Hernán Casciari está a flor de piel. Ni la frialdad que impone la entrevista a distancia ni la planificación acordada varios días atrás para el encuentro virtual impermeabilizan su capacidad emotiva. No es casualidad: desde sus cuentos como escritor hasta cada una de las cosas que encara desde Orsai, su multifacética usina creativa, la veta emocional aparece naturalmente. Nada de lo humano, del mundo sensible, le es ajeno. Tal vez por eso es que en este momento de su vida y del país las lágrimas, cierta congoja, lo asaltan en varias oportunidades durante la entrevista con Página/12, en la que repasa su infancia, su relación con sus padres, la importancia que tuvo el acceso gratuito a la cultura y la política argentina en tiempos libertarios. “Las lágrimas tienen que ver con la impotencia que siento”, sintetizará hacia el final de la charla que le sirve para promocionar La señora que me parió, la obra de teatro que los miércoles y jueves a las 20 protagoniza en el Paseo La Plaza, acompañado por su madre Chichita.

Que el Paseo La PLaza sea el escenario para contar parte de su vida y de la propia Argentina, a través de cuentos hilvanados en una estructura dramática, no es un dato menor para Casciari. Hay un lazo personal con ese espacio que lo atraviesa inevitablemente. “El Paseo La Plaza fue la educación artística como espectador que tuve”, afirma el escritor. “Cuando allá por el '89 vinimos con un par de amigos desde Mercedes a Buenos Aires, ni bien terminamos la secundaria, el anfiteatro del Paseo -que ya no existe- era nuestro lugar. Era el lugar para comer pizza de Ugi's, para ver espectáculos gratuitos a cualquier hora, para fumar un porro a escondidas… Empezamos a soñar con lo que queríamos ser en ese lugar. Crecimos ahí. Nuestra pobreza económica fue reemplazada por una riqueza artística gratuita en el anfiteatro del Paseo La Plaza”.

-¿Fue algo así como la plaza del pueblo en la “gran ciudad”?

-Claro. Por algo la gente del interior, cuando nos vamos para Buenos Aires, alquilamos en el centro. Nunca un chico del interior se va a una casa de un barrio en Villa Urquiza. Alquilás ahí, en Paraná y Corrientes, en lugares baratos. Entonces, cuando bajaba de esos edificios de mierda y me encontraba con el cemento, la existencia del Paseo fue casi como volver al pueblo. Era un lugarcito más parecido a Marsella que a Buenos Aires, pero que nos dio mucha educación artística gratuita.

-¿Y te abrieron la cabeza esos espectáculos?

-Claro, sin duda. Al principio pensaba que tener movida cultural gratuita sucedía en cualquier gran capital. Y nada que ver, ¡solo pasa en Buenos Aires! Viví en España, en un montón de lados, y ni en pedo pasa ahí lo que pasa y todavía sigue pasando acá a nivel cultural. Cuando nosotros llegamos, estaba ya explotando (Alejandro) Dolina gratis a la medianoche, en la Casa de Entre Ríos o en el Tortoni. Nosotros caminábamos a la noche, muchas veces con hambre, y podíamos entrar a un montón de lugares gratuitos donde pasaba de todo. Era gratuito y era multitudinario… y al mismo tiempo era un tipo hablando de filosofía.

-¿Te emocionás cuando recordás esa etapa?

-Sí, sí.

-¿Por qué? ¿Qué es lo que te viene a la cabeza? ¿El paso del tiempo?

-No, es la… No sé bien qué… Esa cultura fue como una fuerza que nos dio de chicos. Yo creo que lo que soy, lo soy únicamente a causa de los maestros, a los que podíamos ver o acceder sin un mango.

-Y que no existe en ningún lugar del mundo.

-Y no existe en ningún lugar del mundo, porque el mundo se está pareciendo mucho a lo que quiere Milei y pasa en la Argentina. O sea, esa gratuidad y esa posibilidad, si seguimos en el camino en el que vamos, va a ser complicada también. Se va a empezar a complicar. Y la importancia que tiene es absoluta, no es relativa. El acceso a la cultura iguala. O sea, nosotros vinimos de Mercedes con 500 australes y no teníamos las mismas posibilidades que pibes de 17 años, de clase media alta, de San Isidro. Entonces, poder estar en el anfiteatro del Paseo de la Plaza o escuchando en vivo a Dolina, obvio que te abre la cabeza. O los libros usados en Plaza Italia, que comprabas por mucho menos de lo que valía el nuevo en la librería... O incluso te hacías amigo del puestero del libro y lo cambiabas por otro para poder leer. Esa cultura fue el germen. Eso se cuenta en la obra.

