Una de las polémicas entre los economistas de diferentes escuelas en la Argentina actual es si el tipo de cambio se encuentra atrasado. El debate es central, ya que una nueva devaluación del peso pondría fin a la desaceleración de la inflación, generando un nuevo golpe sobre los ya muy lastimados ingresos de las mayorías y sobre la actividad económica.
Pero, a su vez, si el supuesto atraso cambiario se mantiene podría reducir la velocidad de liquidación de la cosecha, generando expectativas que induzcan la compra de dólares, poniendo fin a la acumulación de reservas y generando presiones sobre la brecha cambiaria.
El argumento de quienes sostienen que el tipo de cambio se encuentra atrasado es muy simple. Al asumir, Javier Milei y su ministro Luis Caputo impulsaron una depreciación del peso del 115 por ciento con el argumento de que el valor del dólar necesitaba una corrección. Para finales de mayo, aún con el más optimista de los índices de precios, la inflación ya alcanzará un valor similar al de la devaluación acumulada, por lo que sería necesario una nueva devaluación.
Del otro lado de la cancha, quienes bancan la política oficial de usar el dólar como un ancla para los precios devaluando muy por debajo de la inflación, sostienen que el ajuste fiscal, la menor emisión y el saneamiento del Banco Central hacen que el dólar de equilibrio de la Argentina sea hoy mucho más bajo que cuando asumió Milei, hecho que se muestra en la baja brecha cambiaria y la acumulación de reservas.
Pero la compra de reservas se sostuvo en una fuerte caída de las importaciones vinculada al deterioro de la actividad económica, junto al peloteo de sus pagos con la emisión de BOPREAL. Se trata de una política que no es sostenible en el tiempo, especialmente si el oficialismo pretende imponerse en las próximas elecciones legislativas.
Ante esa realidad, mientras entretienen a los formadores de opinión del mercado con publicaciones esotéricas sobre las bases monetaristas de un nuevo dólar de equilibrio, en el despacho de Economía prenden velas para que el riesgo país continúe a la baja hasta poder tomar créditos nuevamente.
La toma de créditos es una necesidad no sólo para relajar el cepo cambiario y sostener una reactivación de la economía que incrementa el flujo de gastos en dólares. También lo es para hacer frente a los crecientes pagos de deuda externa que Argentina tiene por delante. Los vencimientos de 2025 y 2026 rondan los 15 mil millones de dólares, el doble que este año, superando en 2027 los 22 mil millones, cifras prácticamente imposibles de afrontar sin nuevas colocaciones de deudas o bien renegociando los contratos.
Mientras tanto, la urgencia oficial es acumular reservas en tiempos de cosecha, para así convencer a los inversionistas que sigan jugando a la bicicleta financiera con tasas de interés negativas en pesos, pero fuertemente positivas en dólares.
Es una pulseada en donde intervienen factores climáticos locales, como el exceso de lluvias y la chicharrita que se come el maíz, e internacionales, como las fuertes lluvias en Brasil. También hay componentes financieros asociados a vender o acumular en silobolsas financiando gastos apalancados en pesos aprovechando las bajas tasas de interés.