Miguel Ángel Furci fue muchas veces protagonista de crónicas policiales: condenado por crímenes de lesa humanidad en Automotores Orletti –el centro clandestino que regenteaba la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE)--, estuvo también prófugo por haberse robado a la hija de dos personas detenidas-desaparecidas. Su muerte –ocurrida el domingo pasado– no estuvo exenta de esa marca. La justicia investiga si su deceso se produjo después de un episodio violento en su propia casa, a la que había vuelto días antes porque estaba en un delicado estado de salud.

Semanas atrás, el Cuerpo Médico Forense (CMF) recomendó que Furci volviera a su casa. El juez de ejecución del Tribunal Oral Federal (TOF) 1 –que lo había juzgado y condenado– así lo ordenó. Sin embargo, la vuelta al hogar del represor no fue apacible. Furci estaba detenido desde 2010. En reiteradas ocasiones había pedido la domiciliaria o las salidas transitorias, que habían sido rechazadas por el TOF. Esta vez el cuadro era distinto: su salud estaba muy deteriorada y había perdido mucho peso.

Furci es viudo, pero, antes de caer preso, formó pareja con una mujer. Ella tenía un hijo y después tuvo otro con el exagente de la SIDE. En  los primeros días de la pandemia, Furci había pedido salir de la cárcel de Ezeiza. Su hijo dijo estar de acuerdo con que volviera a la casa familiar. Pero aclaró que su madre –que estaba separada de Furci se oponía, dado que no tenían una buena relación.

Fue a esa vivienda a la que tuvo que retornar Furci. A los pocos días, su expareja denunció ante la justicia contravencional que había sufrido amenazas y violencia de género por parte del represor. El episodio –según comentan en los tribunales– derivó en que Furci recibiera una golpiza por parte del hijo de la mujer.

Frente a ese escenario, el TOF le retiró la domiciliaria. No llegó a volver a Ezeiza, donde estaba previsto que se lo internara en el Hospital Penitenciario. Ya había sido ingresado al Zubizarreta, ubicado en la zona de Villa Devoto. Murió el domingo 12 de mayo. La noticia de su deceso fue publicada, horas después, por la Unión de Promociones, que lo definió como un “preso político”.

La muerte de Furci dio lugar a una investigación en la justicia de instrucción. En los próximos días, se celebrará la autopsia, dijeron a este diario. Fuentes judiciales confirmaron que en el expediente hay información sobre un episodio violento que se vivió dentro de la casa en la que Furci cumplía su arresto domiciliario.

Furci entró a la SIDE a principios de la década de 1970. En 1971 cursó en la Escuela Nacional de Inteligencia (ENI). Cuando terminó el curso, lo destinaron a la Dirección de Reunión Exterior. Después pasó a ser el custodio del general Augusto Morello, entonces jefe de la central de inteligencia. Furci declaró que fue entonces cuando aprendió a disparar un arma. Como no había hecho el Servicio Militar Obligatorio (SMO), practicaba tiro en un polígono que funcionaba en el subsuelo del Banco Nación –ubicado en la esquina de la calle 25 de Mayo, justo en diagonal a la Casa Rosada.

Durante el gobierno peronista lo mandaron a la dirección de Operaciones Tácticas (OT) I, que funcionaba en la base de la calle Billinghurst. Más tarde, volvió a ser custodio de los “señores cinco” – el vicealmirante Aldo Alberto Peyronel y Otto Carlos Paladino. Furci habló bastante de su vínculo con Paladino –que estuvo al frente de la SIDE durante 1976.

A Paladino –dijo– lo llevaban a su casa en Olivos. Lo cuidaban especialmente después de un tiroteo que había sufrido la casa de su madre en la zona de Lomas de Zamora. Y lo llevaban religiosamente dos veces por semana a un edificio en Marcelo T. de Alvear y Callao, donde sospechaban que se reunía con una amante. Una tarde Furci decidió ir a tomarse un copetín, Paladino salió temprano y como castigo lo mandaron a la “cueva de la calle Venancio Flores”. La cueva era Automotores Orletti, el centro clandestino que manejaba Aníbal Gordon y su banda.

Furci dijo que ocasionalmente estuvo allí, que entró tres veces. Sin embargo, hay testimonios de sobrevivientes que lo vieron en sus secuestros y que incluso lo señalaron como quien llevó a Carlos Híber Santucho –hermano de Mario Roberto Santucho, líder del PRT-ERP– al tanque de agua donde lo asesinaron.

En 1985, la SIDE le dio la baja cuando saltó que se había apropiado de la hija de María Emilia Islas Gatti y Jorge Roberto Zaffaroni. La beba tenía 18 meses el 27 de septiembre de 1976, cuando fue secuestrada con su familia. Furci no dudó y se escapó al Paraguay con su entonces esposa, Adriana González. En 1992, fue detenido por la sustracción de Mariana Zaffaroni Islas.

Durante el último juicio –en el que fue condenado a prisión perpetua–, Furci dio una nueva versión sobre la apropiación de Mariana. Dijo que Eduardo Ruffo lo había citado en Orletti. Una vez allí, lo llevó a ver a una beba que estaba junto a su mamá –una muchacha con los ojos vendados– y le propuso “adoptarla”. Ruffo, exagente de la SIDE, también se había robado a una nena: Carla Rutila Artés. En declaraciones anteriores, Furci había dicho que la chiquita había llegado a él de manos de Gordon.

–Hablá, decí toda la verdad. Yo me jugué por vos, te encubrí toda la vida– le espetó a Ruffo durante el juicio. Le dijo que era un “pobre estúpido” que se hacía el “macho” cuando estaba con la patota.

En unos meses comenzará un nuevo juicio por crímenes en Orletti y la base Pomar. Uno de los acusados, Patricio Miguel Finnen, le guarda rencor a Furci por haberlo nombrado como uno de los represores de la SIDE. Sin su infidencia, los problemas judiciales de Finnen habrían quedado centrados en su rol en el desvío de la investigación del atentado a la AMIA.