El 4 de noviembre de 1967, Racing ganó la Copa Intercontinental, al derrotar por 1-0 al Celtic en el partido desempate jugado en el mítico estadio Centenario de Montevideo. Fue la primera vez que un equipo argentino alcanzó la consagración en un torneo que disputaban el campeón de la Copa Libertadores y el de la Liga Europea. Aquel trofeo llegó al país en las manos del recordado “equipo de José”.
Se cumplen hoy cincuenta años de lo que hasta 1967 había sido la más grande conquista de un conjunto argentino a nivel clubes. La Academia había obtenido el campeonato Metropolitano de 1966 y junto con el subcampeón River fueron los representantes en la Copa Libertadores, de la cual sólo tomaban parte el primero y el segundo de cada federación sudamericana. Racing debió apelar a su mejor potencial, pero finalmente también se quedó con el máximo certamen sudamericano, en una final con Nacional de Uruguay en la que también necesitó el tercer partido, disputado en Chile, que ganó por 2-1 (goles de Joao Cardoso y Norberto Raffo), después de haber igualado en la ida y la vuelta con el marcador en cero.
El aniversario redondo siempre es motivo válido para adentrarse en los pormenores de una consagración que tiene voceros lúcidos en las palabras de Juan José Pizzuti, entrenador y señalado por el plantel que condujo como el “hacedor” de un equipo al que los hinchas le dieron nombre propio en el canto tribunero. Y a la hora de contar la génesis del gran equipo que condujo, Pizzuti elige el tono bajo de quien habla respaldado por la experiencia. “Nos ayudaron mucho los triunfos que conseguimos en el comienzo de nuestro trabajo. Cuando se gana, el técnico manda. Cuando se pierde pasa a ser el culpable. Uno tiene su idea y trata de convencer a los jugadores, pero sólo los buenos resultados te dan la razón”, afirma.
–Los jugadores que dirigió refieren que no se preocupaba sólo por hablarles de futbol.
–Todos los días, nosotros hablábamos durante media hora antes de arrancar las prácticas. Charlábamos de fútbol, por supuesto. Pero también sobre cosas de la vida, tirábamos algún consejo para aprovechar los buenos momentos económicos que traían los triunfos, insistíamos en la importancia de estar unidos. No todo pasaba por ganar un partido.
El inicio del camino
La consagración en la Copa Intercontinental tuvo un preludio en el campeonato Metropolitano de 1966, que “el equipo de José” se llevó manteniendo un invicto de 39 partidos –sólo superado por los 40 que logró el Boca de Carlos Bianchi en 1999–, y la Copa Libertadores correspondiente a esa temporada. La génesis de esos logros fue la formación del plantel. “Pizzuti llegó en 1965. En el campeonato de ese año no arrancamos bien, a pesar de tener un plantel largo y con buenos jugadores. Estaban (Luis) Pentrelli, Menotti. Eramos como cuarenta profesionales. Pero Tito llegó y armó su equipo. Y para el ‘66 él redujo mucho el plantel. Muchos se tuvieron que ir. Pero el gran mérito de él fue elegir a los jugadores”, cuenta Juan Carlos “Chango” Cárdenas, el autor del tanto que le dio el triunfo a Racing sobre el Celtic en Montevideo, tal vez el gol más paradigmático del fútbol nacional hasta que llegó la genial obra de arte de Diego Maradona en el Mundial de México ‘86 ante Inglaterra.
También Humberto “Bocha” Maschio cuantifica y resalta el mérito del técnico. “Yo fui compañero de Pizzuti como jugador y cuando volví a Racing –estaba en la Fiorentina, y le pedí al presidente que me dejara volver para terminar mi carrera en Avellaneda– me sorprendió porque era muy trabajador. Cuando me fui a Italia, entrenábamos tres veces por semana, y cuando volví Tito nos hacía trabajar todos los días, incluso había un día en que trabajábamos a la mañana los defensores y a la tarde los mediocampistas y los delanteros. El aprovechaba para ensayar jugadas y hasta corregía la posición del cuerpo al patear, porque mucho te dicen que el pie de apoyo tiene que estar al lado de la pelota al patear, pero casi nadie te habla de la posición del resto del cuerpo. Trabajábamos en lo futbolístico, pero también nos hablaba de la importancia de la familia, del ahorro, de la educación. Si tirabas un papelito o decías una palabra que no iba te metía una multa. Con lo que juntábamos comprábamos juguetes de plástico, llenábamos una camioneta y todo los meses íbamos a regalarlos a una escuela o a un hospital”, cuenta el Bocha, y agrega: “Pizzuti tenía una increíble visión de dónde podían rendirle mejor los jugadores. Cuando tomó las riendas tenía un grupo de jóvenes del club como el Panadero Díaz, Coco Basile, el Mariscal Perfumo, Cárdenas. Los potenció cambiándoles el puesto y los amalgamó con los que llegábamos con un poco más de experiencia. Yo tenía 33, (Juan Carlos) Rulli 29, (Oscar) Martín 32. Y todos pusimos las ganas de hacer cosas importantes”.
