Vecino de Las Condes y de Providencia, Vitacura está también entre los barrios favoritos de los turistas para alojarse unos días en Santiago, sobre todo cuando el objetivo son las compras, por la cercanía de centros comerciales como el Parque Arauco o el Costanera Center (aunque por lejos mucho más interesante que encerrarse en un shopping es subir al mirador Sky Costanera, en la torre más alta de América latina, para disfrutar la vista en 360 grados sobre la ciudad y la cordillera desde 300 metros de altura).
Sin embargo la zona de Vitacura, en estos días complicada para transitar en la semana por numerosos arreglos viales en los alrededores, merece la visita por un atractivo en particular, tal vez no tan concurrido como merecería: es el Museo de la Moda, una entidad privada que además de interesar por las colecciones del tema que la convoca es atractiva por el lugar mismo donde funciona. Contenido y continente. Y estos meses –hasta febrero del año próximo– son los mejores para visitarlo, ya que el museo no es de apertura permanente sino en función de sus exposiciones temáticas especiales, como la dedicada este año a Diana Spencer en ocasión de los 20 años de su fallecimiento.
UNA CASA CON HISTORIA El museo funciona en la residencia Yarur Bascuñán, que perteneciera a una familia clave en la industria textil chilena, cuya manufactura de algodón llegó a emplear a unas 4000 personas a lo largo de cuatro décadas. Los Yarur eran de origen palestino y se dedicaban en su tierra natal a la producción de objetos de nácar para exportar y vender a los peregrinos que visitaban Tierra Santa. A principios del siglo XX, sin embargo, la inestabilidad de Medio Oriente los empujó hacia Sudamérica, pasando por Bolivia, Perú y finalmente estableciéndose en Chile.
La casa familiar fue construida entre 1960 y 1962 siguiendo a la vez las líneas modernas de la arquitectura de Frank Lloyd Wright y una inspiración de tendencia japonesa: así se ve en sus techos de teja de alerce, con aleros extendidos, y el estanque de la entrada que recuerda la importancia del agua en la cultura oriental. Levantada sobre 1774 metros cuadrados, se distingue por sus grandes ventanales, las vistas panorámicas y las grandes puertas de madera de encina, todo rodeado por un parque de casi 14.000 metros cuadrados que abarca un jardín meditativo diseñado por el arquitecto de origen japonés Luis Nakagawa. En el interior, muchos de los muebles fueron diseñados especialmente para los salones de la casa: por eso recorrer sus diferentes ambientes –las galerías hacia el jardín, los dormitorios, el bar, la sala de estar– es una parte de la visita tan interesante como el paseo por las distintas colecciones o la exhibición de turno.
El Museo de la Moda tiene una vasta colección de prendas que van desde el siglo V a.C. hasta la actualidad, aunque el grueso se concentra en las décadas del ’50 y ’60. Regularmente sus adquisiciones son noticia: desde el vestido rojo que usó Marilyn Monroe en 1956 para un estreno teatral hasta el vestido negro de la princesa Diana tras anunciar su compromiso con el príncipe Carlos en 1981; desde el traje de novia del segundo matrimonio de Elizabeth Taylor con Richard Burton hasta los vestidos de Joan Collins en Dinastía, una chaqueta de Kurt Cobain, otra de John Lennon, un corset de Madonna o un vestido de Amy Winehouse.
HOMENAJE A DIANA Este año el Museo de la Moda cumple 10 años y lo celebra con una exposición dedicada al diseñador chileno Marco Correa, considerado el primero de sus colegas en volcarse hacia lo latinoamericano, si bien sus diseños lucen totalmente inscritos en la línea propia de los años ’60 que lo lleva hacia la psicodelia, el pop-art y el hipismo. Junto a sus vestidos y revistas de moda de aquella época se exhiben también algunos modelos originales de Pierre Cardin, Yves Saint-Laurent y Louis Féraud.
Pero el otro aniversario de este año se lleva, sin embargo, la exposición principal: en ocasión de los 20 años de la muerte de Diana Spencer en el ya tristemente célebre accidente del túnel del Alma en París, el Museo de la Moda santiaguino decidió dedicarle una muestra a la mujer que se convirtió en icono de los 90, trazando un recorrido por algunas de sus prendas más emblemáticas. Todos los vestidos que se exhiben pertenecen a la entidad, propietaria de la mayor colección particular de vestuario que fuera de “Lady Di”.
Para la ocasión se muestran diez vestidos, todos en blanco y en negro, que recorren el arco de su trayectoria pública desde la tímida novia de 1981 hasta la mujer que denunció en televisión y a los cuatro vientos el desamor de un casamiento obligado. Hay aquí algunas prendas famosas, como el vestido negro sin hombros que causó revuelo en la monarquía por su atrevimiento, o los trajes blancos con los que posó para algunas de las famosísimas fotografías tomadas por Mario Testino. Cada uno de ellos está acompañado con el contexto histórico, imágenes de la prenda en el momento que la usara Diana y videos. Pero el que se destaca sobre todos es el modelo de prueba de su traje de novia, y la réplica exacta –a la que se le dedica una habitación especial– del vestido con que se casó el fatídico 29 de julio de 1981 en la Catedral de St. Paul en Londres. Los videos del casamiento proyectados en las pantallas permiten ver el original, pero sobre todo las caras oscilantes entre la resignación y la sorna de toda la familia real, detalles que cobran todo su significado a la luz de los años que seguirían a la famosa ceremonia.
El vestido, blanco marfil y tan recargado como una torta de bodas, fue diseñado por Elizabeth y David Emanuel según los deseos de la propia Diana y confeccionado en tafetán de seda británico. Los diseñadores –se explica en el museo– mandaron a tejer alrededor de 25 metros de tela para confeccionar el vestido original, además de la necesaria para esta réplica, destinada a la estatua de la princesa en el Museo de Cera de Madame Tussaud’s. “El corpiño ajustado, el escote bote y los volantes en las mangas tienen un riguroso trabajo de encaje proveniente de Carrickmacross, un pueblo de Irlanda conocido por sus bordados, además de aplicaciones de lentejuelas de nácar y pequeñas perlas blancas, ornamento favorito de la princesa”. La cola desmontable que también se exhibe fue realizada en gros de seda con las mismas aplicaciones de lentejuelas y perlas: mide cuatro metros, casi la mitad que el original, en consideración a menor espacio disponible en el Museo de Cera. El aparatoso ramo también se exhibe: compuesto por gardenias, fresias, lirios del valle y orquídeas, entre otras flores, a pedido de la Casa Real incluyó rosas amarillas tipo Mountbatten. Finalmente, los zapatos hechos a mano en raso de seda duquesa completan el conjunto: y revelan, en su taco bajo, que a pesar de las fotos oficiales que la muestran mucho más baja que el príncipe, Diana tenía en realidad casi la misma altura. La diferencia no era más que un truco fotográfico y un indicador del peso de la tradición y el poder que se quería atribuir a Carlos. El tiempo se encargaría de contar otra historia.