El presunto descubrimiento de una mega reserva de petróleo en la Antártida por parte de Rusia está provocando todo tipo de reacciones en la geopolítica global.
Distintos gobiernos, universidades y organizaciones ambientalistas insistieron en la vigencia del Tratado Antártico, de 1959, y del Protocolo de Madrid, de 1991, que prohíben la extracción de cualquier mineral en la Antártida, excepto para fines científicos. Se impide así la explotación de petróleo, al menos hasta 2048, cuando el Tratado podría ser revisado y eventualmente cambiado.
La que con más virulencia reaccionó fue la clase política inglesa. No tanto por el peligro ambiental que supondría la explotación de los yacimientos de hidrocarburos en el continente blanco, sino porque el hallazgo de Rusia habría sido realizado en lo que desde Londres (y en buena parte de Occidente) se considera como la "Antártida Británica": un amplio territorio superpuesto con el reclamado por Argentina y por Chile, y sobre el que Londres no tiene una real soberanía.
Siempre solidario con el Reino Unido, en febrero el gobierno de Estados Unidos impuso sanciones contra la compañía científica Rosgeologiya y contra varios buques rusos, como el Akademik Karpinsky y el Profesor Logachev, directamente implicados en la investigación antártica. De paso, y por el aprovisionamiento de dichos barcos, se denunció a Sudáfrica, socia de Rusia en los BRICS.
Con todo, la noticia del hallazgo no es nueva. Ya en febrero de 2020 Rusia había anunciado el hallazgo del equivalente a 500 mil millones de barriles de recursos de hidrocarburos en las grandes cuencas sedimentarias marinas frente al sector del Océano Índico en la Antártida Oriental. En medio del avance de la pandemia del covid-19, la noticia pasó prácticamente inadvertida.
Más allá de la denuncia contra Rusia, la situación no es clara dentro del gobierno británico, donde los intereses geopolíticos se entrecruzan con las profundas divisiones internas y con las ambiciones personales por las elecciones generales que deberían tener lugar a principios del próximo año.
El 8 de mayo, un grupo de funcionarios debió hacer frente a las preguntas formuladas por el Comité de Auditoría Ambiental de la Cámara de los Comunes. Las respuestas no fueron las esperadas.
El Subsecretario de Estado Parlamentario y Ministro para las Américas, el Caribe y los Territorios de Ultramar, David Rutley, aseguró que Rusia sólo estaba realizando investigaciones científicas. Incluso recordó que Moscú siempre había reafirmado su compromiso con el Tratado Antártico.
Por su parte el ministro de Ciencia, Investigación e Innovación, Andrew Griffith, y la jefa del Departamento de Regiones Polares del Ministerio de Asuntos Exteriores, Jane Rumble, también coincidieron en relativizar las acusaciones contra Rusia, frente al comité parlamentario que, en cambio, insistía en el daño causado a las pretensiones británicas en la Antártida.
Pese al intento por boicotear y exponer a Rusia, las divisiones entre el gobierno y los representantes auguran complicaciones para el Reino Unido en la reunión consultiva anual del Tratado Antártico, que tendrá lugar en India del 20 al 30 de mayo. Más allá de las acusaciones vertidas resulta claro que, en esta carrera, Rusia no es el único competidor a la caza de reservas de petróleo bajo el suelo antártico.
Los estudios prospectivos arrancaron ya hacia fines de los '70 y se desarrollaron en los años siguientes, teniendo a Estados Unidos y al Reino Unido como a dos de las potencias más interesadas en el tema. Pero en los últimos 20 años se han sumado cada vez más países a la búsqueda de petróleo, más allá de la prohibición para su explotación.
En todos los casos, las investigaciones científicas se han convertido en el paraguas ideal para avanzar no sólo en el rastreo subterráneo de hidrocarburos, sino también de otros recursos valiosos como oro, plata y diamantes, junto con cobre, uranio y titanio. Y todo esto sin tomar en cuenta las distintas evaluaciones que actualmente se realizan en torno el procesamiento (y posterior mercantilización) de los enormes reservorios de agua dulce existentes en el hielo austral.
Frente a las críticas que podrían recibir por parte de diversos países, en la prensa y por organizaciones ambientalistas, una de las estrategias que mayor consolidación tuvo en los últimos años ha llevado a las principales potencias a colaborar financieramente con otros gobiernos al frente de expediciones científicas. Ocurre desde hace más de una década entre Estados Unidos y Corea del Sur, y entre Gran Bretaña con Nueva Zelanda y Australia.
No todos los emprendimientos realizados hasta el momento habrían sido infructuosos. Antes de que se concretara el revolucionario hallazgo por parte de Rusia, tuvo lugar un caso verdaderamente llamativo en 2013 cuando el gobierno de Ucrania proclamó el descubrimiento de petróleo cerca de su única estación científica, "Akademik Vladimir Vernadsky", en la Antártida Occidental.
La base comenzó a operar en 1996, si bien ya existía previamente bajo el nombre de "Faraday": pertenecía a Gran Bretaña, que se la cedió a su aliado Ucrania por el valor simbólico de una libra. El nuevo yacimiento estaría ubicado cerca de la Isla Galíndez, en aquel territorio también reclamado por Argentina y por Chile, pero que parecería haber sido apropiado por el Reino Unido.