–¿Compartían momentos más allá de los entrenamientos?
–Nos enriquecía mucho la diversidad de edades, porque en las charlas de Pizzuti antes de los entrenamientos nos enterábamos y nos involucrábamos en los problemas que podía tener cada integrante del grupo. Tratábamos de estar juntos en todas las cosas. Una cosa que nunca dejamos fue compartir un asado por semana. Y no es como ahora. Ninguno ponía excusas para faltar o irse antes y nos quedábamos hasta las 4 o 5 de la tarde. En la sobremesa disfrutábamos de las imitaciones de (Agustín) Cejas, que era un gran imitador, y hasta venían grupos musicales o cantantes a pasarla con nosotros.
Durante la disputa de la Copa Libertadores. El plantel vivió un momento de zozobra, que se transformó en la anécdota imborrable, esa que cuentan todos los futbolistas, también el Panadero Díaz. “Lo que nos pasó en el viaje a Medellín para enfrentar a Nacional no se lo deseo a nadie. El avión en el que viajábamos estuvo a punto de caerse, tan cerca estuvo que el piloto lloraba, el Bocha se despidió con un Chau mamma… Pero zafamos. Por la suerte que tuvimos nos convencimos de que si no salíamos campeones, íbamos a estar muy cerca”, recuerda el lateral izquierdo del campeón intercontinental.
El rival desconocido
Con los títulos de campeón argentino y sudamericano, Racing se encontró ante el mayor desafío de su historia futbolística: la conquista de la Copa Intercontinental. La competencia, en su octava edición, lo enfrentaba al Celtic, de Escocia, vencedor del Inter de Helenio Herrera, mítico entrenador italiano que pasó a la historia como uno de los más ferviente impulsores del catenaccio. Pocas noticias tenían en la Academia acerca de las características del club con sede en Glasgow.
“Con saber que era el campeón de Europa nos bastaba para saber que serían muy buenos. Por otro lado, yo sentía que no podía pedirle más al equipo. Había superado las expectativas. Pensaba: ‘Si nos va mal seremos subcampeones, y perdiendo ante el mejor de Europa’. Pero también me decía: ‘Pero primero veremos si nos pueden ganar’. Así que puse manos a la obra, consulté a gente que había estado en Europa, hubo técnicos que me dieron datos”, cuenta Pizzuti sobre la preparación del primer encuentro, que se jugó el 18 de octubre.
Pero después del largo viaje a Escocia —“tardamos 16, 18 horas, no me acuerdo pero fue un viaje inolvidable porque en Londres subió Sean Connery, el primer 007, que fue nuestro hincha en aquellas tierras porque simpatizaba con el Ranger, la contra del Celtic”, rememora Maschio–, Pizzuti sorprendió al plantel. “Tito nunca se preocupaba del rival, nunca nos hablaba de los contrarios. Sin embargo, en Glasgow nos repartió una cartilla con un resumen de las condiciones, las capacidades y los movimientos de los jugadores escoceses. Y en la charla previa sólo nos habló de qué haríamos al atacar. ‘Qué hacer en defensa, ustedes lo saben porque les di el librito’, nos dijo. Fue el único día en mi vida que escuché a Pizzuti hablar del rival”, cuenta el Bocha, y agrega, como protagonista del partido de ida que finalizó 1-0 a favor del local: “Celtic era un equipo muy completo, ordenado, atacaban con muchas gente, y nunca se refugiaron atrás. Tenían a un gran jugador en Jimmy Johnstone, que realmente nos volvió loco”.
–¿Y qué le opuso Racing?
–Velocidad, el desequilibrio con la habilidad del Juan José “Yaya” Rodríguez, un fuerte ritmo que podíamos sostener por la gran forma física en la que estábamos por el trabajo de nuestro preparador físico –Rufino Ojeda– e ir siempre al ataque. Esa vocación a veces nos llevaba a descuidarnos en defensa, pero teníamos atrás a un genio como Perfumo, veloz, tiempista, inteligente.
Cárdenas agrega matices de cómo encararon la ida. “A los de arriba, Pizzuti nos pidió que Raffo, Rodríguez o yo siguiéramos al 3 de ellos, un tal Gemmell, que se proyectaba siempre y hacía muchos goles. Fue la única vez que nos pidió algo así, porque siempre me decía que a mí me quería entero de tres cuartos de cancha para adelante”, explica el Chango. En ese partido de ida, Racing presentó a estos once: Cejas; Martín, Perfumo, Basile, Díaz; (Miguel Angel) Mori, Rulli, Maschio; Raffo, Cárdenas, Rodríguez.
