impedirle a un ave que vuele. No podemos ir contra la naturaleza. El rechazo a mi identidad no solo ocurría en casa, también en el barrio o la escuela. La violencia estaba en todos lados. Como decía Pedro Lemebel: «tengo cicatrices de risas en la espalda». El qué dirán, la mirada de lxs demás, los rumores, el chisme de barrio del que todxs están pendientes. Las familias débiles sucumben a esa horda y se dejan influenciar por los prejuicios ajenos y se convierten en verdugos de sus hijxs en lugar de contenerlos, abrazarlos.

Con el paso de los años, este deseo cada vez era más fuerte y los golpes empezaron a ser acompañados por palabras y frases muy hirientes. Me repetían que por ser así, no iba a conseguir nada en la vida. Decían que las personas como yo no merecemos ser amadas ni ser felices. No se imaginan lo difícil que fue crecer e intentar no creer en todo esto. Las palabras pueden hacer mucho daño, más que un látigo. Las marcas se borran, las palabras quedan dando vueltas en tu cabeza, atrapadas para siempre cubiertas por otros recuerdos, pero no se borran, quedan ahí ancladas, grabadas a fuego y basta una chispa para que se vuelvan a encender esos recuerdos.

Cuando no pude soportar más, me fui para demostrarles a todxs que estaban equivocados, que yo sí era merecedora de una vida con amor y fui por ella yo misma. Cosí el rompecabezas que era mi cuerpo roto, me construí desde cero. Reformateé mi cerebro para empezar de nuevo. Trabajé, me enamoré, ese amor fue correspondido, me casé, formé una famila y tuve dos hijxs hermosxs que me aman y me lo recuerdan cada mañana. ¡¡!Sí!!! Lo logré, les pude demostrar a todos que estaban equivocados.

Muchas personas me escribieron por mi descargo y decían que no llorara, que había conseguido todo en la vida. Mis lágrimas no son por mí, son por todas las personas que no lo lograron, que no pudieron ver el arcoíris, las criaturas que no soportaron el dolor y se suicidaron, por las que mataron en las calles, por Pamela, Mercedes y Andrea, que tuvieron una muerte horrible.

No permitamos que estos mensajes de odio invadan más corazones, no sean cómplices, no miremos para otro lado, no retrocedamos como sociedad. Necesitamos leyes que condenen estos discursos disfrazados de libertad. Cuidemos las infancias en toda su diversidad y que nadie les diga que no se merecen ser felices, que no se merecen el amor. Son valiosxs, nunca lo olviden.

Todxs los días lucho contra esas frases que intentaron sembrar en mí y para lxs que me dicen “vos triunfaste”, les digo: yo voy a triunfar cuando el amor le gane al odio.