Para Rata Blanca, las giras son casi el estado de normalidad: prácticamente no hay mes en el año en que la banda no esté tocando en algún rincón del planeta. Durante 2017, Walter Giardino, Adrián Barilari y compañía recorrieron el país de punta a punta, estuvieron por Perú, Bolivia y México, y realizaron un ambicioso tour de 13 shows en Estados Unidos, que podrían haber sido 16 si no se hubiesen suspendido tres a causa del tiroteo en Las Vegas que el 1º de octubre dejó casi 60 muertos y medio millar de heridos.
La vuelta de Rata Blanca a la Argentina será hoy en el festival Monsters of Rock, cuya nueva edición tendrá a la banda encabezando la cartelera junto a Megadeth, en Tecnópolis. “Participar de estos festivales siempre es bueno, porque nos permite aspirar a otro nivel gracias a los artistas con los que compartimos la grilla”, explica Giardino, el líder eterno de Rata. “Cada escenario es una historia aparte: en algunos estamos más cómodos y en otros no tanto, pero nuestra responsabilidad es hacer las cosas lo mejor posible, más allá de que tengamos las cosas bajo control... o no. Lo mismo debe ocurrirle a todas las demás bandas, aunque nosotros somos un poco más veteranos y esa experiencia creo que nos juega a favor”.
–En el imaginario rockero, en estos festivales los músicos de todas las bandas están compartiendo la farra en un mismo camarín. ¿Cuán cierto es esto?
–Lo que puede suceder o no detrás de las bambalinas tiene que ver con la predisposición de cada artista, lo cuál también nos incluye a nosotros, porque a veces tocamos y cuando terminamos nos vamos porque no tenemos muchas ganas de quedarnos. Lo mismo le pasa a las bandas extranjeras: algunas son cerradas y otras se abren al contacto sin ningún prurito. En nuestra carrera compartimos festivales con muchas bandas grosas y las anécdotas son innumerables. Recuerdo puntualmente la vez que pegamos onda con The Offspring, que lógicamente no nos conocían, pero quedaron deslumbrados al vernos en vivo y después terminamos tocando en el viejo The Roxy canciones de Ramones y de los Rolling Stones.
–Vienen de hacer una gira intensa y extensa en Estados Unidos, donde tocan prácticamente todos los años. ¿Qué tal le va a Rata en esas incursiones?
–Esta gira anduvo realmente muy bien, aunque lamentablemente pasaron cosas que nos perjudicaron, como el atentado en Las Vegas que hizo que se cancelaran algunos shows. Lo vivimos allá y no podíamos creer ese grado de locura, aunque son cosas que se penosamente se volvieron habituales en el mundo de hoy. En Estados Unidos vamos encontrando cada vez más posibilidades de trabajo en todo el país, nos va especialmente bien en Los Angeles y en Nueva York, y ya planeamos regresar el año próximo.
–En esta gira usted también aprovechó para tocar con Temple, su otro proyecto. ¿Tiene la intención de darle continuidad?
–Temple siempre estuvo esperando su momento, porque la sombra de Rata Blanca lo termina eclipsando. Entonces abordo ese proyecto con más tranquilidad, para que me permita justamente poder salir del día a día que vivo con Rata y que no termine contaminado por esa intensidad. Me gusta encarar Temple como algo más relajado, pero a la vez más musical.
–El actual cantante de Temple, el chileno Ronnie Romero, es el cuarto vocalista del grupo que pasó por Rainbow. ¿Hay alguna obsesión al respecto?
–Yo soy uno de los recreadores de este género en el mundo y por cierto no somos tantos. Eso genera la posibilidad de estar en contacto con esta gente y, en el caso de Ronnie, se da una curiosa reciprocidad, ya que él me contó que su papá era fanático tanto de Rainbow como de Rata, de modo que escuchaba ambas bandas y heredó ese gusto. Abrimos el fuego justamente en Chile y ahora queremos tocar por la Argentina y Europa. Vamos a ver qué pasa.
–Recientemente Los Tipitos versionaron “Mujer amante”, la canción más conocida de Rata. ¿Qué le genera este tipo de homenajes?
–Es un honor que otro artista te versione, lo recibo como un halago. La de Tipitos me pareció muy interesante y diferente, lo cuál está muy bueno. “Mujer amante” es una canción que trascendió fronteras y diferencias sociales, rompió con todos los esquemas, y nunca me sentí avergonzado por ello. Al contrario: nunca dejo de sorprenderme por los alcances de la canción. En definitiva, después de que las grabás ya dejan de pertenecerte.
–¿Cómo procesó la muerte del bajista Guillermo Sánchez, el único de sus compañeros que perduraba desde el primer disco?
–Antes de hacer la última gira con él, yo sentía que algunas cosas no estaban bien. No sabía precisamente de qué se trataba, pero tenía esa impresión. Lo notaba un poco distante y empecé a inquietarme, porque pensé que tal vez estaba perturbado con la banda o incluso conmigo. Entonces nos juntamos un día a charlar, le comenté mi preocupación y ahí me dijo que había tenido algunas incidencias de salud, aunque no revestían mayores problemas porque estaba todo bien. Pero al poco tiempo cayó enfermo con un cuadro de fiebre y eso desencadenó su final en este mundo. Nadie esperaba una cosa semejante, fue insólito y devastador. El Negro era mi compañero de más de treinta años, compartimos millones de historias y fue un tipo fiel e incondicional. Este 2017 fue un año muy positivo desde lo artístico, pero esta sombra opacó toda la alegría. Fue un bombazo del que nunca podremos reponernos. Lo que sí podemos hacer es continuar: el grupo sigue su camino. Ahora toca el bajo Pablo Motyczak, de Temple, aunque claramente nadie va a poder reemplazar al Negro, nunca. Tomamos esta etapa como una nueva era en la historia de la banda.