Sería conveniente no brotarse en este tiempo antropomorfo. Poder diferenciar, discernir, en esta neblina que perturba la visión para llegar a la otra orilla, con las escasas energías que surgen de esa intimidad nunca entregada.

El dolor, que es precursor de la angustia, será en definitiva revelador. Los sultanes del poder no necesitan mascaras, ni disfraces. El cinismo y la hipocresía emanan de sus rostros naturalmente. Un enigma menos para resolver. ¿Acaso habría que descifrar lo palpable, lo que vemos con tanta claridad que da ceguera?

En una tarde de lluvia otoñal en la ciudad se olvida todo lo miserable que sucede. No para evadirse. Solo para sentir la percepción de estar existiendo. El devenir debemos enfrentarlo con nuestras herramientas. En lo paralelo al poder de turno. En esta abismal sensación de soledad nacer hacia otras almas hermanas, para preservarnos, para combatir.

Desde lo escrito que escupa su rabia. En las calles, no obedientes, no victimas, ni héroes. ¿Habrá un espacio que determine ese lugar idóneo? ¿Dónde estarán aquellos verdaderos militantes que amenazaban que si tocaban a algunos de los suyos, qué quilombo se iba a armar?

¿Como suceden los cambios? Con el hastío, surge la esperanza hacia propuestas tan delirantes como fracasadas. Con la desesperación, surge el verdadero sentido de cambio. La necesidad de justicia, de irrumpir lo institucional perverso y arbitrario. Lo urgente pasa a ser lo humano, la individualidad, que se proyecte hacia un colectivo humanista y solidario. ¿Se podrá evitar que sucedan eventos violentos? No, la historia lo confirma.

Aun con este panorama insólito, no te brotes, pues terminaras en un psiquiátrico medicado hasta la medula y allí, ¿qué harás? Acomodarte en esa cama donde a cada momento facturan tu intimidad en dólares. ¿Tendrás la valentía de escaparte a la noche, cuando en las calles solo flotan espectros esperando comer tu hígado en un sartén oxidado?

Osvaldo S. Marrochi