La cuestión de los padres

-¿Cuáles son los temas que trata La señora que me parió?

-La obra cuenta la infancia en Mercedes, la adolescencia en un pueblo y las ganas de irnos a la mierda con mi mejor amigo, a Buenos Aires. Lo difícil que eso se le hizo a mis viejos y la forma absolutamente antipedagógica que los padres tenían de resolver situaciones en los '70 y los '80: violencia física, falta de dinero y, al mismo tiempo, mucho amor y mucha pedagogía poco tradicional, a la vista de hoy. Y después la vida en la dictadura y el primer Alfonsín. Todo eso. Y la obra termina con estos dos pibes del interior en Buenos Aires. Y cierra con una incertidumbre.

-El pibe del pueblo que se va de su lugar natal, ¿suele escapar de algo o va en busca de una vida mejor? ¿Cuál fue tu caso?

-Ahí hay un multiple choice, más que una elección directa. Me parece que hay un montón de razones que se mezclan y hacen un todo. Por supuesto que se escapa de algo, se escapa de la mediocridad de tu padre. O sea, ver a un padre que tiene un techo en su oficina y en su pueblo... En los pueblos es imposible que, sin dedicarte al mal, tengas una mejor vida. O sea, vos ves en los pueblos chiquitos que los que pasan cierta mediocridad, que ambicionan dinero, terminan dedicándose al mal. O sea: son abogados, militares, curas… Son esos tres los que escalan. Si no sos ni militar ni abogado ni cura, sos un oficinista que trabaja para esa gente y siempre vas a ser un medio pelo. Obviamente, lo artístico no te lleva a ningún lado tampoco, porque en esa época no había Internet. Ahora es completamente distinto: vos podés desde cualquier garage hacer tu mundo. En ese momento no, tenías que irte. Irse significaba no repetir el camino de tu viejo. Eso es escaparse. Y por el otro lado, también a Mercedes llegaban las mejores revistas y los mejores libros, y tenías que irte a Buenos Aires si querías acceder sin delay y ser parte. Y conocer dónde estaba la redacción de Cerdos y peces, de El Porteño, y dónde estaba la Puro Cuento… y el viejo (Enrique) Symms y (Horacio) Altuna y Mempo Giardinelli… Toda esa gente, que era nuestro combustible, estaba en Buenos Aires. Entonces, ¿cómo no íbamos a irnos? A los 17 nos fuimos a la mierda. No podíamos soportar no estar cerca de todo eso.

El escritor junto a Chichita, su madre.

-El “destino fijo” pueblerino estaba representando en la figura de tu papá. Pero, ¿qué pasa con tu mamá, con quien evidentemente hay un vínculo muy particular? Hasta tal punto que hiciste tres obras alrededor de esa figura Más respeto que soy tu madre, Una madre extrovertida y ahora La señora que me parió?

-Mi vieja fue lo contrario de mi viejo en la infancia. De hecho, mi mamá es el conflicto de la obra: tiene que ver con que mi vieja, desde que nací, empezó a decir que yo era un “genio”. Antes de que hablara, incluso. Me metió una presión que, cuando tenía 3 años, me dije que algo tenía que empezar a hacer porque supuestamente era un genio.

-¿Veía algo en vos o expresaba un deseo propio en tu figura?

-A mí todo eso me dio muchísima vergüenza, me humilló mucho de chico. Mi madre me generaba una enorme vergüenza. Además, de los dos, a mi madre fue a la que le tocó golpear. Mi viejo era un tipo muy tímido. Dentro de su medio pelo, era incapaz hasta de alzar la voz, muy introvertido. Mi vieja, que venía de una familia muy violenta, utilizó un método: me fajó de una manera espantosa durante mucho tiempo. Y ahí hay un conflicto casi físico. Con mi vieja dejé llevarme bien cuando me fui a Buenos Aires y nunca volví a llevarme bien. No tengo una gran relación, tengo una relación muy distante. A mis parejas siempre les llamaba la atención que yo no la saludara para el día de la madre ni para el cumpleaños. Ideológicamente, además, estamos en las antípodas. Entonces, tampoco podemos hablar de muchas cosas. Y sin embargo, cuando volví de España en 2016, la invité a subir al escenario para festejar mi regreso con los lectores de Orsai y descubrí que ahí arriba teníamos algo en común.

