La crueldad es una potencialidad humana, parte de la condición humana aunque no una “esencia”, escribió Ana Berezin (no es fácil escribir un libro hermoso acerca de cosas tan dolorosas) y la caracterizó como la violencia organizada para hacer padecer a otrxs sin conmoverse o con complacencia. Se preguntaba: “¿la complacencia de no conmoverse?”.

La crueldad es antigua como la humanidad misma y sin embargo estos son tiempos en los que la crueldad (la crueldad más que el odio) domina la escena, instaurándose como una forma predominante de organizar el lazo social. Tampoco es novedoso que existan crímenes de espanto ni tampoco que se naturalicen o se invisibilicen. El patriarcado capitalista-colonial es responsable de ello aunque esa autoría pueda ignorarse o desmentirse. Las batallas contra ese sistema de opresión también llevan años, llevan siglos, y seguirán. Seguiremos.

Ahora bien, supimos tener tiempos argentinos en los que el espacio de lo común se transformó y enriqueció, gracias a los procesos trabajosos de conquistas y luchas por los Derechos, y por el trazado de políticas, no pocas, que se ocuparon de combatir la desigualación histórica. El territorio de la discusión pública se fortaleció y amplió sus confines. Las leyes ganadas dan cuenta de ello, tan significativas para las vidas concretas de todxs nosotrxs pero en particular para comunidades y poblaciones históricamente más expuestas a violencias y tratos desigualantes. Lo común se empeña en reconocernos semejantes, cada vez que sostenemos que no hay vidas que importen más que otras. (O universidades públicas que importen más que otras, podemos añadir con el diario de hoy). Lo común se va destituyendo como espacio de Derechos para tornarse territorio de favores discrecionales o privilegios otorgados a dedo.

La crueldad es una potencialidad humana y es parte de la historia humana en general, y de este país en particular, lo sabemos, llevamos esa experiencia inscripta en nuestra memoria y en nuestra piel. Sin embargo, la Era Milei se va revelando como el tiempo paradigmático de la crueldad legitimada y expandida en democracia, una democracia fascista, el tiempo en el que la crueldad se erige como lógica que regula el lazo social, habilitada, validada, vaciada de su dramatismo, dolor, injusticia, vaciada de su catastrófica materia y llevada al terreno de la risa, el chiste, la humorada o la convivencia impávida. Hay crueldad, acostúmbrate, parece decir la maquinaria confabulada de naturalizaciones y desmentidas que nos acompañan, y que es el ruido de fondo permanente en nuestras vidas y en estos días que contamos cual presos, desde que inició esta pesadilla.

A días del lesbicidio de Barracas sigue importando situar que no es solo odio, no son ya solamente crímenes de odio, ni pertenecen a la esfera privada. La vida en la crueldad es toda ella un crimen, es plan de deshumanización, de precarización y de exterminio, y de negacionismo e indiferencia cómplices. Se sitúa en la escena pública aun cuando el lesbicidio se cometa entre cuatro paredes. Lo común se desconfigura como ese espacio en el que los vínculos entre semejantes (no iguales ni normativizados sino semejantes en sus enormísimas diferencias) se construyen, igualándonos en y con Derechos. Lo común se ha ido convirtiendo en otro espacio en el que lxs otrxs son desechos o enemigxs, fuente de peligro. La crueldad avanza, sigue avanzando, y no es ya la libertad una palabra que nombre horizontes de emancipación colectiva sino la impunidad y el descaro para la violencia y la indolencia. Ambas cosas. No solo la primera. Lo común hoy deja de ser el espacio que le pone coto a las crueldades sino el espacio en el que se despliegan y alimentan. Luego de ocurridas, se naturalizan y se niegan.

Libres son hoy los impunes que fogonean y despliegan y amparan los crímenes e injusticias de cada día.

Y nosotrxs, todxs nosotrxs, somos los que vamos a seguir dando batalla, desapresándonos de la condena al silencio, la pasividad o la indolencia. De la condena a la resignación y la honda tristeza.

No es locura, es crueldad, es racionalidad cruel organizada y ejercida laboriosamente, es un plan.

Salud mental, hoy, es no callar ni acostumbrarse. Salud mental es construir un “común” en el que entremos todxs.