Desde Berlín
Falta menos de un mes para los comicios en el Parlamento Europeo y una sensación se impone entre analistas de varios países de esa región: que la derecha y la ultraderecha darán la sorpresa, al calor del descontento de los pueblos con los diversos gobiernos nacionales. Lo explica a PáginaI12 Günter Maihold, politólogo, profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Frei Universität (Universidad Libre) de Berlín, mientras toma un té en un bar de esa ciudad. “Siempre se ha dado que las oposiciones salen en estas elecciones mucho más fuertes que en las nacionales”, dice. Y agrega: “Además ahora estamos en una situación en la que los gobiernos de centro han perdido mucha aceptación, especialmente en Francia, Alemania, Italia y España”.
Paradójicamente, los partidos de derecha que esperan tener buenos resultados en las urnas (en alianza o por separado) suelen denostar las elecciones a las que se presentan. “Hay una tendencia a un nuevo nacionalismo, a un nuevo patriotismo, que considera que todo lo que tiene que ver con ceder control a la Unión Europea es visto como una pérdida de control nacional, especialmente en tema fronteras y migraciones”, cuenta quien también fuera hasta hace muy poco, y por casi diez años, director adjunto del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad.
Consultado sobre si eso es exclusivo de la ultraderecha o derecha radical o si también es parte de la narrativa de la derecha “tradicional”, el analista alemán sostiene que “esta agenda repercutió lógicamente en todos los partidos y en diversos países, porque además no tenemos una derecha unificada que piense igual sino variantes distintas en cada país”.
–Más allá de esas diferencias, ¿hay intentos por articular una gran derecha europea?
–Siempre se ha tratado de lograr un movimiento común, pero entre distintos países no se ponen de acuerdo. Por ejemplo, la derecha francesa no comulga mucho con algunos elementos de reivindicación del pueblo alemán que tiene AfD aquí. Por otra parte, Vox en España tiene el historial de haber emanado del Partido Popular, por la tanto la alianza con ese partido es algo normal, mientras que en Alemania no existe la posibilidad de una alianza entre los democristianos y la AfD. La interpretación de lo que es ser de derecha es muy diferente en los diferentes espacios nacionales y eso repercute en los vínculos que tienen entre sí.
–¿La nueva conformación del Parlamento Europeo con más representantes de derecha podría influir de algún modo en la relación del bloque con América Latina? ¿En relación al acuerdo UE-Mercosur quizás?
–Sí, hay que ver qué pasa con ese acuerdo, porque se quedó justamente en esperar a ver la nueva conformación para ver cómo y si avanzar. Aunque yo no veo que vaya a haber mayoría para eso. Recordemos que el acuerdo tiene dos instancias, una parte comercial que depende de la Unión Europea y otra política, de cooperación, que necesita adicionalmente de la aprobación de los parlamentos nacionales. Por lo cual, de por sí el proceso de ratificación es medio difícil. La parte comercial está en controversia en los países europeos con fuerte dimensión agrícola y agropecuaria. Francia, especialmente, por la vitivinicultura, pero también hay claras voces de rechazo en Austria y otras un poco menos visibles en Italia. Y luego hay una posición muy fuerte dentro del Parlamento, por parte de los verdes pero también de los socialdemócratas, que dice que para que el Mercosur respete los estándares de la Unión Europea en materia de, por ejemplo, crisis climática, no tiene que haber una separación entre lo comercial y lo político. Que esto último tiene que estar igualmente ponderado porque si no nadie lo va a respetar. Proponen sanciones y eso genera controversias, como por ejemplo la queja de Lula por la prohibición de Alemania de ingresar productos que hayan sido fabricados con madera de árboles talados en la Amazonia. Entonces es difícil la negociación. El propio Macron ya ha dicho que hay que suspender el acuerdo porque es viejo.
–¿Entonces no le ve un futuro?
–A la versión actual no, soy muy escéptico. Se podría llegar a una formulación o algo así, pero al final de cuentas el impulso que se espera para la parte comercial no será tal. De hecho, hay estudios de los últimos dos años que indican que va a ser mínimo. Lo que pasa es que también hay quienes piensan de manera geopolítica y temen que si los europeos no firmamos, ahí van a estar los chinos. Y también pasa es que se ha realzado de tal manera este acuerdo, que a muchos europeos no les da la cara para no firmar. Se cree que si suspendemos lo que se ha negociado hasta ahora, daremos un golpe adicional a un Mercosur de por sí tambaleante. Incluso, podría ser que al final fuéramos los europeos los responsables de que se rompiera. Aunque, en verdad, también hay que ver cómo va a ser la relación entre Buenos Aires y Brasilia porque hasta ahora Lula y el presidente Milei se han ninguneado y sin ese vínculo de por sí el Mercosur no va a marchar. Entonces son muchas cosas, porque también se debería aclarar la parte latinoamericana.
–Hablando de Milei, ¿cómo cree que ven a Milei en Alemania? ¿A qué le prestan atención?
–Creo que no hay una opinión uniforme. Hay un primer grupo que ve en Milei una defensa contra el avance de China en América Latina y por lo tanto se alegra de que haya al menos alguien que lo esté frenando. Luego hay otros que se cansaron de los regímenes peronistas y sienten que, luego de años sin previsibilidad, ahora hay alguien que tiene una clara línea, con el faro de la libertad, que por fin nos va a permitir adelantar proyectos de inversión y de cooperación que quedaron siempre estancados. Hay una tercera corriente que se pregunta por qué tuvo que ser necesario que ganara alguien como él, pero que ha decidido dejarlo ser y confía en el trabajo con la Canciller Mondino. Es decir, que pese a Milei confía en un trabajo operativo entre ambos gobiernos. Y el cuarto grupo es el de quienes consideran que Argentina es una contraparte esencial en cuanto a asegurarnos el acceso a ciertas materias primas, como el litio, y entonces bregan por encontrar, como sea, formas de inversión y cooperación tecnológica que sean viables.
–¿No hay ninguna corriente o grupo que rechace a Milei, entonces? Por sus posturas de ultraderecha, su achicamiento del Estado…
–Hay poco de eso, pero incluso la mayoría dentro de ese grupo piensa que hay que darle una chance, tal como los electores argentinos. Primero eran los primeros cien días, ahora son otros cien. Diría que no he visto claramente un frente muy duro que hasta ahora diga “con Milei, nada”. Vamos a ver qué pasa cuando se recrudezca la situación interna. Lo que sí hay es lógicamente una solidaridad por parte de los sindicatos, de los creadores culturales. Vamos a ver si la comunidad universitaria también se suma.
–Volviendo a los partidos de ultraderecha, ¿cuáles son las diferencias o similitudes entre los de Europa y los de América Latina, o América en general, sumando a Trump?
–Creo que la diferencia es que de alguna manera en el continente europeo todavía tenemos confianza en las instituciones, incluso la derecha. Los partidos están muy afiliados con el quehacer de la policía, de los militares y las instituciones son más fuertes en general. Por otro lado, creo que aquí el personalismo no está tan articulado como en América Latina. Ciertamente Marine Le Pen le imprime algo a su movimiento en Francia pero en Alemania, en la Afd, el liderazgo no es tan claro. En la misma Italia hay varios personajes que pelean por el control de lo que podría ser la derecha, reflejando cierta tensión entre el sur y el norte del país.