-¿Qué?

-Es una enorme profesional, una tipa que siempre quiso estudiar teatro y nunca la dejaron, ni el padre ni el marido. Nunca pudo hacerlo. Hasta que un día se subió al escenario y dije “la puta madre, es una genia”. Arriba del escenario es divertida, es otra cosa; no es mi vieja. Y empezamos a hacerlo de forma metódica porque, sabemos los dos, en el camarín es el único lugar donde podemos hablar, donde tenemos un tema. El tema es: “Ahora me tenés que dar el pie así”, “ahora vamos a hacer este cuento”… Yo la dirijo y ella es buenísima respondiendo. ¡La hija de puta llora en serio…! Es buena. Una vez le dije: “Che, te emocionaste con el cuento nuevo”. Y me respondió: “Sí, sí, pero mañana me puedo emocionar de nuevo, si querés…” Ella sabe dónde, tiene una conciencia del espectáculo, tiene una conciencia clarísima de cuándo ella es personaje, de lo que tiene que decir, dónde mentir, incluso cuando damos entrevistas conjuntas…

-Sobre el escenario tenés un encuentro sano con ella. ¿Eso te ayudó a vincularte de otra manera?

-No. A mí lo que no me gusta es encontrarme con esa señora como familia. No me interesa. Debo tener algún trauma. No puedo abrazarla, no puedo decirle “te quiero”, no puedo darle un beso… Ella tampoco. No tiene conmigo una relación filial, al estilo de las “tangueras”. Veo a un montón de amigos que tienen una relación con la madre incondicional, que la aman. Yo no tengo esa relación con ella. Cuando viene, viene a visitar a su nieta, a mi hija chiquita, y se va. No tenemos una relación familiar. Lo que descubrimos es que tenemos muchas cosas en común cuando hablamos de cómo se hace un cuento arriba del escenario, sobre cómo se transmite… En ese lugar, la admiro. Me da tanto alivio poder admirarla. Hay algo de culpa, evidentemente.

-¿Creés lo que uno termina siendo en la vida está condicionado por la relación que tiene con los padres, como una fatalidad imposible de escapar?

-Sí. Uno puede hacer el postre que quiera, pero la madre es el azúcar y el padre es la harina. Uno después puede hacer tiramisú o pastafrola, pero sin azúcar y sin harina no existiría. Y cómo sale ese postre depende de si el es azúcar negra, blanca, mascabo, stevia, o si es harina integral o de trigo, 000 o 0000… No todas las azúcares y las harinas son iguales. Los padres moldean nuestros cimientos. Pero también incorporo el contexto. En mi caso, si no hubiera conocido a Chiri, a mi mejor amigo, si no hubiéramos tenido una educación propia, personal, musical, literaria, hubiera sido un gordo bullyineado… Cosa que no fui nunca, gracias a que formé parte de un grupo desde muy chiquito. Un grupo sólido y popular, que me ayudó: nunca me tiraron una piedra, nunca me metieron el dedo del culo. Todo eso hace que sea distinta tu comprensión del mundo, las ganas que tengas de hacer cosas, de salir y no encerrarte. Todo eso es azar puro, igual que tu padre y tu madre: son azares que te forman los primeros 15 años de tu vida, ya sea si estás en un pueblo o en una gran capital, o si naciste en Nairobi o en Noruega. Todo eso son los ingredientes de un postre. Después, hacés con eso lo que podés. Pero están, están siempre ahí.

La cultura y Milei

-¿Cuál es tu punto de vista alrededor de lo que sucede con la cultura, de su financiamiento y promoción, de la avanzada del gobierno en esa área?

-La razón de la emoción del principio, cuando charlábamos de la gratuidad y de los pibes que vienen del interior a Buenos Aires, de igualar posibilidades, la emoción tiene que ver con la impotencia que siento. No me hubiera emocionado en 2013 si te contaba eso…. Hubiera dicho, “¡qué país poderoso!” Es doloroso, cuando sabés efectivamente la importancia que tiene la cultura y su acceso. Cuando sabés que es importante, cuando fue importante para mí.

-En tu caso, no se trata de una cuestión conceptual sino vivida en primera persona.

