Hay sujetos con barba por dentro que con sólo abrir la boca ya te amargan el día. "Los monos seguimos vivos y no tenemos hijos drogadictos. En la década del 90 los cogimos a todos con Vélez", reivindicaba José Luis Chilavert, ante el fallecimiento de César Luis Menotti. A uno se le desactiva cualquier actividad cerebral cuando lee estas cosas. Se debería dar junto al periódico una pastilla de biodramina, para evitar el vértigo y la náusea. Existe una violencia que ya no se disimula, que se muestra sin complejos, que no se molesta por ocultar lo que ya no despierta vergüenza. Forma parte de lo que Saramago llamo en alguna ocasión la "derechota", esa derecha salvaje y rancia que lleva siempre a mano un detallado kit de insultos para eviscerar más las agresiones que los argumentos.
Es agradable saber que hay gente que por nosotros está dando siempre lo mejor de sí misma. Con la fuerza del minero que taladra el vientre de la montaña, sin intereses, ni descanso, Chilavert nos recogió (nunca mejor dicho) a gran parte del país bajo el "nos cogimos a todos", ese lúcido e inquebrantable optimismo medieval basado en la experiencia moral de que el falo cumple su función de ordenamiento y aseguramiento de las relaciones políticas y sociales en la conformación del pensamiento de la sociedad autoritaria. Nada menos. Con todo respeto, habrá que ir buscando un nuevo nombre liberal para el quinto "hijo" de Milei.
La nueva "derechota" que nos habita, tan obsesionada con la privatización de las emociones, embiste desmesuradamente para que el fútbol abrace el neoliberalismo tumoral, ese que se basa en el crecimiento rápido sin preocuparse si es benigno o maligno, de si es productivo o especulativo, de si reparte o se concentra en manos de unos pocos o sirve a intereses locales o globales. No le sirve nada que no se magnifique en la cuenta de resultados. Ni aquello para lo que el deporte fue creado: para integrar a la sociedad, para defender valores, para generar un carácter colectivo en el seno de una comunidad. No es mejor la entidad que más dinero suma sino la que más deporte genera. Hoy vivimos bajo una oligarquía que se reafirma en si misma exhibiendo feliz que sí –que se sepa–, que ella es la que manda. No se esconde. Sale a cara descubierta a mostrarnos los rostro del poder y su sadismo exacerbado. Ciertamente, siempre hay razones para vivir en la desesperanza: por ejemplo entregándonos a la bebida; pero si algo hemos aprendido con este gobierno es que vamos a pagar hasta la última copa.
En otros tiempos tuvimos gobiernos mentirosos, pero es la primera vez que nos gobierna una mentira. El autoritarismo se exhibe con descaro y se reivindica para vestir mejor su perversidad. Algo de lo que abusa frecuentemente este jolgorio ultraliberal: porque yo lo digo, porque quiero, porque puedo. Y punto.
Hay que seguir defendiendo, incluso a contracorriente, el valor de la útopía, que ciertamente ha perdido su inocencia. Hay que salir a buscar, a enfrentar, a comprender, a desobedecer, a resistir, sin olvidar que en la rabia, en la impotencia, en el fondo de la herida hay un gesto generoso hacia un futuro que espera, agazapado, en darle un nuevo mordisco a la esperanza.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón del Mundo 1979.