“Javito está muy triste en Londres porque no pudo venir”, desliza Phil Manzanera sobre su baterista Javier Weyler. El músico argentino ya estuvo en Buenos Aires tocando con su antigua banda, Stereophonics, pero esta vez se quedó con las ganas de volver como integrante de la agrupación del ex Roxy Music. Y es que, para presentarse en el Centro Cultural Kirchner (hoy a las 20), Manzanera debió armar un grupo soporte con músicos locales. Por eso, el inglés, uno de los mejores guitarristas de la historia del rock, repasará su trayectoria al lado de un conjunto de instrumentistas conformado por el violero Fernando Kabusacki, el baterista Fernando Samalea, el saxofonista Sergio Dawi, el tecladista Matías Mango y el bajista Paul Dourge. “Quería venir a tocar, así que tenía que buscar la forma de hacerlo”, justifica Manzanera en una sala del centro cultural ubicado en Sarmiento 151. “Conocía a Fernando (Kabusacki) y me contacté con él para ver si podía armar una banda para la ocasión. No sólo lo hizo sino que también convocó a músicos increíbles”.

Sin embargo, el músico que en enero próximo alcanzará los 67 años de edad sí pudo rescatar de su banda, para esta tercera visita a Buenos Aires, al guitarrista español Lucas Polo y a la cantante portuguesa Sonia Bernardo. “Traje a Sonia porque habíamos trabajado especialmente las canciones de Roxy Music a partir del punto de vista femenino, y pensé que podía ser interesante. Vamos a ver, además, la combinación entre ella y algunos cantantes argentinos (Emmanuel Horvilleur, Rosario Ortega, Richard Coleman, entre otros) que estarán en el concierto”, adelanta Manzanera. “A Lucas lo conozco desde que tenía 18. Ahora tiene 24 y todos dicen que se parece a mí cuando tenía 21”. Si bien el encuentro pareciera decantar en esas experiencias que duran suspendidas para siempre en el tiempo, cualquier cosa puede pasar. “En la música encontré lugar y oportunidades para ser más libre”, dice el ex Roxy Music. “Es un poco la tradición del jazz. Así que el experimento puede ser un desastre o una circunstancia increíble. Depende de la noche y de nosotros”.

De padre inglés y madre colombiana, de la que heredó su español con un impecable acento cafetero y chispa humorística, Manzanera hoy es reconocido como una de las grandes figuras de origen latinoamericano dentro de la vanguardia musical. Pero para llegar a esa instancia primero vivió durante su infancia y adolescencia en varios lugares del continente americano que lo marcaron para siempre. Tras deambular por Hawai, Venezuela, Colombia y Cuba, a donde arribó un par de años antes de que Fidel Castro entrara triunfante en La Habana, el guitarrista que inspiró su apellido artístico en Armando Manzanero arribó a Inglaterra tras la muerte de su padre, a los 16 años. A través de su hermano mayor, que estudiaba en la Universidad de Cambridge, el guitarrista a David Gilmour, que estaba por entrar a grabar su primer disco con Pink Floyd. Y fue a amistad para toda la vida, al punto de que la última visita de Manzanera a la Argentina, en 2015, fue como parte de la banda de su colega.

Cinco años después del encuentro con Gilmour, y durante los doce siguiente, Manzanera fue parte de Roxy Music, grupo icónico del glam, con el que se ganó un lugar en el cenit del rock junto a Brian Ferry, Brian Eno, Paul Thompson y Andy Mackay. A mediados de los ‘70 también desarrolló una carrera solista, y puso su talento e ingenio (como músico o productor) al servicio de artistas de la talla de John Cale, Godley y Creme, Nico, John Wetton y, por supuesto, Gilmour. Al lado de éste escribió el tema “One Slip”, publicado por Pink Floyd en el disco A Momentary Lapse of Reason (1988), y produjo sus trabajos en solitario On an Island (2006) y David Gilmour: Live in Gdansk (2008). En la década del ‘90, Manzanera se reencontró con América latina y España desde la música: produjo discos claves como Senderos de traición, de Héroes de Silencio; Vagabundo, de Robi Draco Rosa; Severino, de Os Paralamas do Sucesso; La pipa de la paz, de Aterciopelados; y Circo beat, de Fito Páez. 