La revancha en Avellaneda
Después de la derrota por 1-0 en el Hampden Park –gol del capitán escocés, Billy McNeilli– que los comentaristas de aquel tiempo tildaron como exiguo, llegó el partido de vuelta, Racing necesitaba ganar para asegurarse el partido del desempate. “Y al salir a la cancha, nos impactó el marco, como nos había pasado allá. En Glasgow jugamos ante 130.000 personas, y en el Cilindro había más de 80.000 personas”, recuerda Maschio.
En ese encuentro (el 1º de noviembre), la Academia arrancó 1-0 abajo, por un penal convertido por Tommy Gemmell, a los 21 minutos. Estaba obligado a darlo vuelta. Y lo logró, imponiéndose finalmente por 2-1, con tantos de Raffo, a los 33, y de Cárdenas, a los 48. Ese equipo tenía dos cambios respecto del que jugó en Glasgow: Nelson Chabay por Rubén Díaz y Joao Cardoso por Mori.
–¿Y cambió algo respecto del cotejo de ida?
–En materia defensiva, Pizzuti nos llamó la atención sobre las proyecciones de Gemmell –recuerda Cárdenas–. Pero nos recalcó lo que teníamos que hacer en ataque, incluso fue muy astuto porque le jugamos con cuatro delanteros. Cardozo, Yaya Rodríguez, Raffo y yo, y el único que se tiraba unos metros atrás era yo. Arriesgábamos porque sabíamos que atrás éramos muy fuertes.
–A Racing no le importaban el rival ni la cancha. Salíamos a jugar y a ganar, por esa mentalidad es que pudimos ganar tanto. El rival condiciona, limita, pero nosotros creíamos en lo nuestro –toma la palabra Fernando Parenti, que solía ser uno de los hombres de recambio a los que acudía Pizzuti, aunque los partidos de la Copa Intercontinental los debió ver desde la tribuna, porque en ese certamen no se podían hacer cambios, salvo el del arquero.
–¿Era fácil meterse en los partidos viniendo desde el banco?
–Como estaba sentado a su lado en el banco escuchaba los comentarios y cómo veía Pizzuti el partido. Entonces no hacía falta que me diera muchas indicaciones. Me decía “Fernando, entrá” y no hacía falta que me explicara nada, yo lo había estado escuchando. Teníamos una buena lectura del juego. Jamás Pizzuti me puso una mano en el hombro para explicarme qué hacer.
La hora de la gloria
Con un triunfo cada uno, Racing y Celtic debieron jugar un tercer partido. Fue en el Centenario, en un encuentro que pasó a la historia como la “batalla de Montevideo”. “Se jugó muy fuerte. Fue el peor partido de la serie. En Glasgow nos habían superado claramente y podrían haber hecho algún gol más. En Avellaneda, nosotros remontamos el resultado y terminamos haciendo un gran partido. En Uruguay hubo mucha brusquedad, tanto que hubo cinco expulsados, tres de ellos y dos de nosotros, entre ellos Rulli, quien se comió la cancha y como si fuera poco le dio la asistencia al Chango”, rememora Maschio, quien le da el pie a Cárdenas para hablar de su gol, el 1-0 que conquistó con un zurdazo que se metió en el ángulo cuando iban 58 minutos.
“Hice el gol que cualquier chico que juega al fútbol sueña hacer, y encima sirvió para ganar un título como este”, cuenta Cárdenas. “Yo tenía buena media distancia, siempre me tenía fe, y le pegué. Fue algo increíble, un gol que se fue haciendo más importante con el paso del tiempo. Fue la mejor forma de coronar mi singular historia en Racing. Había llegado a los 16 años y después de compartir el vestuario con los ídolos que estaban en las figuritas con que jugaba en Santiago del Estero –Orestes Corbata, Rubén Sosa, Raúl Belén, Federico Sacchi, entre muchos otros–, a los 22 años me toco convertir un gol del que tanto se habla”, concluye el Chango.
–¿Cómo fueron los festejos?
–Fueron increíbles. Pero con el correr de los años lo que más recuerdo es el recibimiento en Ezeiza y en todo el trayecto hasta la cancha de Racing. Había una multitud en el aeropuerto, en los puentecitos que cruzaban la General Paz, en el estadio había más gente que cuando jugamos la revancha. Y había banderas de todos los equipos, de River, de San Lorenzo, de Chacarita y hasta de Independiente. Yo siempre digo que fuimos el único equipo que reunió en el festejo a todas las hinchadas –se enorgullece Maschio, integrante del equipo que escribió junto a Cejas, Martín, Perfumo, Basile, Chabay, Cardoso, Rulli, Rodríguez, Cárdenas, Raffo, la página más gloriosa de la historia académica.