-No es teoría. Yo no terminé la secundaria... Todo lo que tengo, lo recibí de un país con ciertas características. Todo. Y eso que nunca fui a la UBA ni nada. Pero todo lo que tengo lo recibí de un país con unas características muy particulares, que cuando vivía afuera extrañaba. Yo me volví aquí porque… mi lugar es éste. Y hay una gente que… que obviamente no tiene la culpa. Para mí, Milei es lo mismo que un chico que te afana en el semáforo. Milei es un resultado. Lo mismo que un pibe que te afana en un semáforo; es un resultado. No te podés enojar con el pibe. Milei es un panelista con problemas mentales. No tiene la culpa. Está llena la tele de panelistas con problemas mentales. De hecho, los buscan con problemas mentales, porque tienen más rating. Si no, fíjate, Furia... La tele necesita de los Casero, Raúl Rizzo, Milei... Los necesita porque “hay que gritar en la tele”. El problema no es Milei. Es medio ridículo, incluso, enfocar como si hubiera un culpable. Para mí, no tiene la culpa, ¿eh? Deberíamos empezar a razonar criteriosamente cómo carajo hicimos la escalera para que subiera Milei. Porque esa escalera la construimos nosotros. Esa escalera la construyó la izquierda, el progresismo, la intelectualidad, los escritores, los actores, los directores, los sindicalistas, los peronistas, los radicales, el PRO... Todos hicimos la escalera. Y nos hicimos los recontra boludos mientras el chabón subía. Entonces, mirá si le vamos a echar la culpa al pelotudo de Adorni... ¡Si lo pusimos nosotros a Adorni!

-¿Y ahora?

-Bueno, a mí me parece que en tanto no exista una autocrítica relevante y trascendente, no solamente que van a seguir pasando cosas que destruyan la personalidad de la Argentina sino que tampoco vamos a conseguir que después de las ruinas de esto podamos construir. Yo no estoy viendo en este momento a gente -de mi lado del mostrador- armando una estrategia genuina, noble y sin intereses creados para ver qué va a pasar después de las ruinas. No está ocurriendo. Siguen peleándose por los quiosquitos. A ver si se va Milei y podemos volver a los quiosquitos.

-¿Y creés que ese país que te dio todas las posibilidades está amenazado por el sistema?

-Tengo dos sensaciones y son absolutamente contrapuestas. Por un lado, sí, creo que está tremendamente amenazado porque es muy difícil reconstruir cosas que costaron tanto tiempo obtener. Y por el otro lado, me levanto diciendo que lo que conseguimos construir hace que seamos indestructibles. Tengo esa sensación también. O sea, tengo el recuerdo del 2001 y del '89 y de la hiper… Y no te digo que vayamos a salir mejores, ¡me parece que salimos! Me parece que siempre salimos... Tengo esa sensación.

-¿Que la sociedad argentina tiene los anticuerpos para atravesar cualquier tipo de crisis, incluso la actual?

-E incluso los extrañísimos experimentos de ultraderecha que estamos sufriendo ahora. Porque son experimentos sociales, es obvio. No quiero decir que sea estratégicamente un experimento social, no quiero entrar en lo conspiranoide. Aunque sea espontáneo y raro, es un experimento. O sea, lo que está pasando hoy es un experimento social. Aunque no sea nadie el artífice, aunque sea casualidad… Está pasando algo rarísimo… Que un vocero presidencial festeje la aniquilación de puestos de trabajo es un experimento social. No puede ser verdad. No es natural. Ese tipo, pobrecito, que no tiene dos dedos frente, ni siquiera él sabe que es la tenaza de un experimento social. Por eso, para mí no son culpables. Para mí el problema es cómo puede ser que entre el zorro al gallinero. ¿Cómo puede ser que no hayamos puesto bien las rejas, la concha de la lora? La culpa no es del zorro. Nosotros tenemos la tenaza, desde hace 140 años tenemos la manera de hacer que las gallinas estén bien cuidadas… ¿Cómo va a haber un agujero ahí, la puta madre que los parió? Yo le tengo muchísimo más bronca a que hayamos dejado abierto el gallinero que al zorro. El zorro es zorro. ¿Quién carajo querés que sea el zorro? ¡Se come la gallina, ya sabemos! Nosotros, dejando abierta la puerta al gallinero, más boludos no podemos ser. Así estamos. Y acá estoy, esperando todo el tiempo a ver si empezamos a hablar de cómo se reconstruye el gallinero y no de tantas pelotudeces que se están hablando. Pero no estaría pasando.