El crimen perpetrado contra tres mujeres en el barrio porteño de Barracas, el infame lesbicidio es parte de una escalada de violencia que se está desplegando en todo el territorio de la región Argentina de diversos modos y maneras.

Ese hecho repudiable es un claro analizador social que no hay que permitir que sea silenciado, es mucho más que un crimen de odio, debería interpelar la conciencia tanto como las cotidianas muertes de niñas y niños Wichi en el Noroeste o el escarnio a las y los pobladores Mapuches en tierras patagónicas.

En efecto, la falta de provisión de alimentos a los comedores barriales, el escamoteo estatal de medicamentos oncológicos a las personas que lo requieren son parte de un plan perverso que por acción u omisión cuenta con la anuencia de las diversas capas de burócratas y de parte de la población que claudica sin luchar frente humillaciones cotidianas que se multiplican.

La dinámica del capital va arrollando vidas y continúa sembrando de seres maltrechos las calles de pueblos y ciudades.

El parlamento se parece cada día más a un escenario de tragedia con matices de comedia de enredos.

Discursos altisonantes y por fuera de los palacios las miserias que se multiplican.

Delirios y megalomanía gubernamentales son las máscaras patéticas de una época infame.

A quien sorprenda esta afirmación habrá que contarle que en 20 años se quintuplicó el número de villas miserias hasta alcanzar en el presente el número de 5200.

Como señalaba certeramente el sociólogo Pierre Bourdieu, hay que historizar y no naturalizar las injusticias sociales.

El sistema capitalista vigente tiende al silenciamiento de las aberraciones que engendra y provoca.

Hay que romper con ese silencio que aturde y aliena cada vez más.

Carlos A. Solero