“La primera vez que vine a la Argentina fue para hacer Circo beat. Empezamos en Rosario”, recuerda el artista, que colaboró con el músico colombiano Lucho Brieva en los dos volúmenes de Corroncho (el primero data de 2010 y el otro salió este año): son álbumes conceptuales, cantados en español, que narran la historia de dos amigos con mala suerte. “En la misma época de Circo Beat había hecho el disco de Paralamas. Ellos se presentaron en el Gran Rex y nos invitaron a Fito y a mí a tocar”. Sin embargo, desde entonces no tuvo más contacto con el cantautor argentino. “La semana pasada le mandé un mail porque no lo tenía y Fernando Kabusacki me lo dio. Aparentemente, él estará en Bolivia cuando toquemos acá. Mi esposa y yo escuchamos nuevamente Circo beat en la cocina. Cantamos las canciones y nos pareció que aún era un álbum súper bueno. Así que cuando le escribí, le dije que todavía me parecía que era un artista increíble y muy completo. Tengo recuerdos muy buenos de cómo la pasamos. Ojalá que nos podamos tomar una copita mientras esté acá”.

–Considerando que su último disco es el en vivo Live at the Curious Arts Festival (2016), ¿el show que trae está basado en ese repertorio?

–Esa fue casi la primera vez que tocamos juntos con mi actual banda. Lo grabamos, y de ahí usamos lo mejor y lo presentamos en Japón. En cada situación aprendo. Tocando con estos músicos argentinos descubriré algo nuevo y creo que sacarán de la música algo que no estaba esperando. En realidad, el repertorio está basado de nuestro último show en Japón, cuatro temas que no tocamos allá y una sorpresita. Traje para vender el disco que hicimos en Japón. Recién saldrá en el Reino Unido el 1º de diciembre, así que se trata de una primicia.

–¿Y qué novedad tiene este trabajo grabado en Japón?

–Tiene una versión en estudio del “Chan Chan” de Buenavista Social Club. Es que yo comencé a aprender a tocar guitarra en La Habana, en 1957, entonces quería regresar al lugar donde todo comenzó de verdad, y fue allí. Por eso termino el show con esa canción.

–Hasta no hace muchos años, en la escena británica existía un imaginario muy elemental sobre la música latinoamericana, así que seguramente cuando usted tocaba en Roxy Music era peor. ¿No lo entendían o no estaba preparado para hacer esa traducción artística?

–Yo lo aprendí poco a poco. Cuando fui a la audición para quedar en Roxy Music tenía 20 años y quería estar en un grupo profesional. Si bien no me dieron el puesto, me hice amigo. Y dos meses después, el músico que escogieron, que era famoso (se refiere a David O’List), ya no funcionaba. Yo estaba contento de ser parte del grupo. Si necesitaban algo raro, lo hacía. Me sentía un guitarrista primitivo, que estaba aprendiendo cosas, aunque me encantaban los ecos y sonidos raros. Y ahí tuve la afinidad con Brian Eno, por eso trabajamos mucho juntos. Entre el ‘72 y el ‘76 hicimos muchos discos en solitario, tanto suyos como míos, experimentando en su casa, modulando mis guitarras, enfocado más en la estética de la música electrónica. Pero nada latino. Sin embargo, él escribió una letra sobre Perú en alguno de esos trabajos que me pareció rarísima. A pesar de que en Roxy Music me veían un poquito exótico por mis raíces sudamericanas, nunca quisieron tener algo latino en su música porque ellos sólo conocían lo más cutre de la música latina. No habían escuchado las cosas buenas que estaban pasando. No había tiempo tampoco para sorprenderles. Durante diez años, vivimos en una constante carrera de discos y giras. Todos trabajando muy duro, tratando de encontrar el éxito, que al final resulta en grupos cuyos integrantes terminan celándose.

–Es conocida la dictadura artística y estética de Brian Ferry en la banda pero, al final de cuentas, usted logró firmar varias canciones en algunos de sus discos ¿Cómo lo logró?

