En noviembre de 1985, Esquel era una pequeña ciudad feliz en plena primavera, y no solo climática, ya que la democracia apenas re-estrenada traía otros aires a un pueblo al que todo le llegaba tarde. Tanto, que había quien contaba que a ellos la noticia del golpe de estado de 1976 se la dieron dos días después, mientras bajo la eterna y paciente mirada del Nahuel Pan, algún nostálgico temprano decía “¡tanta libertad!”.
En esos mismos días de noviembre del ´85 fueron las jornadas forestales patagónicas donde el ya muy viejo ingeniero forestal y antropólogo alemán John Eisenhower avisaba sobre el desastre que vendría con la tala indiscriminada, insistiendo en la necesidad de formar científicos que evitaran tal calamidad. Y que el problema del futuro era el presente.
El mismo día de esa conferencia, vimos una columna intensa de humo que se levantaba desde el camino al parque nacional Los Alerces. Mi buen amigo el periodista Luis Llevilao soltó dos frases, con una pausa mínima entre medio: “que cagada esto de nuevo… pero bueno, por lo menos la peonada va a estar feliz”. Como buen citadino, pensé en la alegre revancha de los peones festejando que se les quemara el campo a sus patrones, pero ese no era el motivo. La alegría era a causa de un edicto antiguo que dice que en caso de fuego extendido, el servicio forestal puede reclutar peonada para apagar el incendio y que mientras esto dure tienen derecho a carnear animales para su alimentación, y como no había forma de apagar aquello, pues eran días de asado mientras el fuego llegara a donde no había más qué quemar. Rezando para que no cambie el viento y se descontrole todo.
La única magia posible era algún agua de deshielo y hacer unos kilómetros más allá una tala y zanjas a modo de cortafuego. Algo así como una trinchera larga.
Antes de irme, Luis me regaló un plantín de roble que puse en tierra sin mucha esperanza y en el que hoy se hamacan mis nietos.
Así andamos muchos, buscando recuerdos felices para hacer paralelos y pensar un presente y un futuro posible. Estaría muy bien evitar que se incendie todo y no sentarse (quien pueda) a comer carne hasta que solo queden cenizas. El alemán hablaba de la importancia de formar científicos. Lo recuerdo ahora que se desfinancian las universidades y la ciencia mientras se niega desde el gobierno central, no sólo el cambio climático, sino derechos tan básicos como los laborales y a la salud y a la educación.
Mañana, miércoles, entrarán a discutir al senado una ley que promete acabar con todos. Una ley que promete extender la muerte a limites, que aunque yo los vimos, resultan insospechados: hambre en las calles, desgarradores pedidos de los enfermos que están muriendo por falta de medicamentos, viejos que morirán mas temprano que tarde por no poder comprar los remedios y que hacen un trágico malabarismo con cimitarras de fuego entre tomar salteado su prescripción o quedar en los puros huesos por comer cada dos días o joderse temblando de frío por el temor a la factura del gas, y chicos que dejarán la escuela, tal la pretensión del gobierno central. Quien se porte bien mañana, será convidado a una mesa servida el 25 de mayo para propiciar un incendio que arrase con todo. Y esta vez la peonada no estará invitada porque la carne está siendo exportada. Como las otras riquezas, como lo será en breve nuestra gente de ciencia. Una vez más.
Mañana, miércoles 15 de mayo, habrá senadores instruidos por sus gobernadores a llevar combustible para apurar las llamas, pero hay datos esquivos: en las etiquetas de los bidones se lee “herramientas para la gobernabilidad” sin duda hay quienes saben hacer martingalas de palabras. Otros no. El gobernador Axel Kicillof está entre estos últimos, apurando además las tareas necesarias para sostener las universidades, la obra pública y la salud, tratando de que los bonaerenses no la pasen tan mal. Allí hay otros gobernadores también, como Quintela e Infrán. Una tríada que ojalá funcione como un número mágico, ya que parece que en esas místicas nos puso el propagandista de las fuerzas del cielo. ¿Y por qué no? Existe la trilogía literaria, el triunvirato, la trifecta, la Santísima Trinidad, la famosa troika, Athos, Porthos y Aramís. Podría agregar incluso al Trio Los Panchos, pero le quitaría seriedad a estas líneas. Un chiste malo en el momento inadecuado rompe el instante mejor construido. Así que nos saltearemos esa última.
El cansancio nos ha llevado a la decepción, la tristeza y el desgano. Eso es cierto y visible. Pero resulta que aquí estamos, algunos viendo la columna de humo, y otros con las llamas encima. Y habrá que saber donde pararse. Y no hay muchas opciones. Esto va a ser, como decían los viejos cabuleros frotando el número elegido, “plata o mierda”. No hay más. Así las cosas. Hay que decidir si dejamos que todo se incendie hasta que no haya más nada por quemar, o hacer una trinchera larga que pare el fuego y evitar así el amasijo de calamidades que sabemos que vendrán con ese olor a quemado que no se quita con nada. No parece que sea momento de rezar para que no cambien el viento. Es más, hay que lograr que cambie el viento para que -al contrario del incendio de Esquel- no se descontrole todo.
Como dijo el alemán, el problema del futuro es el presente. Y quizá seamos un pueblo al que las noticias “le llegan” tarde y entonces es difícil porque siempre vamos con atraso a decir “cerrá la tranquera que se escapó elcaballo”. Convengamos en que es la misma noticia que ya nos dieron por lo menos tres veces en los últimos cincuenta años, y habrá a quien le llega por primera vez, pero a la mayoría no. La memoria popular, creo, recuerda los edictos antiguos y todo esto ya pasó, aunque sin tanta velocidad, ni tanto insulto, ni tanta agresividad, ni tanta alegre pasividad de parte de los insultados, mientras los insultadores bufan con un rictus indescifrable “¡tanta libertad!” pero eso en público. En privado se nos cagan de risa.
Y hasta acá llegamos. En días sabremos si nos lleva este incendio o si somos capaces de hacer una trinchera larga para pararlo y que los árboles sigan sosteniendo hamacas. Hacerlo aún sin muchas esperanzas, pero hacerlo.
Algunos aspiramos a que el presente deje de ser un problema para el futuro. Pero para eso necesitamos un cortafuego.