Desde Sevilla
Los caminos hacia la conformación de un nuevo gobierno en Cataluña aparecen bloqueados y la única vía libre apunta de momento a una repetición electoral. La posibilidad de un ejecutivo de izquierda con la suma de los parlamentarios socialistas, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y de Comuns que en la noche electoral se presentaba como la única alternativa viable parece al día siguiente de las elecciones más lejana que cuando terminó el recuento.
El domingo por la noche, cuando tras un escrutinio de infarto se comprobó que las fuerzas de izquierda nacionalistas y no nacionalistas sumaban con sus 68 diputados una ajustada mayoría absoluta, se despertó una fundada expectativa de que tras más de siete años de proceso independentista se podría poner en marcha un gobierno que dejara en un segundo plano la disputa territorial y se enfocara en restaurar los maltrechos servicios públicos catalanes. Pero esa opción se ha enfriado. Quien se encargó de arrojar el balde de agua fría fue el todavía presidente catalán Pere Aragonés, el gran derrotado de la jornada electoral.
Aragonés, dirigente de ERC que gobernaba en minoría, decidió dos meses atrás dar por terminada la legislatura y adelantar la convocatoria electoral tras comprobar que no tenía respaldo suficiente para aprobar los presupuestos. Lanzó un desafío a los otros dos grandes partidos catalanes, el PSC (federación catalana del PSOE) y Junts (derecha nacionalista) que acabó perdiendo rotundamente.
Hasta las elecciones de este domingo, el panorama político catalán arrojaba un triple empate entre estos tres partidos, con el PSC como primera fuerza con 33 diputados, ERC con la misma cantidad y Junts, con 32. A partir de 2021, ERC gobernó en alianza con Junts, pero sus aliados decidieron salirse del gobierno y dejarlo en minoría. Con la debacle del pasado domingo, ERC se quedó en sólo 20 escaños frente a los 42 del PSC y los 35 de Junts.
El todavía presidente hizo este lunes dos anuncios que cambian por completo el panorama. Anunció que se retira de la primera línea (ni siquiera tomará posesión de su escaño) y que ERC pasa a la oposición, es decir, que no formará parte del nuevo gobierno como socio minoritario.
En una intervención con claro tono de reproche a los dos rivales que le comieron la base electoral –el PSC por el flanco izquierdo y Junts, por el nacionalista-, señaló que son estas dos fuerzas las que deben gestionar el nuevo escenario. La posibilidad de que se configure un gobierno de izquierda queda así prácticamente descartada, salvo que el debate interno que provocará la salida de Aragonés modifique la decisión comunicada por el todavía presidente.
La salida propuesta, un acuerdo entre las dos fuerzas más votadas, es aún más inviable y tanto Salvador Illa, el candidato socialista, como Carles Puigdemont, líder de Junts, también la han descartado. Es más, ambos se consideran presidenciables y anuncian que intentarán conseguir apoyos para la investidura.
El primero lo hará apelando a las fuerzas de izquierdas y encomendándose a que el alma progresista de ERC se imponga internamente a la pulsión nacionalista. Las dos tendencias que conviven en esa formación se disponen a iniciar ahora un intenso debate interno agriado por los pésimos resultados electorales.
Puigdemont, por su parte, asegura que también intentará volver a ser presidente y que si no lo consigue también dejará la política. Pone como ejemplo a Pedro Sánchez, que tras quedar segundo en las elecciones generales del año pasado consiguió los votos para su investidura sumando fuerzas disímiles que tenían como único elemento en común evitar un gobierno del Partido Popular y Vox. En esa coalición forzada, tanto los siete votos de Junts como los siete de ERC suponen un sostén imprescindible para que Sánchez siga en La Moncloa.
El expresidente catalán, fugado desde 2017 y que siguió la noche electoral desde el sur de Francia, quiere replicar esa alianza contra natura, pero esta vez en Cataluña y apelando a lo que llama fuerzas “de obediencia catalana”, es decir, sin vínculos con la política nacional. Aun tejiendo con todos los grupos sin vínculos con Madrid alianzas del todo punto inviables, sólo llegaría a 67 escaños, uno menos de los necesarios para conseguir la investidura. Es posible que esté especulando con forzar una abstención socialista bajo la amenaza de dejar caer a Sánchez si no la consigue. No es probable que un PSOE eufórico con los resultados del domingo acepte tamaña humillación. Aún quedan por delante muchas semanas que vendrán cargadas de conjeturas. La única certeza es que el voto no nacionalista se impuso al separatista el pasado domingo por casi diez puntos de diferencia.