–Cuando se fue Brian Eno de la banda, yo estaba muy triste y enojado, pero era joven y políticamente me debatía entre irme o me quedarme e insistir en que quería componer. Así que, tras dos años, y en vez de explotar el grupo, llegamos a un acuerdo en que íbamos a contribuir. Todos nosotros habíamos aportado ideas y música, y no tuvimos ningún tipo de reconocimiento editorial, lo que causó problemas. Una vez que eso se resolvió, volvimos con ideas, música y composición.

–Apenas apareció su primer álbum solista, Diamond Head (1975), usted empezó a incorporar elementos latinoamericanos en su música. ¿Por qué decidió hacerlo así?

–Al menos le metí nombres latinos para llamar la atención. Como tenía el control de lo que podía hacer, le pedí a Robert Wyatt, a quien conocí cuando tenía 16 años, que le pusiera letra a una canción de la que ya teníamos la música. Pensé que sabía algo de español, pero cuando me mostró la letra me pareció rarísima. Le pregunté cómo la había hecho y me dijo que había sacado todo del diccionario. Si bien era como una suerte de dadá artístico, estaba fantástico, aunque tiene un sentido raro y no es correcta gramáticamente. Me encantó, porque él es único y tenía mucha conexión con Cuba y la música de protesta. Me dio mucho orgullo tenerlo en mi primer disco solista, que no fue más que una excusa para invitar a mis amigos.

–Incluso dentro del glam rock, Roxy Music era un grupo raro, y hasta estuvo sitiado entre el rock progresivo y el punk. ¿Cómo se sentían dentro de la escena británica en aquellos años? 

–Lo interesante de los Sex Pistols es que su productor era el mismo que el nuestro, Chris Thomas. Aunque eran punks, tenían un productor que trabajó con los Beatles, los Rolling Stones y hasta en el disco Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. Esto me da risa porque escucho ahora las canciones del primer disco de los Pistols, que recientemente cumplió 40 años, y son increíblemente comerciales, con coro, estribillos y guitarras con un sonido fantástico. Una noche, Andy Mackay (saxofonista de Roxy Music) fue a un club en Londres, se encontró con John Lydon, y pensó: ‘Este tío me va a matar porque es punk’. Sin embargo, le dijo que le encantaba Roxy Music, pero odiaba a Brian. Y no era una locura que le gustara nuestra música. Cualquier persona que sabe dos acordes y tiene una idea puede tener éxito. No hay ir a un conservatorio o estudiar para alcanzar el éxito. En el rock, la cosa es tener dos acordes, o incluso uno. No importa. Hay que tener una idea y decir algo que sea resonante: ese era el concepto de Roxy. Eramos unos amateurs inspirados y queríamos ser más profesionales. Nos decían que no sabíamos tocar y en ese sentido era igualito al punk. No sabíamos de música, pero todos teníamos ideas.

–¿Qué opinión tiene del rock en esta época?

–Todo ha cambiado. Es un momento en el que el capitalismo digital necesita leyes en cada país para ayudar a los más jóvenes. El valor de la música ha subido más que nunca, desde los últimos sesenta años, pero para los músicos está por debajo. Las multinacionales están ganando millones gracias al streaming, mientras que la mayoría de los artistas ni pueden pagar la renta. Hay que fijarse en eso, en los derechos de autores, y ayudar. Si no, no va a haber música en el futuro. Hay una crisis que se necesita que se arregle. Hay mucha música buena, cada vez más. El problema es que no se le paga a esos músicos.

–Más allá de las ideas y vueltas, y de que en 2012 salió el box set Roxy Music: The Complete Studio Recordings 1972-1982, ¿cómo es la relación entre los integrantes del grupo?

–En enero sale un box set del primer disco, con fotos que ni siquiera yo había visto antes en un libro increíble. En teoría, seguimos como grupo. El año pasado alguien ofreció mucho dinero para que hiciéramos un show y Brian (Ferry) se negó. Yo sugerí que lo hiciéramos por una gira y ya. Somos un poco inútiles para tener una carrera. En el momento en el que deberíamos haber tenido un éxito súper grande, hicimos algo a contracorriente, anticomercial, que fue un fracaso completo. No somos un ejemplo de cómo tener éxito.... Pero somos lo que somos y, si de verdad queremos hacerlo, lo decidimos entre nosotros y nos juntamos, no hay manager de por medio