Anunciando el arribo de los filamentos blancos, de la sopa gutural, del relámpago alquímico
me propongo algo inefable, fuera, lejos, de menor a mayor, en plano vibratorio, dejando los huecos de la elipsis hechos sueños,
punto de fuga,
pozo negro,
cuchitril cósmico,
leo el simple hilo que liga lenguaje con hombre,
caramelo esotérico,
baba de quinta dimensión
yo desdoblado,
percepción intermitente,
espacio‑tiempo que atrapa arcángeles
y abre conductos urinarios que quizás no existan,
porque las generalidades nada tienen por decir sobre lo que no es corriente,
tal vez por eso resulto mínima en todo aquello que se desliza para unir verbos elementales en torno a sustantivos comunes, proyectados sobre el aura de los objetos, y lo que digo atraviesa el paréntesis que recrea la sintaxis de la prosa terrestre como un rayo fulminante, alejador,
y el cometa se queda parado sobre el teclado que podría escribir otras palabras, las mismas otras palabras que dirían otras cosas, me mira desde su instante cuántico, sacude la cabeza, entonces le digo que se vaya, que iré por mi cuenta más allá del espiral por donde anda la obediencia que acata las verdades oficiales, sin embargo el cometa sigue sobre mi teclado, algo inquieto, pero convencido,
que vaya en busca del destornillador cósmico, le digo, para sacar de sus goznes los versos, el Big Bang, la resonancia púrpura,
todo cometa, como todo yo, parece nacido de la providencia astral, o de las materias espejeantes,
del ritmo carbónico
y el ritmo onírico,
pero el Yo
el Yo que se sale del ego, del biorropaje, es una lana que vibra desde el cuerpo, emanado desde el mismo misterio que es el nacimiento natural y el nacimiento cósmico,
todavía cavilo,
doy vuelta el mango del cometa que comienza a reblandecerse y brotan esquirlas debajo de su piel que luego se disuelven,
lo que se llama realidad, digo, parece obra de un vendedor de humo llegado a la obsesión, comprando y vendiendo pedazos de información, mirando hacia todos lados sobre su hombro, exigiendo rendición al rigor del método y a la razón que prestigia,
efectivamente, parece un émbolo el corazón absoluto que se resiste a ser carneado fuera de su propio misterio, y alto como el cielo, con su dedo índice aplasta las cenizas de un antojo de relámpagos,
asombrilla el fulgor inabarcable
del Yo
ese flujo,
ese puente cuántico,
ese brazo magnético que refulge entrañable y gesta signos mientras rasga apenas el himen que recubre la célula interestelar de todo su proceso,
y con las dos únicas palabras definidas para siempre, en un manuscrito agazapado en membranas zodiacales, con sus estados pre‑psíquicos que saben nuestro verdadero nombre
oigo, oigo algo leve y argentino, despertando los fotones poéticos, que hablan con música profundísima
así concentro un furor de ave, libre de toda última vez, para aprehender el cometa como materia formada por pensamiento, como esencia y no como útil, como poética y no como discurso,
el verbo mueve la lengua,
la lengua mueve el verbo,
este vuelo cósmico que se llama vida mueve
la fragilidad
ensimisma el corazón,
y yo estoy dentro,
profundamente,
porque no es posible de otro modo.