La prosa de Reynaldo Sietecase avanza trepidante, en una serie de episodios que entretejen la Villa 31 con Paraguay y Madrid: tras escapar al abuso familiar en su Ciudad del Este natal, “La Rey” se gana su apodo como compañera del líder de una banda narco. Lo que sucede en Madrid, al mismo tiempo, aporta otra veta, en la historia que protagoniza un profesor argentino. Algo, parece, los vincula: un elemento tal vez mágico, de obsidiana. En un caso es una piedra; en el otro, un espejo. ¿Qué anida en sus imágenes veladas, capaz de imbricar en su secreto ambas historias? La Rey (Alfaguara), el nuevo libro de Reynaldo Sietecase, será presentado por el autor el próximo viernes a las 19, en diálogo con la escritora Melina Torres, en el Foyer de Teatro El Círculo (Laprida 1223).
“Después de 22 años de escribir narrativa de ficción -mi primera novela es del 2002, Un crimen argentino-, recién ahora me siento dominando totalmente el instrumento. Desde luego, me siento aprendiendo; pero ahora siento también que puedo unir la cantidad de temas que quiero tocar, y eso antes no me era tan sencillo. Es mi cuarta novela, tiene mucho trabajo y ojalá se note. Son cuatro años de laburo, y seis meses de trabajo en común con una editora, Gabriela Franco. Es una novela un tanto compleja, porque como en todas mis novelas, hay dos tramas, que yo voy tejiendo hasta que se unen. Pero en el caso de la trama que uno podría decir es la principal, la de la Rey, la de Blanca Rosa, ella es paraguaya, y tuve todo un laburo con la lengua, que me costó mucho; trabajé con una escritora paraguaya muy joven, Liz Haedo, que reside en Buenos Aires y colaboró conmigo”, comenta Reynaldo Sietecase a Rosario/12.
“En cada novela trato de tener algún desafío nuevo, porque eso también me lleva a laburar distinto. En la anterior, No pidas nada, yo quería cambiar el escenario y escribir en primera persona. Fue mi primera y única novela en primera persona. Y quise que el escenario no fueran Buenos Aires ni Rosario; de hecho, transcurre entre Buenos Aires y Río de Janeiro. Cuando empecé a pensar La Rey, quise escribir un personaje femenino potente, ésa fue la primera idea. Pero después, la chica que viene a ayudarme con las cosas de la casa, una vez por semana acá, en Buenos Aires, me contó algunas cosas. Ella vivía en la 31, y siempre charlaba con ella antes de ir a la radio. Me fue contando ciertas cosas de una vida muy sufrida. Y se empezó a generar en mi cabeza la idea de una mujer paraguaya, que de pronto tuviera una especie de resolución, y a lo Kill Bill se pudiera enfrentar a esa adversidad con dureza”, continúa.
-Arriesgo a decir que, en el devenir de los hechos, la lectura adquiere un gusto cercano al de las aventuras de folletín.
-Estoy de acuerdo. Es más, creo que, de mis cuatro novelas, es la que se arrima más a la idea de aventuras, porque mis otros libros son policiales o novelas negras, un poco más duras. Quizás No pidas nada tenga algo de aventuras. Pero en ésta hay viajes y un montón de situaciones que van cambiando. Eso también estaba un poco en el proyecto original: que fuera una cosa vertiginosa, donde se narraran las vicisitudes de la Rey y su transformación -de Blanca Rosa González a La Rey-, para después volver a caer y otra vez volver a levantarse, pero en Europa. Y después está la otra trama, paralela, que también funciona un poco así. Tiene bastante de aventuras, a partir de la búsqueda de un manuscrito y con todo lo que pasa con el espejo negro. No me parece una mala definición esto de pensar que tienen un aire a folletín, ¿por qué no?
-De hecho, es un tipo de literatura que a mí me gusta mucho.
-A mí también. Uno escribe en base a lo que lee. Cuando me dicen: “¿por qué el género negro, por qué el policial?”; porque leo policiales, y porque leo aventura, historietas. Uno es producto de todo eso, y creo que en el fondo trato de contar lo que me gustaría leer.
-Se me ocurre pensar una relación entre lo negro de la obsidiana y lo blanco del nombre de la Rey (Blanca); como si allí hubiese un contraste que produce equilibrio.
-Una de las cosas más lindas de publicar, es que de pronto vienen lecturas que te dicen cosas que no pensaste. Puede haber algo de eso, en el negro y blanco, ¿quién sabe? Lo que puse en marcha es el mecanismo, a través de la idea de la piedra. En realidad, yo tengo una piedra parecida a la que tiene la Rey, que me traje cuando cubrí el levantamiento de Chiapas; es una piedra de obsidiana que tenía acá, en el escritorio. Después se fueron juntando las cosas. Américo, por ejemplo, es un personaje real, que trabaja en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, amigo mío. Él me mostró el espejo negro, y me decía: “Esto tiene un valor simbólico y cultural muy fuerte para que esté acá, entre las piedras”. Le estuve diciendo que contara esa historia o lo iba a hacer yo. Entre el espejo negro, la piedra y mi paraguaya, entendí que tenía una novela. Y me puse a trabajar en base a eso. Después le pregunté a Américo si lo podía poner como personaje, y me dijo que sí. Pobre, quedó atrapado también en el libro.
-A lo largo de la lectura, uno puede corroborar ciertas cosas como ciertas, y otras que no, pero podrían serlo.
-Hay mucha ficción, esto es una novela. Y como el género negro te lo permite, tiene que ser verosímil. De hecho, viajé a Paraguay, me asesoré con una persona para el habla guaraní y con otra para el habla peruana, estuve mucho tiempo en la 31, estuve en Europa, fui a visitar otra vez el espejo; todo implica una investigación. Pero a partir de eso, escribo ficción. El espejo negro podría dar para una nota o libro espectacular, pero yo quiero escribir ficción. Me entretiene leer ficción porque me descansa, me hace bien y me saca del agobio del periodismo. Obviamente que hay cosas que son ciertas, pero todo en función de contar las aventuras de la Rey.
-Dada tu tarea periodística, la ficción no deja de ser otra manera de conocer o de adentrarse en esto que decimos es la realidad.
-En mi caso, el oficio literario es anterior al periodístico. Yo ya escribía cuando ni siquiera soñaba con ser periodista; cuando trabajaba en una imprenta y en un banco, hacía revistas literarias. Después apareció el periodismo. Pero no puedo decir que le pongo distinto rigor e intensidad a una cosa antes que a la otra; yo laburo de la misma manera en los dos casos. Lo que pasa es que cuando hacés literatura, tenés todas las libertades: inventás, imaginás, jugás; y cuando hacés periodismo, a pesar de que esto esté tan bastardeado, te tenés que atener a la verdad de los hechos. No podés correrte de la realidad. Cuando hago ficción, para mí todo vale. El ejercicio periodístico me permite utilizar un montón de elementos que tengo, y eso creo que aporta, que suma. En cuanto a la potencialidad de la realidad y de la ficción, creo que era Borges quien decía que, en muchos casos, la ficción no era contradictoria con la realidad. A mí me pasó con Un crimen argentino, que es sobre un hecho ocurrido en Rosario: me encuentro con gente que me dice recordar como ciertas cosas que yo en realidad inventé. A lo mejor ocurrieron.